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Wednesday, July 22, 2015

Crónica de un performance que terminó en la cárcel

Crónica de un performance que terminó en la cárcel
Los dos oficiales de la Seguridad que nos entrevistaron —una mujer y un
hombre, treintañeros los dos— estaban interesadísimos en desenterrar y
llegar hasta el sentido más profundo que pudiera tener aquella
inquietante isla invertida
miércoles, julio 22, 2015 | Ernesto Santana Zaldívar

LA HABANA, Cuba. -El lunes 20, día en que se reabrían las respectivas
Embajadas de Cuba y de Estados Unidos —mientras ondeaban por toda la
ciudad más banderas norteamericanas que nunca antes—, el pintor Lázaro
Morera partía de su taller en la Habana Vieja con un singular objeto
rodante: un cuadro de 3,20 metros de largo por 1,60 de alto, montado
sobre dos ruedas.

Pretendía atravesar en procesión calles y avenidas desde allí hasta
llegar a El Vedado, a las cercanías del edificio de la Oficina de
Intereses de Estados Unidos en La Habana—, que desde ese día volvería a
su condición de Embajada de ese país— y documentar su sencilla
performance con fotografías.

El objetivo del joven artista estaba lejos de ser pretencioso o de
hurgar en lo conceptual y complicado. Lo único que pretendía era
celebrar el acercamiento que estaba teniendo lugar entre los gobiernos
de Estados Unidos y Cuba, que el 20 de julio alcanzaba un punto muy
importante.

El cuadro rodante era en realidad dos cuadros pintados sobre lona y
contrapuestos: uno representaba una isla de Cuba elevada del suelo, con
el oriente hacia la izquierda y su lado norte hacia abajo, donde yace su
sombra. En lugar de la Isla de Pinos tiene otra pequeña isla de Cuba
invertida.

El cuadro opuesto es una vista de la bandera cubana en una perspectiva
muy acentuada partiendo desde el triángulo. Llama la atención la forma
en que el triángulo recuerda una crucifixión y cómo el cuadro es cruzado
por implementos de limpieza —escobas, trapeadores y destupidores.

Aunque otros artistas se habían brindado para acompañar a Morera en su
recorrido, al momento de partir desde su taller solo estaba presente la
pintora y productora Camila Lozano Padilla, que lo secundaría durante
todo el recorrido y hasta el ridículo colofón represivo.

Yo me uní a los dos artistas cuando ya entraban en El Vedado, viniendo
por la Avenida del Malecón, para tomar fotos, y pude ver la reacción de
la gente en la calle y escuchar los comentarios más variados, que
normalmente eran de admiración, como "¡Esos locos están escapaos!" o
"¡Van a destupir la isla!". Aunque muchos preguntaban por el significado
de los cuadros, era frecuente que relacionaran la imagen del país con
los instrumentos de limpieza.

Al llegar a la avenida 23 la pequeña procesión tomó Rampa arriba, bajo
el ardiente sol, hasta el hotel Habana Libre, y doblaron en L para
continuar por esa calle hasta el final, alcanzando el malecón a la
izquierda y por detrás de la Embajada norteamericana. Allí fue donde se
produjo la primera alarma policial, pues el guardia de la garita junto a
la que cruzaron comenzó a hablar apresuradamente por su intercomunicador.

Del lado de allá de la avenida, junto al muro del malecón, avanzaron por
la acera el largo tramo que lleva hasta la llamada Tribuna
Antimperialista, pero antes de llegar allá ya acudieron hacia ellos los
primeros policías de civil, que, no obstante, los dejaron continuar,
aunque la vigilancia ya se hizo directa.

Al llegar junto a la estatua de José Martí que abre la explanada de lo
que la gente dio en llamar irónicamente "Protestódromo", Lázaro Morera
se hizo tomar las últimas fotos, con la distante mole de la Embajada al
fondo, y dio por terminada su performance, que, de tan sencilla e inocua
ni siquiera fue impedida por la policía, como supusieron con razón ambos
artistas.

Sin demorarse más de un par de minutos allí, la breve comitiva subió por
la calle N y pasó tras el edificio Focsa, donde un auto patrullero los
detuvo, les pidió el carné de identidad y los retuvo un rato, hasta que
los dejó seguir.

Los calabozos de la "UNEAC"

Ellos continuaron por N hasta Diecinueve, por donde llevarían el
artefacto rodante hacia el oeste de El Vedado, en dirección a la casa
donde sería guardada la obra momentáneamente, pero en la esquina de L
ocurrió el clímax de aquella procesión, o pudiéramos decir que se inició
el desenlace de la performance.

Llegaron, en verdad sin mucho aspaviento, varios autos civiles y
patrulleros, y nos rodeó un grupo de policías y de agentes de la
Seguridad del Estado. Preguntaron sin mucho interés sobre el significado
de lo que habían hecho Morera y Camila. Finalmente un viejo oficial de
civil dijo, con la mayor seriedad, que los tres debíamos ser llevados a
la Unión de Escritores y Artistas (UNEAC) para "discutir la
interpretación del cuadro".

Nos esposaron a Morera y a mí, nos subieron a los tres a un patrullero y
nos llevaron a la nueva sede de la UNEAC en la estación policial de
Zapata y C, donde nos permitieron llamar por teléfono, nos encerraron en
un hediondo calabozo y nos sometieron a una larga sesión de
interrogatorio "estético", por separado.

Digo "estético" porque los dos oficiales de la Seguridad que nos
entrevistaron —una mujer y un hombre, treintañeros los dos— estaban
interesadísimos en desenterrar y llegar hasta el sentido más profundo
que pudiera tener aquella inquietante isla invertida. ¿Qué es lo que
quiso decir el autor con esa Cuba al revés y por qué la performance
terminó frente a la Embajada de Estados Unidos y no, por ejemplo, frente
a la Dirección Provincial del Partido?

Como en mi caso les dije que el significado que pudiera tener el cuadro
para mí no importaba, pues ellos podían determinar perfectamente el
significado que mejor les conviniera, pasaron a preguntarme entonces por
mis ganancias mensuales como periodista independiente y escritor. La
verdad es que no me la ponían fácil.

Lo más curioso para mí era cómo ni siquiera mencionaron el otro cuadro,
el de la bandera en agudo escorzo que, a causa de los palos de los
implementos de limpieza, parecía recluida detrás de barrotes de manera
muy poco metafórica, pero aquellos dos jóvenes investigadores de arte se
habían obsesionado con el sentido bizantino de una Cuba representada al
revés.

Unas tres horas después de llegar a la estación, nos sacaron del
calabozo, nos devolvieron las pertenencias y nos pusieron en libertad.
Es posible que otro oficial de mayor rango, como pareció en un breve
diálogo de ellos aparte, detuviera aquella ridícula indagación estética
contra las ganas de los dos jóvenes investigadores, que nos habían
amenazado con una noche de intensa búsqueda en conjunto.

Me sorprendió que no hubieran liberado desde el principio a Camila
Lozano, pero no me asombró que el interrogatorio con Morera hubiera sido
no con dos, sino con varios estudiosos de artes sospechosas.

El artefacto de los dos cuadros sobre ruedas quedó "guardado" por ellos,
o sea, secuestrado, parece que para ver si a solas con la obra lograban
exprimirle de alguna manera su terrible y profundo significado, aunque,
por supuesto, prometieron que dos días después lo devolverían en
perfectas condiciones.

El oficial Eddy le dijo a Morera, antes de salir: "Para la próxima,
fíjate bien en el contexto". No puedo con los intelectuales.

Eran las diez de la noche. Hacía mucho menos calor y salimos aliviados a
la calle, no muy seguros de que aquello hubiera terminado allí, sobre
todo si, como supimos después, los investigadores habían estado haciendo
sus averiguaciones artísticas por donde cada uno vive.

Increíble que a aquellos astutos sabuesos no les hubieran preocupado los
—posibles— barrotes del segundo cuadro, los implementos de limpieza que
tan bien hubieran venido para el calabozo de la UNEAC.

En fin, cosas del arte.

Source: Crónica de un performance que terminó en la cárcel | Cubanet -
https://www.cubanet.org/actualidad-destacados/cronica-de-un-performance-que-termino-en-la-carcel/

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