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Saturday, January 17, 2015

Los cinco errores de Obama en su política hacia Cuba

Los cinco errores de Obama en su política hacia Cuba
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 17 Ene 2015 - 4:56 pm

Obama cree que ha resuelto un problema enmendando las relaciones con
Raúl Castro. Falso: lo que ha hecho es aplazarlo. En el futuro próximo
se presentarán otras crisis que arrastrará a EEUU.

La visita a Cuba el 21 de enero de Roberta Jacobson, subsecretaria del
Departamento de Estado de EEUU para asuntos del hemisferio, encaminada a
retomar oficialmente el diálogo con la dictadura de los Castro, será
problemática. La diplomática, siempre muy preocupada por los temas de
derechos humanos, llega a la Isla en una posición muy débil debido a que
Obama entregó previamente todos las bazas de negociación con que contaba
EEUU. La señora Jacobson tendrá en su contra, por lo menos, los cinco
peores errores de Barack Obama en su nueva política cubana.

El primer error de Barack Obama es suponer que le puso fin a una
política que no había funcionado.

Eso no es cierto. El propósito de liquidar al régimen comunista no
existe desde 1964, cuando Lyndon Johnson terminó de un plumazo las
operaciones subversivas contra Castro y puso en marcha una estrategia de
"contención", en alguna medida similar a la utilizada frente a la URSS,
basada en tres elementos primordiales: propaganda, restricciones a las
relaciones económicas y aislamiento diplomático.

Eran medidas de Guerra Fría contra un país que nunca ha dejado de
combatir a EEUU. Washington desde entonces no ha tratado seriamente de
eliminar al castrismo. En la primera mitad de los 90, cuando había
desaparecido la URSS y el castrismo carecía de aliados, hubiera sido muy
fácil ponerle fin a la dictadura cubana, pero a Bill Clinton no le
interesaba erradicar el régimen vecino.

Pudo hacerlo, con el apoyo o la indiferencia de aquella Rusia de Boris
Yeltsin y su canciller Andrei Kozyrev, cuando Castro desató el
"balserazo" en 1994. Pudo hacerlo después en 1996, cuando derribó las
avionetas de Hermanos al Rescate y autorizó el asesinato de varios
norteamericanos en aguas internacionales. Pero Clinton ni siquiera
consideraba a Cuba un país enemigo y se limitó a firmar la Ley Helms-Burton.

Cuba le parecía un anacronismo histórico, un fenómeno de Parque
Jurásico, pero no estaba interesado en eliminar a ese gobierno de la faz
de la tierra. Entonces prevalecía la idea que se trataba de una tiranía
decrépita que colapsaría con el tiempo. Era, pensaba, una verruga que se
caería sola. No había que extirparla.

Tal vez Obama debió decir que cancelaba unas medidas de Guerra Fría
contra un país que había superado ese periodo de la historia, pero,
¿cómo explicar que en julio de 2013 detuvieran en Panamá un barco
clandestinamente cargado en Cuba con 250 toneladas de pertrechos de
guerra? ¿Cómo reclasificar como "país normal" a una nación calificada
como terrorista, aliada de las peores tiranías islamistas —Irán, la
Libia de Gadafi— que se confabula con Venezuela, Bolivia, Ecuador y
Nicaragua para articular una gran campaña antinorteamericana, como en
los peores tiempos de la Guerra Fría? ¿No continúan en Cuba, protegidos
por las autoridades, decenas de delincuentes norteamericanos, políticos
y comunes?

Cuba no era un exenemigo. Mantenía intacta su virulencia antiamericana.

El segundo error ha sido cancelar esa política de contención sin tener
una visión estratégica que defina con qué sustituirla y cuáles son los
objetivos que se persiguen.

Es obvio que lo que debiera interesarle a EEUU es que en esa isla tan
cercana a sus fronteras, y que tantos percances le ha causado, haya un
gobierno democrático, pacífico y políticamente estable, para que no se
produzcan espasmos migratorios como los que ya han trasladado al 20% de
la población cubana a territorio norteamericano. Costa Rica es un buen
ejemplo de ese modelo de nación tranquila latinoamericana que describo.

Asimismo, lo conveniente para todos, y especialmente para los cubanos,
es que en Cuba haya una sociedad próspera, desarrollada y amistosa, con
la cual realizar muchas transacciones comerciales, mutuamente
satisfactorias. La tonta "teoría de la dependencia", caracterizada y
resumida en Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano,
carece de sentido. Para EEUU lo preferible es una Cuba rica y sosegada,
antes que una Cuba tumultuosa y empobrecida.

¿Se consiguen esos objetivos democráticos y estabilizadores potenciando
a una dinastía militar empeñada en el colectivismo, el partido único y
la falta de derechos humanos? ¿Se logra fomentar una sociedad rica
ignorando que Raúl y sus militares se han divido el aparato productivo a
la manera mafiosa de Rusia? ¿No es obvio que, al no crear instituciones
de derecho capaces de absorber los cambios y transmitir la autoridad
ordenada, pacífica y democráticamente, esa isla está abocada a nuevas
confrontaciones y conflictos a medio plazo?

Obama cree que ha resuelto un problema enmendando las relaciones con
Raúl Castro. Falso: lo que ha hecho es aplazarlo. En el futuro próximo
se presentarán otras crisis que arrastrará a EEUU. Así ha sido desde el
siglo XIX. Es lo que ocurre cuando no se curan permanentemente las heridas.

El tercer error es el daño que le ha hecho a la oposición democrática.
Tal vez es el más grave de todos. Durante décadas, el mensaje de los
disidentes más acreditados a la dictadura fue muy claro: "sentémonos a
conversar y entre cubanos busquemos una salida democrática. El problema
es entre nosotros, no entre Washington y La Habana".

A ese planteamiento —que, con matices, fue el de Gustavo Arcos, de la
Plataforma Democrática Cubana, de Oswaldo Payá— el régimen respondía con
represión y acusaciones de que se trataba de una maniobra de la CIA.
Pero ese desenlace, como en Europa del Este, como en el Chile de
Pinochet, como en la Nicaragua de 1990, era el mejor para todos,
incluido EEUU, y era el camino obvio para cualquiera que heredara el
poder de los Castro, ambos ya en su etapa final por razones biológicas.

No obstante, para lograrlo, Washington debía mantenerse firme y remitir
a la dictadura a la aduana opositora, cada vez que directa o
indirectamente se insinuaba la posibilidad de la reconciliación. El
problema era entre cubanos y debía solucionarse entre cubanos. Esto lo
entendieron muy bien Bil Clinton y George W. Bush, los dos presidentes
norteamericanos de la era postsoviética, y es lo que irresponsablemente
acaba de invalidar Obama, eliminándole a la oposición toda posibilidad
de ser un actor importante en la forja del destino de la Isla.

¿Para qué hacer reformas democráticas, dirán los herederos de Castro, si
ya se nos acepta tal y como somos? ¿No declaró, Roberta Jacobson, a
nombre del Gobierno estadounidense, que no se hacían ninguna ilusión con
respecto a que los Castro permitieran las libertades? A los 13 días
exactos de anunciada la reconciliación, el 30 de diciembre de 2014, la
policía política cubana detuvo o inmovilizó en sus casas a unas cuantas
decenas de intelectuales y artistas que trataban de realizar una
performance en la Plaza de la Revolución. ¿Cuál es el incentivo que le
queda a Washington para inducir el respeto a los derechos humanos, si ya
ha hecho la mayor parte de las concesiones unilateralmente?

Lo dijo con toda claridad el alto oficial de inteligencia Jesús
Arboleya, diplomático y experto cubano en las relaciones con EEUU y
Canadá, respondiendo a una entrevista que le hicieran en El Nuevo Día de
Puerto Rico el 30 de diciembre de 2014. El periódico le preguntó si
temía a la nueva política de Obama: "¿Por qué si antes, que tenían todo
el poder para imponer sus valores, no les funcionó, les va a funcionar a
partir de ahora?".

La dictadura está eufórica. Siente que tiene carta abierta para aplastar
a los demócratas sin pagar por ello el menor precio. Obama ha
contribuido insensiblemente a debilitar a la oposición.

El cuarto error es de carácter moral. Desde la época de Jimmy Carter, en
EEUU se fue generando una doctrina democrática para América Latina. Se
planteó la excepcionalidad de la región a los efectos de defender la
democracia y la libertad.

EEUU, por razones estratégicas, o por realpolitik, podía no exigirle a
China que tuviera un comportamiento democrático, pero, de la misma
manera que América Latina podía ser declarada región libre de armas
nucleares, era factible declararla libre de dictaduras y de abusos
contra los derechos humanos.

Este espíritu culminó en la firma de la Carta Democrática
Interamericana, suscrita por todos los países del hemisferio en Lima el
11 de septiembre de 2001, el mismo día del ataque de los islamistas a
New York y Washington. En el documento, se describían los rasgos y
comportamientos de las naciones aceptables para formar parte de la OEA.
Cuba no cumplía con ninguno de esos requisitos. Era una despreciable
dictadura calcada del modelo soviético-estalinista.

De alguna manera, el texto de esa Carta, en la que trabajó arduamente
EEUU, ponía fin a la tradición vergonzosa de permanente componenda entre
Washington y las peores dictaduras latinoamericanas a lo largo del siglo
XX: Trujillo, Stroessner, Somoza, Batista, y un largo etcétera. Ya no
tendría validez el cínico dictum de "es un hijo de puta, pero es nuestro
hijo de puta".

Tras la reconciliación entre Obama y Raúl Castro, EEUU vuelve a las
andadas. Hace en casa el gran discurso de la libertad, pero lo desmiente
en su conducta diplomática. Es verdad que eso es lo que deseaban muchos
países latinoamericanos, pero no deja de ser una pena que en las
relaciones interamericanas no haya espacio para las consideraciones
morales. EEUU ha sacrificado inútilmente su posición de líder ético y ha
regresado al peor relativismo moral. Una gran pena.

El quinto error de Obama es de carácter legal. EEUU es una república
dirigida por los delegados de la sociedad seleccionados por medio de
elecciones democráticas. Entre ellos el presidente es el principal
representante de la voluntad popular, pero no el único. Hay un poder
legislativo que comparte muchas de las funciones con la Casa Blanca, y
existe una Constitución, interpretada por el poder judicial, a la que
todos deben atenerse. Como todos sabemos, la esencia de la república es
la división de poderes para evitar la dictadura y para obligar a la
dirigencia a buscar fórmulas de consenso.

Es posible que las encuestas reflejen que una mayoría de la sociedad
norteamericana apoya coyunturalmente la reconciliación con la dictadura
cubana —como en 1939 la mayoría apoyaba la neutralidad frente a los
nazis—, pero ese dato tiene una importancia relativa. EEUU, insisto, es
una república ajustada a derecho y es una democracia representativa. Eso
es lo que cuenta y tiene muy poco que ver con las encuestas o con las
decisiones asamblearias.

Pues bien: es muy posible que una parte sustancial de los dos años de
mandato que le quedan al presidente Obama tendrá que dedicarlos a
defender en la Cámara y en el Senado por qué engañó a la opinión pública
y por qué engañó a los otros poderes del Estado, diciéndoles, hasta la
víspera del anuncio junto a Raúl Castro el 17 de diciembre de 2014, que
no haría concesiones unilaterales, a menos que la dictadura cubana diera
pasos hacia la libertad y la apertura. No fue una maniobra diplomática
silenciosa. Fue engañosa.

En las dos cámaras hay cinco congresistas y tres senadores
cubanoamericanos, republicanos y demócratas que tienen un enorme
expertise en el tema. ¿No debió el Presidente conversar previamente con
ellos sobre su política cubana en busca de opiniones y consejos? ¿No
existe la cordialidad cívica en la Casa Blanca? ¿Ni siquiera le merecía
ese tratamiento el senador demócrata Bob Menéndez, chairman del Comité
de Relaciones Exteriores del senado?

Es verdad que la política exterior es una prerrogativa de quien ocupe la
presidencia, pero los legisladores tienen un claro papel que desempeñar
en ese campo y todos sienten que el presidente los ha estafado. Algunos
legisladores, además, suponen que el presidente violó la ley y tratarán
de demostrarlo.

Lo que Obama piensa que es parte de su legado —tener relaciones plenas y
cordiales con una dictadura militar—, tal vez se le convierta en una
pesadilla. Por lo pronto, es un terrible error en el que no habían caído
ninguno de los 10 presidentes que lo precedieron en el cargo. Por algo
sería.

Source: Los cinco errores de Obama en su política hacia Cuba | Diario de
Cuba - http://www.diariodecuba.com/cuba/1421510177_12362.html

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