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Thursday, February 23, 2006

Prohibido en Cuba

Jueves 23 de febrero de 2006
Editorial
Prohibido en Cuba

Si bien el conocido escritor José Ignacio García Hamilton se afirma
asombrado por la negativa del régimen de Fidel Castro a permitirle la
entrada a Cuba, un episodio que motivó que nuestro gobierno le pidiera
una explicación para su actitud, la verdad es que no pudo haberse
sentido demasiado sorprendido cuando, poco después de su llegada al
aeropuerto de La Habana, fue deportado a Panamá a pesar de contar con la
visa reglamentaria. Al fin y al cabo, Cuba es una dictadura marxista en
la que el régimen teme más a las ideas “subversivas” que a cualquier
otra cosa. Puesto que García Hamilton dista de ser partidario de “la
revolución” cubana y, para más señas, mantiene buenas relaciones con
intelectuales anticastristas, lo más sorprendente fue que antes el
gobierno de Castro le había permitido visitar la isla un par de veces
para comunicarse con representantes de la oposición. Sin embargo, como
García Hamilton mismo dijo, últimamente las condiciones se agravaron en
Cuba al redoblar la dictadura los ataques contra los disidentes que, si
bien están aislados y perseguidos, entienden muy bien que el tiempo
juega en su favor porque a sus 78 años Castro está mostrando señales de
senilidad.
Puesto que el dictador está en el poder desde hace casi medio siglo, es
natural que al verlo flaquear todos los cubanos sientan estar en
vísperas de grandes cambios. Aunque los comprometidos con el régimen
creen que sin la presencia del Líder Máximo estarán en condiciones de
aferrarse al poder y, claro está, a los privilegios que les ha supuesto,
los demás supondrán que las luchas internas terminarán brindándoles una
oportunidad para emprender la tarea nada sencilla de democratizar un
país que, además de haber sido depauperado por el totalitarismo, convive
con una diáspora próspera e influyente cuyo epicentro está en Estados
Unidos. Así, pues, en cuanto se difunda la sensación de que por fin la
larguísima era castrista está a punto de terminar, se pondrá en
movimiento una multitud de fuerzas, tanto en Cuba como en Estados
Unidos, que tratarán de aprovechar la situación en beneficio propio.
Por ser Cuba no sólo la última dictadura en el hemisferio occidental
sino también uno de los dos países –el otro es Corea del Norte– que
todavía toman en serio las recetas económicas marxistas, es comprensible
que muchos den por descontado que no tardará en “normalizarse” una vez
desaparecido un líder que sus simpatizantes consideran carismático.
Puede que esto suceda, pero así y todo la transformación podría resultar
muy problemática porque quienes se suponen los herederos de Castro
tratarán de defenderse no tanto por querer conservar su “revolución”
cuanto por miedo a compartir el destino de otros autoritarios
latinoamericanos y sus esbirros que descubrieron que para ellos la
libertad significaría la cárcel. En Cuba, las violaciones brutales de
los derechos humanos han sido más frecuentes y más sistemáticas que en
cualquier otro país de la región, de suerte que los castristas tienen
buenos motivos para temer a la democracia.
Para los cubanos, el triunfo de Castro en 1959 fue un desastre sin
atenuantes. Luego de haber sido uno de los países más ricos de América
Latina, con un nivel de vida comparable con el de la Argentina de aquel
entonces, se vio convertido en uno de los más pobres. Asimismo, los
cubanos tendrían que soportar durante décadas una dictadura que sería
más feroz y más totalitaria que las militares que tantos estragos
provocaron en Chile, la Argentina, Brasil y otros países de la región.
Con todo, parecería que nada de esto importa a los muchos intelectuales
latinoamericanos que a pesar de todo lo ocurrido en el mundo aman tanto
el sueño de la revolución que están más que dispuestos a pasar por alto
la pesadilla de la realidad. Parecería que para ellos Cuba sigue siendo
una especie de tierra de promisión que, si no fuera por la negativa de
los norteamericanos a permitir a sus empresas comerciar con quienes se
declaran sus enemigos mortales, sería un dechado de progreso económico y
justicia social, ilusión ésta que se resistirían a abandonar aunque
después de la partida de Castro fuera tan imposible como en otros países
ex comunistas negar la brutalidad excepcional del régimen que encabezaba.

http://www.rionegro.com.ar/arch200602/23/editorial.php

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