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Monday, January 30, 2006

Suenos y pesadillas de un caballero en La Habana (II)

Enero 27, 2006
Sueños y pesadillas de un caballero en La Habana (II)
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press

LA HABANA, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - Apoyados uno en el otro, Don Quijote tomó su bicicleta china Rocinante Forever; Sancho su bicitaxi, y luego de pagar al parqueador se adentraron en la oscura noche.
Ya cuando habían caminado al menos dos kilómetros llenos de baches, ladridos de perros, pocitas de aguas albañales y enjambres de mosquitos, el señor y su escudero divisaron una luz en el horizonte.
- ¿No ves aquella luz al final del túnel, inigualable Sancho? ¿No será la luz de la esperanza para el mundo?
- Ni lo sueñe, mi amo. Son las luces de El Vedado, en una de las zonas del reparto donde no se producen apagones.
- ¿Y por qué de un lado sí y del otro no, noble escudero?
- Porque en un lado sobreviven los "hunos" y en otro los "otros" -respondió Sancho Panza.
- ¿Y cómo se come eso? -volvió a la carga Don Quijote.
- Muy sencillo, señor. Los "hunos" no tienen autos, cargos ni divisas. Son "depedestrados". Mientras los otros tienen autos, cargos y divisas. Son "motorizados".
- ¡Ah, bueno! -exclamó el Caballero de la Triste Figura. Eso no está nada bien, pero continuemos. A ver si encontramos una posada o un hostal donde pasar la noche.
- ¿Qué dijo usted, mi amo? ¿Una posada o un hostal donde pasar la noche? -preguntó Sancho Panza y comenzó a reírse y contorsionarse hasta rodar por el suelo envuelto en carcajadas.
- ¿Qué bicho le ha picado, bribón? -espetó muy furioso Don Quijote. ¿A qué vienen tan escandalosas y maleducadas risotadas ante una pregunta normal y corriente en cualquier lugar del mundo?
Sancho Panza, poniéndose de pie y sosegándose poco a poco, expresó con palabras entrecortadas por la indetenible risa:
- Perdone, mi señor. El problema es que para tener derecho al hospedaje en cualquier hostal o posada en Cuba hay que ser extranjero y pagar en monedas libremente convertibles.
- ¿Y qué hay con eso? -inquirió el Hidalgo de la Mancha aún molesto por las carcajadas de su leal escudero. ¿Acaso no somos extranjeros?
- Sí, mi señor, pero no tenemos divisas. Recuerde que nosotros somos hijos del siglo XVII español y las únicas monedas que se aceptan en el XXI cubano son los dólares, las libras esterlinas, los marcos y coronas, en síntesis, y preferiblemente los E-U-R-O-S o la moneda Y-A-N-Q-U-I; es decir, el arma de los enemigos.
- Además -agregó el escudero-, nunca debe olvidar que nosotros sólo somos un sueño, el paradigma de la dignidad hecho pedazos por los descreídos y los dictadores. Una utopía que para hacerse realidad necesita del concurso de todos, ya sean negros o blancos, religiosos o ateos, hombres y mujeres, príncipes o mendigos, y algo que no puede faltar: vivir en libertad.
- ¿No sabes, malagradecido Sancho, que me estás mosqueando con tus disquisiciones filosóficas y tus aportes éticos a la política? ¿Será que acaso estás pensando en ocupar mi papel de pensador original, de brillante estratega y de aguerrido e invencible luchador por el bien de los desposeídos? Si continúas así en esta aventura, yo terminaré como simple escudero y tú de señor. Y eso no es justo, pues la historia es la historia y siempre la escriben los vencedores -lo recriminó Don Quijote.
- No se preocupe, mi amo -respondió algo ofendido el escudero. En la otra parte de la aventura usted volverá a ocupar el sitio que merece, pero a veces necesitamos cambiar de lugar para ver las cosas y los hechos desde otras perspectivas, vivir en el pellejo de otros para darnos cuenta que todos tenemos algo que aportar en la toma de decisiones colectivas, aunque pensemos de forma diferente.
Sancho, alarmado por tanto atrevimiento, hizo un alto en su discurso, miró fijo el rostro del enjuto deshacedor de entuertos y agregó:
- Así que no se me acompleje y descanse. ¡Mire, mire! Ahí se encuentra un banco donde podremos esperar el amanecer. Recueste su cabeza en el cojín de mi bicitaxi y esperemos a ver si queda un gallo por estos contornos y nos despierta a la hora que nos conviene. Tenemos que recobrar el escudo y la lanza que perdió en su batalla contra el dragón-camello. ¡Y ojalá ya no los haya comprado el Historiador de la Ciudad a un mercachifle madrugador! ¡No se le escapa ni una pulga polaca, señor! ¡Qué manera de comprar cacharros para los diversos museos! Durmamos.
Don Quijote y Sancho se tendieron cuan largos eran sobre dos bancos del parque, y al rato sus ronquidos se confundían con los maullidos de la gata sobre el tejado de zinc caliente y los ladridos de los perros que anunciaban el amanecer.
- Están ladrando los perros, mi amo -dijo Sancho Panza entre bostezos mientras se desperezaba y estiraba sus molidos huesos por la dureza del banco.
- No te preocupes, Sancho -respondió Don Quijote aún medio adormilado. Eso es señal de que caminamos o nos quedamos en los huesos pelaos, pero debemos continuar, duélale a quien le duela y pésele a quien le pese. (Continuará)

LUX INFO-PRESS
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