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Wednesday, May 13, 2015

Una dictadura con rascacielos

Una dictadura con rascacielos
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 12 Mayo 2015 - 8:24 pm.

Al Papa no parece preocuparle demasiado el fortalecimiento en Cuba de un
modelo neocomunista en la cuerda ideológica china.

Raúl Castro viajó al Vaticano y se encontró con el papa Francisco. La
conversación, a puerta cerrada, aparentemente fue muy satisfactoria para
el dictador cubano. Declaró que, si el papa seguía por ese camino, "yo
volveré a rezar y volveré a la Iglesia". Al fin y al cabo —agregó—,
"siempre estuve en escuelas de jesuitas".

Pese a esa oportunista promesa de recuperación de la fe, en realidad se
trataba de la reunión entre dos jefes de Estado, no entre correligionarios.

Raúl es el presidente de una nación comunista —una de las pocas que
quedan en el mundo—, y el Papa, al margen de su condición de cabeza del
catolicismo, es el monarca de un minúsculo Estado cuya independencia fue
reconocida por Benito Mussolini. Desde el punto de vista político, no
hay duda de que se trata de dos fenómenos excéntricos diferentes, pero
con algún parecido formal.

El Papa, en su condición de jefe de Estado, es una especie de rey dotado
de poderes absolutos, elegido por un pequeño número de cardenales, todos
ellos varones célibes, generalmente de edad madura.

Raúl, impuesto por su hermano Fidel, es un presidente, también provisto
de poderes absolutos, supuestamente seleccionado por el Consejo de
Estado, un minúsculo grupo de diputados compuesto en gran medida por
militares pertenecientes a la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuyos
miembros son escogidos en unos comicios de partido único.

En rigor, la autoridad que ostentan los dos jefes de Estado nada tiene
que ver con los procesos plurales y abiertos de la democracia liberal.
Ello acaso explica la tradicional frigidez del Vaticano ante la falta de
libertades. Por eso Roma pudo firmar concordatos con la España de Franco
en 1953, o con el sanguinario Trujillo de República Dominicana en 1954.
A ninguno de estos dos países el papa Pío XII les exigió un cambio de
conducta para firmar acuerdos. Los objetivos de la Iglesia eran de otra
índole.

¿Cuáles son esos objetivos? Concretamente, la Iglesia Católica se dedica
a tres funciones básicas: difundir el evangelio, educar, y participar
activa y públicamente en el debate moral de la sociedad. A todo ello
agrega un claro énfasis en el ejercicio masivo de la caridad, actividad
que funciona como la gran misión terrenal de la institución y como un
cohesivo que la mantiene unida.

Las tres tareas están íntimamente ligadas, pero para desarrollar
cualquiera de ellas la Iglesia necesita, cuando menos, la neutralidad
del Estado, lo que tradicionalmente la inclina a sostener una actitud
complaciente con el poder, surgida desde el siglo IV, tras el Edicto de
Tesalónica dictado por el emperador Teodosio —el iniciador del
cesaropapismo—, acto que transformó a la Iglesia de perseguida ocasional
en perseguidora frecuente y le concedió un inmenso poder político sobre
"la Cristiandad".

Desde entonces, la Iglesia ha sido el Estado, parte del Estado, o se ha
colocado junto al Estado, a veces en labores viles, como las tareas
inquisitoriales, o a veces en actitudes valiosas, como cuando fundó
universidades, pero casi nunca se ha enfrentado al Estado, aunque este
sea manifiestamente criminal. No es su talante. Su reino, dice, no es de
este mundo.

Es cierto que el papa Francisco tiene la buena intención de ayudar a los
cubanos a solucionar muchos de sus problemas materiales, pero, a juzgar
por el júbilo con que Raúl Castro ha acogido su mediación y respaldo, el
régimen de La Habana ve esa conducta de la Santa Sede como un factor muy
ventajoso para su proyecto político de consolidar una dictadura
neocomunista de partido único y economía mixta, variante del experimento
chino, pero aún más conservadora.

Es posible que a la jerarquía de la Iglesia en Roma (o al cardenal Jaime
Ortega en Cuba), pese a no ser marxistas, arrastrados por esa tradición
cesaropapista no le preocupen excesivamente el fortalecimiento en la
Isla de un modelo neocomunista dentro de la cuerda ideológica china,
pero me temo que puede afectar muy negativamente a quienes aspiran a un
cambio democrático en el país similar al que ocurrió en Europa del Este.

En efecto, esos cubanos que quieren una transición a la democracia
liberal, y no a una dictadura capitalista de partido único como la que
hay en China o Vietnam, se sienten profundamente defraudados. No aspiran
a una dictadura con rascacielos, sino a una sociedad en la que se
respeten los derechos humanos y las libertades individuales, convencidos
de que esa, además, es la mejor receta para disminuir la pobreza y
alcanzar la prosperidad.

Al Papa, en cambio, un destino chino para los cubanos parece
contentarlo. Su reino, al fin y al cabo, no es de este mundo. Para
quienes tienen que vivir en el otro, en el real, esto no es un consuelo,
sino una irresponsabilidad total de la Iglesia.

Source: Una dictadura con rascacielos | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/internacional/1431458657_14527.html

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