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Sunday, December 04, 2016

Todo lo que no se puede preguntar en Cuba tras el entierro de Castro

Todo lo que no se puede preguntar en Cuba tras el entierro de Castro
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 4 de Diciembre de 2016 - 14:20 CET.

Casi nadie sabe cómo fueron sus últimas horas. ¿Murió, súbitamente, de
un paro cardíaco, agonizó durante varios días, o se ahogó por una
obstrucción en la garganta, como se rumora en La Habana sotto voce?

¿Por qué la prisa en cremarlo? ¿No querían que su última imagen fuera la
de un ancianito frágil y empequeñecido con cara de loco? ¿Por eso
hicieron desfilar al pueblo frente a una fotografía del Comandante
heroico en la Sierra Maestra? Hay una vieja tradición de coquetería
revolucionaria. Una de las últimas peticiones de Stalin fue que le
arreglaran el bigote.

¿Por qué guardaron las cenizas en una urna en la Sala Granma del
Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, lejos de la
multitudinaria presencia del pueblo? ¿Temían el escenario improbable de
que se desbordaran las pasiones? ¿O solo querían que sus ancianos
camaradas de armas, como Ramiro Valdés, pudieran despedirse íntimamente
del caudillo y jefe que los guió hasta la victoria y los convirtió en
personajes importantes, aunque odiados y temidos?

¿Es verdad que los restos mortales del Comandante no viajaron en ese
precario jeep que supuestamente los trasladaba hasta su última morada
para no arriesgarlos en la aventura de una carretera desguazada por la
incuria gubernamental? ¿Prevaleció la idea de darles a los cubanos una
despedida simbólica? ¿Qué importaba que el vehículo cargara arena o las
cenizas de otro cadáver si se trataba de un acto puramente ritual? Si
Raúl jugó con el cadáver de Hugo Chávez, ¿por qué no haría lo mismo con
el de su propio hermano?

¿Es cierto que planeaban dar el cambiazo de cenizas en la madrugada del
domingo, poco antes de la inhumación? Usar dobles fue una treta que
Fidel Castro utilizó frecuentemente en vida, ¿habrá continuado la
costumbre tras su muerte? ¿Es una muestra de la astucia revolucionaria
de la que tanto se ufanaba cuando habitaba en este valle de lágrimas?

¿Por qué no entrevistaron a su viuda oficial y a los cinco hijos que
tuvo con ella? ¿Por qué los periodistas no registraron las reacciones
de los otros diez herederos extraoficiales —vástago más, vástago menos—
que se le conocieron o se le intuían, o a la otra decena de madres
dolientes y presumiblemente desesperadas que alguna vez amaron al Máximo
Líder y se animaron a parirle un hijo?

¿Es verdad que entre la familia de Raúl y la de Fidel apenas hay vasos
comunicantes? ¿Es cierto que los herederos de Raúl se consideran
revolucionarios dedicados y perciben a sus primos como bon vivants
despreciables que malgastan insensiblemente los recursos que les
entregan en los pecados de la dolce vita, mientras ellos engrandecen el
legado de sus mayores en tareas patrióticas?

¿O se trata, tal vez, de la variante doméstica y familiar del
enfrentamiento entre fidelistas y raulistas que, afirman los
entendidos, existe en la raíz de la cúpula gobernante desde que en el
2006, precipitadamente, Raúl llegó al poder colgado de los intestinos de
Fidel severamente afectados por la diverticulitis?

¿Cómo se siente, realmente, Raúl Castro tras la desaparición del hermano
mayor que le dio las ideas, el impulso vital, la estructura de valores,
lo convirtió en Comandante, en Ministro, luego en Presidente, y le
regaló un país para que hiciera o deshiciera a su antojo, sin dejar de
hacerlo sentir a cada momento que era un pigmeo intelectualmente
inferior, sin imaginación, lecturas o carisma?

¿Raúl es víctima del amor-odio y de la admiración-rechazo que provocan
las relaciones en las que una parte se sabe a remolque de la otra?
¿Resiente más las humillaciones recibidas o le agradece que le haya
fabricado una vida notable? La gratitud es la emoción más difícil de
manejar por la mayor parte de los seres humanos.

¿Está Raúl consciente de que la adhesión juvenil sin fisuras que le
despertaba el hermano-héroe se fue transformando en la evaluación
crítica del hermano-loquito, con más sombras que fulgor, que vivía en un
universo de palabras o de iniciativas desquiciadas —vacas enanas,
siembras de moringa y otras mil tonterías— que fueron destruyendo
paulatinamente la base material que sustentaba la convivencia de los
cubanos?

Y queda, por supuesto, la más importante de todas las preguntas: ¿qué
ocurrirá en el futuro, ahora que Fidel Castro yace en el cementerio de
Santa Ifigenia, bajo una pesada lápida, cerca de la tumba de José Martí?
Ese será el tema de un próximo artículo.

Source: Todo lo que no se puede preguntar en Cuba tras el entierro de
Castro | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1480830814_27174.html

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