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Wednesday, March 15, 2017

Médico en el campamento cañero de Las 44

Médico en el campamento cañero de Las 44
Este relato forma parte de la sección cuyo tema central es lo que se
podría catalogar de "memorias de la revolución"
Eloy A. González, Fort Worth | 15/03/2017 11:06 am

Dónde fue a parar la magia de los muñecones.
Dónde fueron a parar tantas canciones.
Dónde las navajas y las bengalas estallando.
Y Tata Güines y El Perico está llorando.
Carnavales, Frank Delgado

La Zafra de los 10 millones, ya fracasada, continuaba aun cuando el
estratega mayor de aquella contienda había anunciado que sencillamente
los 10 millones ya no iban. Había pasado unos 20 días y el regreso a La
Habana parecía remoto.
Me albergaron en el campamento sede del Contingente Lenin, esto cerca
del poblado del Yaguabo. Era un campamento muy grande que disponía de
todos los recursos y donde estaba el Puesto de Mando y en estos "puestos
de mando" no faltaba nada. "Aquí vas a estar hasta que te ubiquen", me
dijeron. Los colegas que estaban allí se mostraban recelosos
considerando que su posición estaba en peligro…, nada de esto; al día
siguiente me llevaron para un campamento cañero hacia el sur entre el
Yaguabo y Cauto Cristo, comenzaba mi segunda experiencia en aquel
acontecimiento desastroso que fue la Zafra del 70.
Arribamos por un angosto terraplén al campamento "Las 44" que en
realidad era dos campamentos. Alrededor todo era campos de cañas y un
canal de regadío. El campamento principal tenía unos 150 macheteros y el
otro unos 80 macheteros; la mayoría de ellos cansados de meses de
fatigosas jornadas de corte de caña y muchos de ellos enfermos. No
disponía de un local para la enfermería ni de un enfermero y los
medicamentos eran escasos.
El problema más serio era el número de trabajadores con sarna, desde las
lesiones más sencillas de rascado hasta infecciones severas de la piel.
Esto sobre todo en el campamento con menos trabajadores. En el otro
campamento al problema de la sarna se sumaba la presencia en el
campamento de ratas, en número tal, que daban cuenta de los escasos
alimentos del almacén y mordían a los albergados sobre todo en los dedos
de los pies. Esa misma noche hice un informe a la Dirección Municipal de
Salud y al Puesto de Mando del contingente sobre estos problemas que
entregué al jefe de servicios. Al día siguiente ya en la tarde tenía
todo lo necesario para el control de la infestación por sarna y la
infestación por ratones que, por razones que no podía explicar, solo
estaban en un campamento. Me enviaron para esto un raticida
anticoagulante muy conocido: walfarina; solo que debía de esperar al
trabajador sanitario para emplearlo.
Los hombres fueron puestos en fila al regresar del trabajo, solo
cubiertos con su toalla; toda la ropa de cama y su ropa pasaron a ser
hervidas en grandes calderas preparadas para eso, cada uno era
responsable de su ropa. A cada uno se le entrego un jabón de Lindano que
debían usar para bañarse y guardar si les quedaba; cuando terminaban de
bañarse recibían de mis ayudantes un apósito o algodón empapado en
benzoato de bencillo con clorofenotano que pasaban por su cuerpo por
debajo del cuello y debían esperar a que se secara. Se ponían las ropas
recién lavadas, hervidas y secas; al día siguiente se repitió esto. A
los trabajadores con graves lesiones de infecciones se les dio algunas
dosis de oxitetraciclina, antibióticos tópicos y un permiso de 4 días
para ir a sus casas con toda la ropa; sabía que la mayoría no regresaría
y era lo mejor para ellos.
Para la plaga de ratas el sanitario me enseñó a preparar un cebo con
maíz molido grueso y residuos de grasa de los calderos a lo que se
añadía la walfarina en una proporción aproximada, se hacían bolas que se
secaban. En dos noches poniendo estos manjares fue suficiente para
terminar la plaga de ratas. En la mañana los trabajadores se levantaban
sorprendidos al ver los cientos de ratas y ratones muertos.
El resto de los días pasaba en completo aburrimiento. Me contaban
aquellos hombres que llevaban meses trabajando sin descanso y lo que
significó la noticia de que no llegarían a cumplir la meta de los 10
millones de toneladas de azúcar. Estoy seguro que muchos se alegraron,
pero algunos se fueron en las noches a los cañaverales donde trabajaban
hasta el amanecer ayudado por las luces de los tractores y los camiones.
El tractorista que me enseñó a manejar y pescaba conmigo en el canal fue
uno de ellos, no se reponía del fracaso.
Dos semanas después ambos campamentos fueron trasladados para uno mejor,
justo frente a la carretera central y con mejores condiciones. Los
macheteros estaban contentos, aunque la comida era escasa; uno huesos
nadando en un caldo negruzco y rancio era con frecuencia lo que se
encontraban los macheteros cuando llegaban de los cañaverales cansados y
hambrientos. Eso sí, trajeron desde Manzanillo un Órgano Oriental que
garantizaba la música todas las noches acompañando la algazara con
abundante ron, aguardiente o alcohol traído directo de las destilerías.
Drogados se acostaban hasta el día siguiente que regresaban a los
cortes. Teníamos el órgano cerca de la enfermería, lo que supone que
aquello era una tortura.
Trabajaba conmigo un viejo enfermero que decía contar con muchos
créditos pero que nunca vi. Era bastante diestro en las curaciones, pero
disponía a su antojo de todo. Empezó a emplear un tratamiento que
consistía en extraer sangre que mezclaba con antihistamínicos
parenterales o corticoides y le inyectaba vía intramuscular al
trabajador, lo vi hacer esto en dos ocasiones y le dije que no siguiera
haciéndolo. Cuando se terminó la Poción Jaccoud y los anticatarrales
orales, le dio por exprimir los tallos de las matas de plátano y
mezclarlo con el alcohol de uso medicinal que teníamos. En las tardes
cuando escaseaba el aguardiente y empezaba a sonar el órgano oriental
hacían fila los macheteros, todos tenían "apretazón en el pecho". Había
allí una cantidad increíble de medicamentos a nuestra disposición que
tal vez superaba lo de la farmacia más próxima.
En el periodo de la Zafra de los 10 millones se puso a disposición de
esta meta, por aquellos días ya rematada por el fiasco, todos los
recursos del país. Los organismos del nivel central "apadrinaban"
centrales azucareros. Muy cerca de nuestro campamento organismos de
turismo apadrinaron el Central Cristino Naranjo. Un día fueron allí los
dirigentes, esos que pasean, hablan, andan con agendas, pero no cogen
una mocha ni a jodía. En el batey del central con un público animado por
el alcohol y las promesas el dirigente con voz jubilosa anunciaba "que
pronto se construiría una pizzería en el batey", en ese momento grita
una vieja desde el público afirmando: "¡qué bueno, así no tienen que ir
a hacerlo a los cañaverales!". Es que eran tiempos de sacrificio, pero
también de gozadera; que el cañaveral en Cuba siempre ha sido escenario
del criollo himeneo.
Un día me sorprendió que nadie había salido para los cañaverales, había
mucho contento en los macheteros, entonces Larramendi el jefe de
servicios vino a darme la noticia de que regresaban todos ese mismo día
para Manzanillo; "usted viene con nosotros médico", así me dijo. "¡No me
digas!, ¿qué voy a hacer a Manzanillo si mi brigada esta en Holguín?",
"pues nosotros si nos vamos…", agregó. Dicho y hecho en pocas horas
estaba solo con mi maleta y mi mochila en aquel campamento, cayendo la
tarde y sin saber qué hacer. En la enfermería quedaban todos los
medicamentos que tenía bien ordenado, quien sabe qué harían con ellos.
Caminé hasta un pobre bohío cercano y les pedí al campesino que me
cuidara mi equipaje; cuando salí a la carretera tome un ómnibus que me
llevó a Holguín donde estaban mis "jefes" que no eran otros que los
mimos dirigentes de la FEU-UJC del curso. Al día siguiente regresé con
ellos a buscar mis pertenencias y me dejaron en el policlínico de
Cacocún; diez días después me entregaron un pasaje para regresar a La
Habana. Había terminado para mí la Zafra del 70; significó 9 semanas que
no me enriquecieron en nada.
De la zafra vi las desigualdades, el sacrificio, el desorden y la inopia
colectiva. Vi pobres macheteros separados de sus familias, sufrientes,
enfermos, mal alimentados y maldiciendo la hora en que se habían metido
en aquello, o los habían metido. Vi también gentes creída de una
revolución que comenzaba a dar cuenta de sus propios hijos, y aun así,
ya empezaban a cantar aquella canción que decía que…, puede que algún
machete/Se enrede en la maleza, /Puede que algunas noches/Las estrellas
no quieran salir. /Puede que con los brazos/Haya que abrir la selva Pero
a pesar de los pesares, /como sea Cuba va, ¡Cuba va! Sí tal vez Cuba
VA…, pero los 10 millones no fueron.
Dicen los entendidos que alguien dijo que no iban, no fue el estratega
en Jefe que dijo siempre lo contrario, para después decirnos que bueno…,
convertiríamos el revés en victoria. Que pasó lo que pasó porque había
cañas pero no había centrales, dicen los expertos. Que el concepto de
Revolución que existía hasta ese momento, de haber logrado la victoria
en todo, chocó con la realidad…, porque de repente los cubanos de
aquella época nos encontramos con un machete en la mano en el proceso de
la zafra. Se cerraron centros de diversión, de recreación, en cierta
medida se dividió la familia cubana, porque si alguien estaba cortando
caña un año no podía atender a su esposa. En algunas oportunidades ese
proceso llevó a hechos heroicos, pero también a mucho oportunismo.
Sufrimos demasiado tratando de conseguir una meta, pero nos la creímos.
Todo esto dicen planificadores de ayer que sujetaron a todo un pueblo y
los lazaron a un descalabro económico y social.
No regresé a mi pueblo de inmediato, caminé por una Habana marchitada y
gris como nunca la había visto. La capital con la zafra había recibido
una estocada de la que nunca se recuperaría. Pero se movilizaba el circo
para aligerar el desánimo de tantos. Los carnavales como se venía
anunciando serían como la zafra, los mejores y más jubilosos, que es
como decir: si no tenemos los 10 millones, tenemos unos carnavales que
le van a roncar…
Caminé toda la Rampa desde J hasta Malecón donde ya los carnavales
comenzaban aquella tarde, fueron según supe unos carnavales de
navajazos. La música de una conga pegajosa que sonaba por toda La
Habana: "El perico está llorando", de la autoría e interpretación de
Tata Guiñes era el sonido distintivo; se asegura que esta fue proscrita
porque hacía referencia al anuncio del dictador cuando no se logró la
meta de los 10 millones…, entonces la conga le contestaba: "Tápale la
boca a ese perico, que está llorando con la maraña que ha hecho y está
gritando".
Hubo, carnavales, Reina de belleza, congas, navajazos y enajenación para
la isla en peso. Atrás quedaba el fracaso…, regrese a mi pueblo, aquello
era mucho con demasiado.

Source: Médico en el campamento cañero de Las 44 - Artículos - Cuba -
Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/medico-en-el-campamento-canero-de-las-44-328869

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