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Tuesday, February 09, 2016

El cementerio de elefantes

El cementerio de elefantes
Poco cabe esperar de un congreso partidista, cuando el modelo a seguir
ha sido elegido con anterioridad
Redacción CE, Madrid | 09/02/2016 9:45 am

A mediados de abril —aún se desconocen los días exactos— se realizará el
VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). Como suele ocurrir con
todo lo que tiene que ver con la Isla, el evento despierta ilusión,
interrogantes y escepticismo, tanto en el país como fuera.
Aunque la prensa oficial ha enfatizado que la reunión estará dedicada a
establecer los parámetros por los cuales se regirá la "actualización del
modelo económico", algunos han tratado de encontrarle un alcance mayor a
la cita: algo así como el momento en que va a definirse el destino
nacional por las próximas décadas. Pero lo que tienen unos y otros en
común es esa persistencia en darle un valor excesivo a una fecha anunciada.
No suele ser así en Cuba.
Por lo general, y desde la llegada de Fidel Castro al poder en 1959, el
historial de acontecimientos importantes del proceso ha sido ajeno a los
congresos partidistas, que se iniciaron en fecha tardía, con el modelo o
una de las versiones del modelo cubano, más o menos establecido
entonces. (Si este párrafo y el texto en general incurren en
imprecisiones repetidas es precisamente porque la impresión ha sido y es
una de las características fundamentales del proceso cubano.)
La celebración del primer congreso partidista fue no tanto un paso de
avance como de sumisión: aparentemente consolidó la pérdida de
independencia y los fracasos en la creación de un modelo diferente
—tanto en política como en economía— al tradicional esquema impuesto por
la Unión Soviética a sus naciones dependientes.
Sin embargo, sirvió al mismo tiempo para reafirmar el voluntarismo de
Fidel Castro en una celebración que trazó pautas para luego no ser
seguidas o que fueron relegadas.
Igual suerte corrieron los congresos posteriores.
Si la llegada de Raúl Castro al mando creó expectativas de que en lo
adelante el aparato partidista iba por fin a ejercer el anunciado papel
de vanguardia, que está supuesto a ser su función primordial, ello no ha
ocurrido. Si algo nuevo ha sucedido, ha sido el reconocimiento público
de que los objetivos creados en el congreso anterior no se ha cumplido
por completo ni en un 25%.
Así que el cercano VII Congreso no puede despertar muchas esperanzas ni
en los más crédulos, porque tiene detrás un historial de fracasos y
omisiones demasiado largo para ser despreciado. Además de que arrastra
un pecado original: ¿cómo impulsar las reformas necesarias a partir de
un instrumento (la cita partidista) arcaico?
Más allá de posibles sorpresas —un congreso comunista no es ajeno a
ellas desde el XX Congreso del PCUS— queda poco margen para especular,
si se ve la celebración solo o fundamentalmente como una reunión económica.
Aunque de ello no hay que culpar precisamente al Gobierno cubano, que ha
enfatizado no la voluntad de cambio sino de permanencia. Cualquier
esperanza en una limitada transformación de la estructura económica,
como una vía más o menos inmediata hacia la democracia, carece de
fundamento. El cambio económico puede llevar a una mejora en el nivel de
vida del ciudadano, pero no necesariamente hacerlo más libre.
En el caso cubano, todos los posibles cambios, ampliación de límites y
formas de permisividad, hasta ahora llevados a la práctica por el
Gobierno, son fácilmente adoptables en un sistema totalitario pleno o en
sus primeras etapas de avance hacia el autoritarismo.
De hecho, reformas económicas parecidas existieron con mayor amplitud en
la socialista Hungría, con las tropas soviéticas dentro del país; la
inversión extranjera fue buscada por un gobierno tan reaccionario como
el de Leonid Brézhnev en la Unión Soviética; y en Praga los
supermercados contaban con muchos más productos a comienzos de 1980 que
los de Cuba actualmente. Nada de ello significó o contribuyó a un avance
democrático.
Si algo no ha logrado el Gobierno de Raúl Castro es llevar a cabo una
serie de reformas mínimas, que acercarían a Cuba no al capitalismo, sino
al modelo existente en las desaparecidas repúblicas socialista de Europa
del Este, que por cierto eran capaces de brindar una mejor vida a sus
ciudadanos que la que llevan los cubanos en la Isla.
No hay por lo tanto mucho que esperar del VII Congreso en el terreno
económico.
Pero la cuestión es que —y sin decirlo la prensa oficial cubana— en el
evento se espera mucho más que un anuncio de medidas y "lineamientos", y
es un cambio generacional.
Por biología, no por política ni economía, este cambio es inevitable.
Además el gobierno cubano lleva años jugando —o entreteniendo— con la
idea. Incluso se ha buscado repetidores oportunos en el exterior.
El exmandatario uruguayo José Mujica acaba de decir que Raúl Castro "ya
tiene la decisión tomada" de abandonar la presidencia del país debido a
su edad. Mujica estuvo recientemente en Cuba en una visita en la que
habló tanto con Fidel como con Raúl Castro.
"Fidel (Castro) se fue del Gobierno. Y se fue hace rato. Y Raúl se va,
ya tiene la decisión tomada y tiene 85 años (los cumple el próximo
junio). ¿Por qué? Porque con la biología no se puede y hay que
respetarla porque es determinante", aseguró en una entrevista con el
diario uruguayo La República divulgada el lunes.
El VII Congreso tendría entonces interés no solo por el establecimiento
de guías económicas, sino por la creación de una nueva cadena de mando,
donde figuras más jóvenes sustituirían a los octogenarios.
Claro que este cambio generacional no implica automáticamente una visión
más avanzada, aunque ocurre en ocasiones. El ejemplo siempre socorrido
es la llegada al poder en la URSS de Mijaíl Gorbachov.
De ocurrir este cambio generacional en el PCC, se produciría al menos
una respuesta una situación existente en Cuba bastante singular: Miguel
Díaz-Canel Bermúdez, de 55 años, es por ley quien ocuparía la
presidencia del país en caso de muerte repentina de Raúl Castro. Pero
ello no resolvería el problema del traspaso de mando, ya que Díaz-Canel
no ocuparía una posición similar a Castro en el PCC, cuyo segundo
secretario es José Ramón Machado Ventura, de 85 años.
El VII Congreso debe definir entonces lo que se ha estado viviendo en
Cuba como una especie de simulacro, en buena medida de cara al exterior.
Mientras Díaz-Canel aparece con frecuencia en actividades nacionales e
internacionales, su verdadero poder está aún limitado dentro de una
estructura política —cuestionada pero presente—, donde cabe siempre la
sospecha de estar asistiendo a una especie de feria de disfraces
destinada a entretener la opinión nacional e internacional.
Nos encontramos entonces ante la contraposición de dos imágenes, que el
VII Congreso debe definir. Cuando el Gobierno cubano trata de vender la
imagen de Díaz-Canel como sucesor de Raúl Castro en la presidencia —y
busca presentar un tránsito que excluye tanto la permanencia como la
herencia— muestra ante el mundo un partido de póker en que los
participantes cuentan con dos juegos de cartas diferentes: algunos
tienen un tipo de cartas, otros cuentan con otras y los terceros tienen
en su poder ambos paquetes.
Porque en Cuba, a diferencia de buen número de países democráticos, la
transición de poder no se llevaría a cabo en las urnas y a través de la
presidencia, sino en l fundamental mediante la maquinaria partidista.
De no ser así, Raúl Castro no dominaría ambos poderes en la actualidad.
Así que para Díaz-Canel llegar al verdadero poder en Cuba tendría que
transitar una larga vía, cuyos pasos aún pendientes son alcanzar la
segunda secretaría partidista (abril de este año), luego la presidencia
de los Consejos de Estado y de Ministros (febrero de 2018) y por último
lograr el cargo de primer secretario del Partido (VIII Congreso, tres
años después).
Todo ello es un largo camino de sucesión, de acuerdo a los términos
pautados por la Plaza de la Revolución, que prolonga cualquier
transformación en Cuba, en el supuesto caso de que Díaz-Canel muestre
algo interés en emprenderla.
Lo importante entonces en el VII no es quién continuará siendo el primer
secretario del PCC, porque al parecer Raúl Castro continuará en este
cargo incluso tras abandonar la presidencia, sino el destinatario de la
segunda secretaría.
Por supuesto que todo este proceso ideal guarda pocos vínculos con la
realidad cubana. Si Díaz-Canel es el rostro visible en muchos actos y
declaraciones de poca importancia, y Machado Ventura aparece de vez en
cuando y no dice palabra que valga la pena repetirse, hay otros
protagonistas futuros que definen su papel en términos de actuación y no
de discurso.
Ellos parecen estar marcados a definir el futuro nacional, no en los
términos de Raúl y Fidel Castro, pero tampoco en la comedia de errores
de Díaz-Canel y Machado Ventura.
Son dos figuras muy cercanas al actual mandatario, pero cuya gestión no
se reduce a los beneficios familiares: el coronel Alejandro Castro Espín
y el general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja.
De los posibles cargos que ocupen estos dos militares, que en la
actualidad desempeñan labores ajenas al mando directo de tropas, depende
en buena medida interpretar al VII Congreso como un acto definitorio o
clasificarlo simplemente de juego de abalorios.
Porque en Cuba se conjugan tres poderes que con frecuencia se confunden
y se ha mantenido unidos en las figuras de Fidel y Raúl Castro: el
militar, el político-ideológico y el administrativo.
De inmediato, el cambio fundamental a la salida —por vía biológica o
voluntaria—, de los hermanos Castro del poder, será la ruptura de esta
triada. Entender este camino evita confusiones sobre el traspaso del mando.
En Cuba no se producirá ni una herencia del poder, al estilo Corea del
Norte, ni tampoco una transición generacional que omita los orígenes.
Lo fundamental en esta transición no es detenerse en datos y vericuetos,
que permitan afirmar el papel presente o futuro del coronel Castro Espín
en ella, y caer por lo tanto en el viejo esquema del Fidel Castro
omnipresente tan afín al exilio de Miami (en este caso con el sobrino
desempeñando el papel), sino comprender que se está estableciendo un
nuevo modelo que subordina ideología, política y administración al poder
empresarial, solo que en términos cubanos.
De esta forma, los militares continúan en el centro de la ecuación, pero
ahora transformados en el principal poder económico.
Bajo estas premisas, poco cabe esperar de un congreso partidista, cuando
el modelo a seguir ha sido elegido con anterioridad. Más que una acción
renovadora, el VII Congreso asemejará a un cementerio de elefantes.

Source: El cementerio de elefantes - Noticias - Cuba - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/noticias/el-cementerio-de-elefantes-324790

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