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Tuesday, May 19, 2015

Maestros de la espera

Maestros de la espera
Una ideología que alimenta el patriotismo como un sentimiento de
superioridad, pero que en cambio practica la entrega total del país al
mejor postor
Alejandro Armengol, Miami | 18/05/2015 12:24 pm

La realidad cubana, en su forma más cruda, es la tragedia de la ilusión
perdida. El primero de enero de 1959. El día en que el ciudadano se
creyó dueño de su destino y terminó encerrado, preso de sus demonios y
de los demonios ajenos. La revolución como un dios arbitrario. Un
proceso que alentó las esperanzas y los temores de los pobres y la clase
media baja; que les dio seguridad para combatir su impotencia y les
permitió vengarse de su insignificancia; que nutrió el sadismo latente
en los desposeídos y les brindó la posibilidad de ejercer un pequeño
poder ilimitado sobre otros, pero que al mismo tiempo intensificó su
masoquismo, al establecer como principio la aniquilación del individuo
en el Estado, y vio en ello satisfacción y gozo. Un sistema que alienta
el oportunismo porque no posee principios. Una patria que sólo ofrece a
sus hijos la satisfacción emocional que se deriva del embrutecimiento,
la envidia, el odio y el delito compartido.
Una ideología que alimenta el patriotismo como un sentimiento de
superioridad, pero que en cambio practica la entrega total del país al
mejor postor. Un intento despiadado de manipulación masiva, de no darle
tiempo a nadie de percatarse que su vida ha sido empobrecida cultural y
económicamente.
En un país cuya población mayoritaria se encontraba en la infancia o no
había aún nacido el primero de enero de 1959, ésta ha vivido bajo el
doble signo del poder de un padre putativo, dominante y despótico, pero
también sobreprotector y por momentos generoso: el Estado cubano, que se
ejemplifica y concreta en una figura, un hombre, un gobernante. Padre al
que se ha tratado no solo de complacer en ocasiones. sino de obedecer
siempre. Al menos de aparentar esa obediencia.
No importa cuánto ha sido el fingir y hasta dónde ha llegado la sinceridad.
El simulacro, vamos a considerarlo así en la mayoría de los casos, se ha
impuesto como una certeza. Tras la épica engrandecida hasta el cansancio
de la lucha insurrecional y los primeros años de confrontación abierta,
se abrió paso una obligación repetida, generación tras generación, de
servir de puente a un futuro que se definía luminoso. En lo cotidiano
fue un destino vulgar, que se caracterizó por el aburrimiento: el
trabajo productivo y la guardia nocturna con el fusil sin balas.
Desde el punto de vista psicológico, se descartó primero el derecho a la
adolescencia —el afán de la rebelión— y luego se transformó el principio
de la realidad que rige la adultez por una simulación infantil.
Ese detener el tiempo transformó a los cubanos en eternos niños. Algunos
fueron niños obedientes y otros "malcriados", pero niños todos.
Mientras tanto, la lucha por sobrevivir se convirtió en una realidad
única. Hasta dónde llegaron las concesiones hechas al sistema es
historia personal. Por un motivo u otro, se acumularon las derrotas al
rebelarse. Unos fueron heroicos en su fracaso, otros simplemente
cobardes o pusilánimes.
Se puede argumentar que no fue una culpa personal o ciudadana, pero ha
definido la realidad nacional.
Una tras otra, han ido acumulándose las generaciones inacabadas,
incompletas en su capacidad de formar un destino. Los cubanos se han
transformado en maestros de la espera. Nos enseñaron a dominar el arte
de la paciencia: un futuro mejor, un cambio gradual de las condiciones
de vida, un viaje providencial al extranjero. Nos enseñaron también a no
arriesgarnos, a no creer en el azar, a resignarnos a la pasividad.
Seguimos esperando.

Source: Maestros de la espera - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/maestros-de-la-espera-322840

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