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Monday, August 10, 2015

El parto del Leviatán

El parto del Leviatán
ARMANDO CHAGUACEDA | Guanajuato | 10 Ago 2015 - 8:56 am.

Rafael Rojas traza las líneas maestras del cambio económico, social,
cultural y político acaecido en Cuba entre los años 50 y 70 del siglo
pasado: una historia mínima de la Revolución.

"...que no hay cosa más difícil de abordar, ni en la que éxito sea más
dudoso, ni se maneje con tanto peligro, como el implante de un nuevo
orden político..."

Maquiavelo, El Príncipe


Como un nuevo jalón en su ya prolija producción historiográfica, Rafael
Rojas acaba de publicar la Historia mínima de la Revolución cubana. Se
trata de una de las obras incluidas dentro de la serie afín de El
Colegio de México; orientada a poner al alcance del público interesado
información esencial, actualizada y abarcadora acerca del devenir de
naciones y procesos históricos de relevancia global. Dentro de estos, el
abordaje del caso cubano —como el coreano, previamente analizado en la
misma colección— combina los atributos de la relevancia geopolítica y
una pasión intelectual que se traslada de los autores y sus obras a los
debates de actualidad.

Ampliando –en extensión y profundidad— la mirada que ofreciera hace dos
años el también historiador cubano Oscar Zanetti en Historia mínima de
Cuba (El Colegio de México, Ciudad de México, 2013), en esta nueva
entrega Rojas rescata la noción de historia mínima delineada por Cossío
Villegas. Para dar cuenta de las líneas maestras del cambio económico,
social, cultural y político acaecido en la nación caribeña entre los
años 50 y 70 del siglo pasado. Un periodo que abarca las luchas para
derrotar un régimen autoritario —el batistato— y el conflictivo parto de
un nuevo Leviatán socialista a escasas 90 millas de EEUU.

Sin embargo, pese a que el autor cumple satisfactoriamente —en forma y
fondo— su cometido de ofrecer una narrativa general del cambio
histórico, considero que los principales aportes del libro derivan de su
capacidad para analizar las fases, actores y coyunturas cimeros de la
historia política de la Cuba revolucionaria. Tributando, de forma
virtuosa, al cúmulo de trabajos que el propio Rojas ha ido atesorando en
los últimos 25 años en torno al orden institucional y legal, el
pensamiento político y los conflictos históricos y sociales ligados al
desarrollo de la nación cubana. Pero también a las contribuciones de
otras investigaciones recientes[i] que, desde los campos de la historia
social y las ciencias políticas, han dado cuenta de la heterogeneidad de
proyectos (triunfantes y abortados), el peso de los factores exógenos
—hegemonía estadounidense e irrupción de la Unión Soviética como poder
global— y la fortaleza de un ideario nacionalista y radical —componente
de cultura política nacional— en tanto elementos decisivos para la
configuración del régimen de partido único emergido en las postrimerías
de los años 60. Y es desde esa apertura disciplinar —en particular,
estableciendo las sintonías del libro con aportes recientes de la
politología orientada al estudio de regímenes autoritarios— desde donde
quiero señalar algunos de los potenciales explicativos máximos de esta
historia mínima.

Un acierto del autor es describir, con precisión y desde el mismo
arranque de la obra[ii], los acontecimientos y contenidos distintivos de
dos etapas comúnmente (con)fundidas dentro del uso corriente del término
Revolución Cubana. Una fase germinal —capítulos 1 al 9—, caracterizada
por un profundo carácter nacionalista y un reformismo radical, que
abarca de la lucha contra Batista y llega a la primera mitad de 1960. Y
otra —capítulos 9 al final—desplegada a partir de la oleada de
nacionalizaciones de la segunda mitad de 1960 y el enfrentamiento con
EEUU, que cristaliza en la instauración de un régimen marxista-leninista
a partir de los años 70.

La primera etapa tiene su impronta —desde el consenso de diversas
organizaciones e ideologías nacionalistas y radicales— en la lucha para
derrocar la dictadura y emprender un proceso de reformas democráticas y
redistributivas contempladas en la Constitución del 40. Acuerdos
políticos y manifiestos programáticos como La historia me absolverá
(1953), el Pacto por México (1955) y la Carta de la Sierra (1957) son
ejemplos del espíritu antidictatorial y latinoamericanista que
caracterizó el discurso y las agendas del liderazgo y movimiento
revolucionarios durante aquellos años. Se trata de una etapa donde los
cambios se produjeron, en sintonía con lo teóricamente expuesto por los
politólogos Aníbal Pérez Liñan y Scott Mainwaring en su más reciente
estudio sobre los cambios de regímenes políticos en la Latinoamérica
contemporánea [iii]. De modo que, a partir de una combinación del
accionar de los revolucionarios —opuestos al régimen— y de la
colaboración, neutralidad o defección de otros actores —ligados al orden
republicano interrumpido por el golpe del 10 de marzo o a las fuerzas de
la propia dictadura— cambia la correlación de fuerzas y la distribución
de los recursos políticos en favor de la oposición.

Situación que, pese a habilitar en la sociedad cubana una acogida
abrumadoramente favorable a un cambio de tipo revolucionario
(estructural, modernizador, cultural) como el identificado por
Mainwaring y Pérez-Liñan, no se tradujo —al menos públicamente— en un
temprano abrazo del proyecto comunista por el liderazgo revolucionario.
Ejemplo de lo cual son, como identifica Rojas en su narración de 1959,
la gira primaveral de Fidel por EEUU, Canadá y Latinoamérica —donde
reitera su rechazo al comunismo como ideología de su revolución
"humanista" y promete la celebración "en dos años" de elecciones para
renovar el Gobierno de la Isla— y la aprobación de una (primera) Ley de
Reforma agraria (mayo 1959) afín al modelo de la CEPAL.

Una lectura atenta de este libro revela, ya desde ese momento germinal,
la creciente fuerza del radicalismo político —en tanto discurso y
accionar— dentro del movimiento antibatistiano. Si bien no puede
confundirse radicalismo con tendencia totalitaria[iv], resulta evidente
(capítulos 3 al 7) que tanto el saboteo y represión dispensados por el
Gobierno de Batista a las iniciativas de la oposición pacífica
orientadas al cambio electoral, como el rechazo de los revolucionarios
—y en especial de Fidel Castro— a aquellas proyectó la solución radical
como única salida a la dictadura. En ese sentido, no deja de llamar la
atención la persistencia de elementos distintivos de la política radical
—como la apelación al pueblo, el léxico refundacional y la reticencia
frente a las instituciones representativas—tanto bajo el régimen
batistiano —Estatutos Constitucionales de 4 de abril de 1952— como en
las primeras iniciativas del Gobierno revolucionario —Ley Fundamental de
7 de febrero de 1959.[v]

En el capítulo 10 —y hasta el final de la obra— Rojas aborda como, a
partir de la segunda mitad de 1960, se produce la transición a un
régimen de tipo soviético. Así, los acontecimientos del verano y otoño
de 1960 (neutralización de prensa independiente, nacionalización de
grande y mediana industria, comercio y servicios, viajes de dirigentes
cubanos a Europa y Asia socialistas) llevan la marca de lo que
neoinstitucionalistas como Paul Pierson llaman una coyuntura crítica. Es
decir, momentos históricos donde, en el marco de una disputa política,
ciertos actores claves toman decisiones fundamentales que
aíslan/derrotan a sus rivales; tras las cuales los procesos de cambio y
desarrollo político-institucionales entran en una inercia que dificulta
cualquier potencial reversión.[vi]

Semejante transición es destacada por el autor al describir la forja de
un partido único, el control ideológico la de cultura, la educación y
los medios masivos, la neutralización de la oposición —compuesta, en
gran parte, por protagonistas de la gesta antibatistiana— así como en la
suplantación de la sociedad civil republicana por otra revolucionaria,
moldeada según el canon leninista. Procesos todos descritos, de forma
prístina, por Lilian Guerra y Sam Farber en sus libros antes
mencionados. Desde entonces, la Cuba revolucionaria será terreno fértil
para la confluencia y consolidación de los procesos —y conflictos—
identificables (desde la fecunda conceptualización de M. W. Svolik) con
el ejercicio de la política autoritaria: el relacionado con el control
autoritario de los gobernantes hacia los gobernados y el derivado del
reparto y ejercicio (colectivo o personalista) del poder dentro del
grupo gobernante.[vii]

El primero —el control autoritario— se evidencia en el desarrollo
paralelo de una política de masas y una guerra civil (capítulo 11) que
consolida el control político sobre la población cubana. Mediante la
primera, el Gobierno crea nuevas organizaciones como los Comités de
Defensa de la Revolución o resetea añejas tradiciones y formas
asociativas de los trabajadores —como los sindicatos y las
movilizaciones afines—, con el propósito de fortalecer su control
espacial y poblacional mediante una mezcla de represión y cooptación.
Las campañas de alfabetización y saneamiento, así como la militarización
de la ciudadanía —vía creación de milicias obreras y estudiantiles—
serán expresiones de ese afán masificador y hegemonizante. Por su parte,
el desarrollo (desde 1960 y hasta fines de la década) de una guerra
civil —con cientos de miles de implicados y millares de muertos y
prisioneros— enfrentó a demócratas y comunistas, católicos y ateos,
partidarios de un nacionalismo amistoso con EEUU —afinidades analizadas,
entre otros, por Vanni Pettiná en su formidable libro— opuestos a
defensores de otro nacionalismo, alineado con la URSS y la causa del
socialismo mundial.

Por su parte, la puesta en marcha de un proceso de creciente
concentración y ejercicio personalistas del poder, tuvo durante los 60
varios hitos fundamentales. La paulatina incorporación (desde 1960) de
comunistas procedentes del prosoviético Partido Socialista Popular (PSP)
a diversas funciones del aparato estatal —desde la economía hasta la
esfera cultural— fue contrapesado con las purgas realizadas, de 1962 a
1964 (capítulos 12 y 14), a viejos dirigentes de aquel partido.
Iniciativas que reafirmaron el liderazgo de Fidel; quien simultáneamente
satisfacía demandas del Directorio Estudiantil —fuerza excluida en el
reacomodo al interior del campo revolucionario— y dejaba claro a los
viejos leninistas que su creciente presencia en cargos públicos
(derivada del hambre de cuadros y la impronta de a cercamiento con la
URSS) dependería, como ultima ratio, de la venia del Comandante. No
obstante, destaca Rojas como en la integración en 1965 del Secretariado
del nuevo Partido Comunista de Cuba, el máximo liderazgo de la
Revolución —los hermanos Castros— invitó a cuadros destacados del PSP
—Carlos Rafael Rodríguez y Blas Roca—, reconociéndolos como actores
imprescindibles para el proceso de construcción institucional y
adoctrinamiento ideológico afines al modelo soviético.

Resulta valioso el modo en que, sin incurrir en la retórica apologética
o satanizadora que caracteriza a buena parte de la producción
bibliográfica en torno al rol histórico de Fidel Castro[viii], la obra
ofrece ejemplos que revelan, desde etapas temprana de la lucha, el
personalismo autoritario del dirigente cubano. Tanto en testimonios
documentales del tipo de la conocida carta a la dirigente urbana del
M-26-7 —donde le aconseja seducir a todo posible aliado para, llegado el
momento "aplastar a todas las cucarachas juntas"— como en la paulatina
hegemonización del liderazgo revolucionario —dentro y fuera del M-26-7,
en la sierra y en el llano— por el futuro Comandante en Jefe de la
Revolución. Este proceso —mediante el cual el liderazgo de Fidel dentro
de las fuerzas revolucionarias va mutando de preponderante a único— es
factor clave para comprender lo que M. W. Svolik ha descrito como la
consolidación de un régimen personalista, caracterizados por su
durabilidad, por la paulatina eliminación de los rivales y por la salida
del poder del autócrata se produce por causas ajenas a las disputas
palaciegas. Así, el orden político postrevolucionario irá adquiriendo,
cada vez más, los rasgos de una autocracia establecida.

Con particular pertinencia, en el libro se dedican dos capítulos (13 y
14) a analizar la inserción internacional de la joven Revolución. Rojas
explica la reorientación geopolítica de Cuba —hacia el campo socialista
y el Tercer Mundo afroasiático— como una respuesta a la exclusión de que
era víctima en su zona de natural inserción —hemisferio occidental—, no
deja de mencionar la existencia de consideraciones y expresiones
ideológicas (asunción del internacionalismo proletario y el marxismo
leninismo, Segunda Declaración de La Habana) que ubican el accionar de
la dirigencia cubana dentro de un movimiento revolucionario mundial.

En ese sentido, su narrativa coincide con la conceptualización que Pérez
Liñan y Mainwaring hacen de la Revolución Cubana como un proceso
político con apreciables capacidades de demostración y difusión.
Entendiendo la primera como la demostración de factibilidad de una
revolución socialista en Occidente y la segunda como un proceso que
diseminó, en fuerzas radicales de la periferia global —y algunas
vanguardias culturales del Primer Mundo— ideas y preferencias políticas
alternativas a la democracia liberal. Tributando a ello con un conjunto
de mecanismos que van desde la formación de líderes revolucionarios en
la Isla, la interacción de aquellos en diversos foros internacionales
así como la diseminación de ideas y propaganda afines a través del
sistema de medios del Estado cubano.

Fenómenos geopolíticos e ideológicos que —en acontecimientos como la
gesta guerrillera del Che en Congo y Bolivia y el conclave y discursos
de la Tricontinental— todavía explican —junto a las alianzas con
gobiernos antimperialistas de fines del siglo pasado— la trascendencia
de la Revolución Cubana para buena parte de los intelectuales y
movimientos radicales del mundo. Y que reciben un abordaje sugerente en
la obra de Rojas. De modo tal que este nuevo libro deviene, pese a su
novedad, un bitácora valiosa para los interesados en comprender las
dinámicas de cambio y resiliencia que marcan la existencia, por más de
medio siglo, de ese Leviatán tropical que es el régimen
posrevolucionario cubano.



[i] Destaco, entre estas obras, los trabajos de Lilian Guerra (Visions
of Power in Cuba: Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971, The
University of North Carolina Press, 2012), Vanni Pettiná (Cuba y Estados
Unidos, 1933-1959. Del compromiso nacionalista al conflicto, Los Libros
de la Catarata, Madrid, 2011) y Sam Farber (Cuba Since the Revolution of
1959: A Critical Assessment, Haymarket Books, Chicago, 2011).

[ii] A partir de aquí, para facilitar las referencias y aligerar la
redacción, identificaremos los acápites del libro como "capítulos";
procediendo a su numeración del 1 —correspondiente a la Introducción— y
hasta el 18 —donde se pasa balance del periodo posterior a la conversión
de la Revolución en Régimen—. Vale señalar que es un recurso que
empleamos en esta reseña, pero no corresponde con la estructura de la
obra, cuyos capítulos se identifican con títulos y no con números.

[iii] Ver Mainwaring, Scott & Pérez-Liñan, Aníbal, Democracies and
Dictatorships in Latin America: Emergence, Survival, and Fall (Cambridge
University Press, New York, 2013).

[iv] De hecho, Rojas destaca en su libro, de forma precisa, las
diferencias existentes al interior del liderazgo revolucionario, entre
un minoritario grupo de dirigentes —Ché Guevara y Raúl Castro— que
abrazaron temprana y públicamente el marxismo y la tendencia
mayoritaria, nacionalista y democrática, representada por
revolucionarios como René Ramos Latour y Armando Hart Dávalos.

[v] Esta preservó la codificación de "emergencia" implantada por la
dictadura de Batista siete años antes, al tiempo que alterará la
fisonomía clásica de la división de poderes republicana, al atribuir al
Consejo de Ministros potestad legislativa y desactivar la autonomía de
poder judicial.

[vi] Ver Pierson, Paul, Politics in Time: History, Institutions, and
Social Analysis (Princentos University Press, New Jersey, 2004).

[vii] Ver Svolik, Milan, The Politics of Authoritarian Rule (Cambridge
University Press, New York, 2012)

[viii] Posturas que, en la Isla o el exilio, desde la coincidencia o el
disenso, siguen consagrando la trinidad Castro-Revolución-Historia
(contemporánea) de Cuba; desde posturas teleológicas que remiten, en lo
ideológico, a humores y marcos interpretativos de la Guerra Fría y, en
lo historiográfico, a la factura de una "historia de bronce" superada
desde mediados del siglo pasado.

Rafael Rojas, Historia mínima de la Revolución Cubana (El Colegio de
México, Ciudad de México, 2015).

Este texto apareció originalmente en la revista Este País. Se reproduce
con autorización del autor.

Source: El parto del Leviatán | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/de-leer/1439155190_16237.html

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