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Saturday, January 10, 2015

Mírame y no me toques

Mírame y no me toques
A medida que edificios centenarios van derrumbándose, las parcelas son
transformadas en jardines, que siempre están cerrados
VÍCTOR ARIEL GONZÁLEZ, La Habana | Enero 09, 2015

Un grupo de turistas se detiene a la entrada del "parque ecológico" en
calle Mercaderes, a pocos pasos de la Catedral de La Habana. El guía les
habla de este solar yermo convertido en espacio público, que no tendría
nada de extraordinario salvo por ser el único de su tipo que se mantiene
abierto. Fuera del breve circuito diseñado para visitantes extranjeros,
los parques de La Habana Vieja están siempre cerrados.

Así funciona el feudo de Eusebio Leal. A medida que edificios
centenarios van derrumbándose, las parcelas ahora vacías son
transformadas en jardines a los que añaden bancos, cestos para la
basura, árboles de sombra y quizá hasta una fuente. Pero, junto con todo
ello, también ponen una reja soberbia, clausurada con cadena y candado.
Nadie puede pasar a estos remansos urbanos.

En la esquina de Teniente Rey y Habana existió hasta hace pocos años un
parque infantil, lleno de atracciones que jamás se utilizaron. Los
juegos "se calcinaron" al sol, cuenta una vecina del lugar, quien
rememora la imagen de niños preguntándose por qué "su parque" permanecía
cerrado.

Hoy, ya desmanteladas las canales para deslizarse, el sitio continúa
inaccesible, pero busca al menos otra función en la comunidad. Sobre eso
conversa Justo Torres, quien trajo de su natal Isabela de Sagua un
interés por la jardinería y la agricultura urbana. Trabaja en Oasis
Nelva, un pequeño negocio de jardinería muy cerca de allí que coordinó
con la Oficina del Historiador –esa especie de gobierno local– la
administración del parque.

Muy animado, Torres confiesa estar lleno de ideas para este lugar: darle
un "uso social", practicar la agroecología y la lombricultura, entre
otras. "Es un experimento único", dice, y que, además, pretende ser
económicamente sustentable. Confía en que, dentro de un tiempo, las
autoridades continúen apoyando la iniciativa.

Sin embargo, el resto de los parques no ha corrido la misma suerte y no
tiene un uso más allá del visual... detrás de los barrotes. El monumento
erigido en honor al médico cubano Carlos J. Finlay, en Cuba y Amargura,
no puede ser visto de cerca. También está el parque Las Carolinas,
administrado por la compañía de danza moderna Retazos y abierto solo por
interés de esta "para algún taller de niños y jóvenes", según refiere un
custodio.

La lista se extiende. En Sol y Oficios, al lado de una dependencia de la
Dirección de Patrimonio Cultural, un enorme espacio verde rodea una
fuente, tan seca como desierto está su parque. Y en Acosta y Damas
construyeron un bonito recordatorio a la comunidad hebrea que vivió
allí, solo para que los caminantes pasen de largo por no tener donde
descansar sin saltarse la verja.

Uno de los mejores exponentes de este encierro de espacios públicos lo
constituye la fuente de la Plaza Vieja, en el corazón de La Habana
intramuros. Los poco enterados se extrañan con el fenómeno de las rejas
que rodean el agua. No saben que esta zona posee tantos problemas con el
abastecimiento del líquido, que ha habido vecinos trayendo cubetas y
tanques para llevárselo. Un espectáculo que refleja la Cuba verdadera,
esa que no se ve en las postales.

Frente a la Estación Central del ferrocarril –otro decadente ícono de la
ciudad– un parque ofrece cualquier cosa menos una invitación a
relajarse. Viejas locomotoras de vapor se oxidan tras las rejas, junto a
los bancos que tampoco se usarán jamás.

Esta situación forma parte de un círculo vicioso que se completa con el
vandalismo. La idea primaria es que los parques permanezcan cerrados
para que los vecinos –que no son extranjeros, sino al parecer unos
"incivilizados" cubanos– no les hagan daño, al tiempo que la falta de
contacto y el "prohibido pasar" podrían estar dificultando la creación
de un respeto por el entorno urbano o el sentido de pertenencia.

Por eso Nercy Pérez, quien trabaja en el ya mencionado jardín de
Teniente Rey y Habana, quisiera que las escuelas de la zona se
integraran más en los proyectos que ella promueve junto a sus colegas.
"Si los niños aprenden desde edades tempranas a cuidar, ya después todo
será más fácil". La mujer es de la opinión que "la gente no tiene
cultura" del cuidado. Efectivamente, tuvo que interrumpir la
conversación para regañar a un estudiante que pasó y arrancó sin más una
de sus plantas.

Otros vecinos se quejan por la falta de espacios públicos. "Los niños no
tienen donde jugar. Tienen que estar en la calle. Los viejitos no
encuentran donde sentarse", critica Joaquín, de la barriada El Cristo.
La plaza que lleva este último nombre ha estado cerrada por vallas
metálicas durante mucho tiempo. Su interior no se parece en nada al
lugar por donde corretearon generaciones de habaneros.

También clausurada al público, la Plaza del Cristo enfrenta una de las
tantas reparaciones interminables que se pueden ver en La Habana Vieja,
entre inmuebles que se desmoronan y calles sucias. Lo que resulta obvio,
por desgracia para quienes añoran una ciudad bonita, es que por aquí no
pasan tantos turistas.

"La única opción para los hijos es llegar al Parque de los Inflables",
se queja Norma, madre de dos pequeñas. Concluye: "Claro, como ese sí da
dinero, entonces no lo cierran".

Source: Mírame y no me toques -
http://www.14ymedio.com/reportajes/Mirame-toques_0_1703829604.html

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