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Friday, March 06, 2015

Las mezclas aparte

Las mezclas aparte
VÍCTOR ARIEL GONZÁLEZ, La Habana | Marzo 05, 2015

El hombre era de los primeros en llegar a la obra. Sus botas lucían
manchas de color gris y llevaba la pala dentro de una vieja carretilla,
cuya rueda gemía con un lastimoso chirrido al andar. Sin Tomás la
jornada no comenzaba para nadie, porque en una construcción de puro
bloque y mortero quien hace la mezcla es el obrero más importante.

Tomás trabajaba rápido. Podía preparar, en un par de minutos y a base de
paletadas, la cantidad de mortero que servía para levantar todo un muro.
Pero fabricar también a mano un hormigón estructural era algo que ni
siquiera él hubiese podido lograr, pese a su vasta práctica. Y, sin
embargo, eso era lo que le habían ordenado aquella mañana. "Técnico, no
coja mezcla de aquí, que yo le voy a preparar a usted una aparte", dijo
Tomás al responsable de controlar el proceso.

El "técnico" era en realidad el ingeniero civil que, a la postre,
terminaría escribiendo esta historia. Había llegado donde estaba Tomás,
con los moldes listos para sacar muestras del hormigón y enviarlas a un
laboratorio. La mezcla "aparte" –que jamás se preparó, por indicaciones
del mismo ingeniero– hubiese contenido mucho más cemento de lo normal
para que las probetas consiguieran la resistencia requerida en los planos.

Ningún hormigón estructural puede prepararse con una pala mezclando
vagones de áridos con cemento. Es técnicamente imposible. Y en esta
obra, ni siquiera el agua para elaborarlo cumplía con los estándares
mínimos. Pero las órdenes fueron emitidas "desde arriba" y ya unos
albañiles –no carpinteros– habían preparado malamente los encofrados
para fundir unas columnas.

Tomás nunca entendió por qué el ingeniero no estaba dispuesto a
adulterar la muestra, faltando a su ética profesional y a su
responsabilidad. A fin de cuentas, durante sus años como constructor
muchas veces vio hacer lo mismo y cada vez las cosas se ponían incluso
peor. "Técnico, no va a dar la resistencia", pronosticó. "Claro que no
va a dar", respondió el ingeniero.

En efecto, 28 días después de elaborada la probeta de hormigón, una
enorme prensa la fracturó antes de que los indicadores marcaran siquiera
la mitad de la resistencia deseable. Pero las columnas hechas con aquel
débil material no se demolieron.

De alguna forma, los jefes de la obra lograron bajar los estándares del
proyecto. Se trataba de futuras viviendas para albergados y no de
lujosas habitaciones de un hotel, así que no importaba mucho. Pero el
incumplimiento de la empresa constructora no podía seguir aumentando.

Para evitar malos entendidos en el futuro, el ingeniero jamás volvió a
ser llamado para supervisar un hormigonado. A partir de entonces,
mágicamente, todo el concreto que se utilizó en la obra calificó de
"excelente", como siempre había ocurrido.

La anécdota no constituye una excepción, sino una regla. La industria de
la construcción en Cuba ha pasado de estar a la vanguardia –en 1956 se
completó el Focsa, segundo edificio de hormigón más alto del mundo para
su época– a convertirse en un peligro potencial por las malas prácticas.

No se trata de la calidad estética, golpeada por décadas de prefabricado
extensivo y acabados descuidados, sino que hoy no hay un control
efectivo sobre la calidad estructural de la mayoría de las edificaciones
en el país. Por alguna razón se construía tan bien antes de los años 60,
cuando no era necesario que un tal Tomás preparase "mezclas aparte".

Source: Las mezclas aparte -
http://www.14ymedio.com/nacional/mezclas-aparte_0_1736826305.html

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