Pages

Sunday, August 16, 2015

El legado para Cuba de Fidel Castro

El legado para Cuba de Fidel Castro
JOSÉ GABRIEL BARRENECHEA, Holguín | 15/08/2015

Para muchos Fidel Castro ha sido candil de la calle y oscuridad de la
casa. Aunque no creo que ni afuera ni adentro de las fronteras cubanas
este señor haya iluminado algún novedoso camino para la humanidad, debo
admitir que algo de verdad hay en semejante visión de su papel en la
historia. Más que con médicos o maestros, Fidel Castro le ha prestado un
invaluable servicio a los latinoamericanos al comportarse como esos
guapetones de aula que practican el deporte de atraer sobre ellos las
iras del maestro.

Muchos países en Latinoamérica, si no todos, se han beneficiado en algún
momento de ese papel asumido por la Cuba de Fidel frente a Washington.
Para ello solo había que permanecer sentado en el pupitre y poner de
paso cara de explotada ovejita mientras el díscolo muchachón caribeño
asumía la defensa de sus derechos con igual o más fervor que si hubieran
sido propios.

Mas, incluso en este papel, el mérito no es de Fidel Castro en sí. Es
incuestionable que ha sido él el primer y único gobernante
latinoamericano que ha desafiado en serio la hegemonía hemisférica de EE
UU. Pero si ha conseguido ser tal no se lo debe a otra razón que a la
afortunada circunstancia de haber nacido en Cuba. En definitiva, el
único mérito del revolucionario Fidel Castro ha sido haberse dejado
arrastrar por la explosión de nacionalismo expansivo que vivía este
pueblo de extremos a mediados del siglo XX.

No obstante, ya sea como revolucionario o como tirano, es indiscutible
que Fidel Castro ha resultado verdaderamente en tinieblas tupidas para
nuestra casa. Es muy posible que solo el capitán general Valeriano
Weyler fuera más nefasto para Cuba de lo que ha resultado este vástago
de uno de los soldaditos que España envió acá para luchar contra el
deseo de nuestros ancestros de ser libres e independientes.

Por ejemplo, su negativa a actuar como un político, o sea, con
responsabilidad, puso al país al borde del abismo durante la crisis de
los misiles, en octubre de 1962. Si admira y enorgullece la entereza con
que el pueblo cubano enfrentó la amenaza de un holocausto nuclear,
asusta y antipatiza sin embargo el modo en que su mandatario lo
arrastraba obstinadamente hacia él. Y es que al no encauzar por caminos
realistas la explosión de energía vital cubana de mediados del siglo XX,
Fidel Castro se comportó no como un héroe, sino como una enorme
desgracia para sus compatriotas.

Al asumir el poder en 1959, Fidel Castro encontró un país que necesitaba
hallar una nueva base económica que le asegurara el nivel de prosperidad
que la anterior, y ya inefectiva, le había proporcionado, con sus
altibajos, por más de un siglo. Desde más o menos 1926, el modelo
económico cubano, basado en la producción y exportación de ingentes
cantidades de azúcar sin refinar, se hallaba en crisis. Era tal la
magnitud de la misma que desde aquel año no se realizaron inversiones
productivas en la agroindustria azucarera y, a pesar de la voluntad
general de la nación por mejorar las condiciones de vida de todos sus
miembros, resultó imposible hacerlo en el caso de los asalariados
agrícolas. Como se comprobaría en los sesenta, era absolutamente
insostenible aumentar los salarios de los macheteros, los cortadores de
caña manuales, sin acabar con la rentabilidad de toda la agroindustria
azucarera.

Después de conseguida la plena soberanía nacional a raíz de la
Revolución del 30, era deber fundamental de los nuevos gobernantes
reencarrilar a Cuba por los caminos de la prosperidad.

Sin embargo, Fidel Castro, en su casi medio siglo de Gobierno, no hizo
nada realista al respecto. Con su absoluta incapacidad para advertir lo
complejo y no lineal de los problemas económicos, siempre pensó que,
como en cualquier finca feudal, en su Birán natal bastaba la voluntad
omnímoda del dueño para echar adelante una economía moderna de las para
nada despreciables dimensiones de la cubana de entonces. Finalmente su
solución no fue la de convertir a la agroindustria azucarera en un
moderno complejo sucro-químico, como en los inicios de los sesenta soñó
Ernesto Guevara. Fidel Castro, patológicamente incapaz de hacer algo
bien en economía, decidió poner en explotación ese otro campo que tan
bien parecía dársele: la política. Si de algo ha vivido la Cuba de
Fidel, al menos desde el 23 de diciembre de 1972 hasta ahora, ha sido de
la explotación económica de un diferendo con EE UU, más o menos
exacerbado, cada vez que convenía. ¿Cómo? Pues presentándose como el
aliado ideal ante todo aquel que, en un mundo bastante repleto de
personajes semejantes, le tuviera alguna cuenta guardada a los americanos.

Al no solucionar el principal problema económico solo exacerbó el
principal peligro para la nación que se desprendía de aquel. La falta de
una base económica no precaria que asegurara niveles de prosperidad
creíbles en una nación que ya antes los había disfrutado bastante altos,
unida a la extrema vecindad y fácil comunicación con EE UU, ponía a la
Cuba de los años 50 en la misma situación de un planeta pequeño que al
acercarse demasiado a uno súper masivo termina hecho pedazos y sus
desechos son devorados por el gigante. Resultaba claro ya en esos años
que, de no dársele solución al problema de la base económica, la nación
se enfrentaría en los años 60 y 70 a un masivo éxodo de cubanos hacia EE
UU. Sin las perspectivas de un trabajo que asegurase el nivel de
prosperidad de sus abuelos, o que al menos se comparara al de los
vecinos del sur de la Unión, no cabían dudas de que muchos cubanos
habrían terminado por marcharse con sus familias a EE UU. En el
horizonte, incluso, cabía temer la posibilidad de que resurgieran las,
hasta entonces superadas, tendencias anexionistas.

Como era de esperar en alguien tan impetuoso, un Fidel Castro que no
daba pie con bola en el problema económico pretendió atacar directamente
el peligro… y de paso sacarle algún provecho. Genio y figura, lo intentó
mediante el recurso de politizarlo.

En un complejo proceso de retroalimentación, Fidel Castro exacerbó las
diferencias internas más y más en la misma medida en que un cada vez
mayor contingente humano seguía la que ya en los años 50 era una
tendencia natural de movimiento para los cubanos. Hacia 1965, una décima
parte de la población había emigrado a EE UU, un capital humano del que
muy pocas naciones del mundo de la época hubieran podido hacer gala.
Empresarios, médicos, técnicos, artistas y en general un contingente de
personas con los valores, habilidades y conocimientos necesarios para
construir una sociedad moderna y próspera.

Luego de que en los años 60 se deshizo del sector de la población menos
afín a su autoritarismo absoluto, estableció de inmediato un completo
control sobre los movimientos de los ciudadanos que quedaron.
Cualquiera, incluso el más humilde vendedor de pirulís, sin ningún
conocimiento o habilidad especial para el desarrollo nacional, dependía
para emigrar de la autorización expresa de las autoridades castristas.

Y en un primer momento conseguirla era casi imposible, al menos hasta
los ochentas. A partir de esa década Fidel Castro, por una coincidencia
de muchos factores, debió relajar cada vez más su política migratoria.
La razón principal era el malestar en aumento.

Bajo su Gobierno se había creado un sector técnico y profesional
exagerado para las necesidades de la Isla. Un amplio sector que no
encontraba posibilidades de realización personal en un país que primero
vivió el gradual retroceso de la ayuda soviética, y más tarde su
desaparición total. Una extensa nueva oposición se barruntaba en el
horizonte ante la que se podría apelar a la violencia, aunque seguro que
sin los resultados esperados, porque ya el contexto internacional no se
prestaba para ello, o echar mano del viejo recurso de abrir las llaves
de la emigración. Esta se convirtió así en el sucedáneo cubano del gulag
soviético. Quienes no estuvieran a bien en Su Cuba podían emigrar, o por
lo menos les quedaba la esperanza de hacerlo, y esto neutralizaba
cualquier deseo de lucha.

Del resultado de la total politización de la vida de la nación cubana se
pudo hacer balance a partir del 31 de julio de 2006. El día en que, aun
sin saberlo él mismo, Fidel Castro abandonaba el poder para siempre.

Para entonces, Cuba seguía (y sigue) sin una base económica, no ya
semejante a la anterior a 1926 en cuanto al nivel de prosperidad
asegurado, sino incluso una que brinde alguna posibilidad de algo más
que la sobrevivencia a la absoluta mayoría del pueblo cubano. Aún la
agroindustria azucarera, con un respetable capital de conocimientos
acumulado en más de dos siglos de evolución y con tantas posibilidades
en los nuevos tiempos, fue eliminada de cuajo por Fidel Castro en 2002.
Pretendía con ello, al parecer, evitar que a su salida del poder alguien
se atreviera a intentar explotar su capacidad de producción de
biocombustibles.

Pero es en el exacerbamiento del peligro para la supervivencia de la
nación, que provocaba esa falta de una base económica no precaria, en
donde descubrimos el más tenebroso legado del medio siglo de Gobierno
absolutista de Fidel Castro. Lo que paradójicamente resalta todavía más,
porque Fidel Castro siempre presentó a ese absolutismo suyo como
indispensable para la sobrevivencia de la "patria".

El Fidelato ha promovido el deseo de escapar de la Isla a tal escala que
hoy, a pesar de las enormes dificultades para hacerlo, casi una cuarta
parte de los cubanos residen fuera de Cuba. Mas en esta proporción no
reside todavía el principal peligro, sino en el particular patrón que ha
asumido el fenómeno migratorio cubano con la huida de la gente más
preparada.

De una Cuba en que la iniciativa era una cualidad altamente sospechosa,
y por lo tanto bajo vigilancia estrecha de la policía secreta, han
emigrado necesariamente los mejor preparados, los más activos, los menos
dados a respetar criterios de autoridad. O sea, el problema no es que
los emigrados sean un cuarto de la población, sino que ese cuarto ha
sido seleccionado sistemáticamente de modo que ha despojado a la nación
de sus miembros más aptos para echarla adelante y conducirla a un futuro
de prosperidad, y de orden… democrático, claro.

Al mantenerse, e incluso intensificarse, ese patrón de emigración tras
la salida del poder de Fidel Castro, pero no del Fidelato, no resulta
tan fantasioso suponer que en un futuro próximo veamos a Cuba convertida
en la nación más atrasada y pobre de todo el hemisferio occidental.
Posición de la cual no está lejos en el presente, a pesar de que en 1959
esta misma sociedad solo cedía ante la americana y la canadiense y se
equiparaba a la argentina y la uruguaya.

Ha sido finalmente tan grande el daño que ha causado Fidel Castro a la
nación que lo que en los años 50 eran solo barruntos en el horizonte,
hoy se ha convertido en una fuerte corriente de opinión furtiva que,
aunque no llega a ser asumida abiertamente por casi nadie en público,
sostiene que la única salida para el problema de tener un país sin base
económica está en anexar la Isla a EE UU.

Esa corriente, expresada solo en privado, se mantiene en estado latente
solo por el hecho de que la propaganda castrista aún logra tener alguna
eficiencia en la promoción del nacionalismo. Sin embargo, es de esperar
que un nacionalismo sin base económica, o en que las remesas de quienes
emigran a los EE UU ocupan rápidamente ese papel, terminará por perder
cualquier prestigio ante los cubanos de a pie.

El principal legado de Fidel Castro es precisamente este: Nunca antes
los cubanos hemos tenido menos confianza en nosotros mismos y,
consecuentemente, como nunca antes la idea anexionista ha tenido tantos
seguidores.

Source: El legado para Cuba de Fidel Castro -
http://www.14ymedio.com/blogs/el_hidalgo_rural/legado-Cuba-Fidel-Castro_7_1834686514.html

No comments: