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Wednesday, January 14, 2015

El dólar del fracaso

El dólar del fracaso
La disidencia conforma un cuerpo heterogéneo, y hasta cierto punto
amorfo en la actualidad, pero el argumento del dinero sirve para
demonizar a todos los grupos
Alejandro Armengol, Miami | 13/01/2015 2:21 pm

"Disidencia cubana espera seguir contando con vital apoyo de EEUU",
según El Nuevo Herald. No hay que culpar de la retórica del titular a la
oposición en la Isla. Es cosa de la agencia de prensa o del diario de
Miami. Pero esa referencia inmediata al dinero encierra un drama
histórico. Al igual que el embargo. Como ocurrió con las incursiones
armadas y los actos de sabotaje. De la misma forma que viene sucediendo
en la arena internacional. Los errores de la política de Washington
hacia el régimen de La Habana arrastran a la disidencia. No es el
fracaso del dólar —que se fortalece a diario en los mercados— sino el
dólar del fracaso, la moneda que paga para proseguir los errores.
Nacida con total independencia de Washington, la disidencia conforma un
cuerpo heterogéneo, y hasta cierto punto amorfo en la actualidad. Pero
en cuanto a imagen en el exterior, siempre enfrenta igual problema:
mientras algunas de las organizaciones más conocidas no reciben fondos
de Washington, el argumento del dinero se emplea por el régimen para
demonizarlas a todas. El tratar de silenciar esta crítica, con el
argumento de que sirve a los fines de La Habana, es repetir la vieja
táctica de aprovecharse de la conveniencia política para obtener
objetivos personales.
Del surgimiento del primer grupo disidente —entonces sí tenía pleno
sentido la utilización del término— a la amalgama actual, en que
diversos medios de prensa se sirven del concepto para caracterizar a un
grupo variopinto de opositores —en que aparecen desde
contrarrevolucionarios hasta activistas en favor de la sociedad civil—
hay un patrón común cuyo significado viene dado por una definición
frente al contrario.
Llama la atención que, en este sentido, la definición por antonomasia
sea la más rechazada: contrarrevolucionario.
Todavía se encuentran organizaciones arcaicas que se definen no por su
esencia sino por la del contrario; grupos reaccionarios que corren a
poner comillas a la palabra "revolucionario", con el argumento de que el
régimen de La Habana nunca mereció tal caracterización. Asombra el valor
que aún conserva el adjetivo, mientras se repudia el nombre. Esa
valoración positiva de lo "revolucionario" tiene su explicación en la
historia de Cuba, pero al mismo tiempo arrastra una dependencia cuando
se trata del exilio. Dependencia que al mismo tiempo se traslada y
alimenta desde la Isla, creando la dicotomía de revolucionarios buenos y
revolucionarios malos. No se trata de negar que en la actualidad el
poder en Cuba sea reaccionario en su actuación y objetivos, sino alertar
sobre la incapacidad de dar un paso más allá: hace falta una nueva
"revolución" ni tampoco una involución, sino una verdadera transformación.
El argumento "revolucionario" ha sido por décadas una de las
justificaciones más socorridas al justificar la necesidad de dinero
desde el exterior, con la invocación de los fondos que desde fuera
alimentaron no solo el proceso independentista contra España, sino la
propia lucha de Fidel Castro por alcanzar el poder. Aquí encuentra
también su talón de Aquiles repetido por los detractores: en su mayoría
era dinero proveniente de los propios exiliados cubanos, no de un
gobierno extranjero.
Aunque el dinero de Washington nunca estuvo ausente de los intentos por
llevar la democracia a Cuba —en particular a través de la CIA y los más
diversos y disparatados planes de contingencia, mediante las armas y/o
los atentados terroristas— a la vez y durante años la recaudación de
fondos "para la lucha" fue parte del panorama del exilio,
fundamentalmente en Miami y New Jersey, hasta convertirse en un dato
folclórico. Solo que con el tiempo tales labores cayeron en el
descrédito más absoluto —debido a estafas, mal uso de todo tipo e
incontables decepciones— y los exiliados se "cansaron de dar".
Surgió entonces una situación que, aunque sustancialmente reducida, ha
continuado hasta nuestros días, en que organizaciones de Miami se
constituyeron en administradores —malos administradores en muchos casos—
de los fondos otorgados por el gobierno estadounidense. Puede situarse
durante el gobierno de Ronald Reagan y el surgimiento de la Fundación
Nacional Cubano Americana el desarrollo de esta táctica, de utilizar
fondos de EEUU y de exiliados para el desarrollo de la oposición
pacífica en Cuba, pero su auge ocurrió durante los dos períodos
presidenciales de George W. Bush. La administración de Obama no se ha
apartado de ese camino hasta ahora, solo que con un énfasis nuevo —poner
el dinero en manos de organizaciones no de Miami sino de otros lugares,
incluso fuera de EEII— e iguales resultados catastróficos.
La amenaza de una excesiva dependencia política al dinero norteamericano
no ha provocado ni un rechazo generalizado —por parte de la oposición en
la Isla—, ni una respuesta emotiva y efectiva en el exilio. No hay un
intento de suplantar con fondos cubanos la mayor parte del dinero
destinado a los afanes democráticos en Cuba, lo que no niega que
organizaciones privadas realicen envíos. Han sido la impericia y la
sospecha de mal uso los que han llevado a cuestionarse e intentar
reducir los fondos suministrados por Washington.
Por años ha ido en aumento la percepción de considerar que, en el mejor
de los casos, el dinero se desperdicia en Miami, viajes a Europa y
publicaciones inútiles; o lo que es peor: se pierde en los bolsillos de
aquellos que viven del "negocio de la disidencia". Poco se ha hecho por
evitarlo, salvo sustituir malos administradores por otros peores.
Mientras que esta es la cara más visible del problema, la crisis es
mucho más profunda. Por encima de los comentarios y las anécdotas sobre
compras incongruentes y gastos exagerados, vale la pena reflexionar
acerca del papel que desempeña una disidencia que depende de los fondos
del gobierno norteamericano para existir y de Miami, Washington o Madrid
para hacerse conocer.
Durante una época Washington estuvo empeñado en repetir en Cuba lo hecho
en Haití, Afganistán e Irak: utilizar a exiliados y opositores para sus
planes, aunque con la distinción de que nunca existió un objetivo de
invasión militar a la Isla por parte de la Casa Blanca. Luego ha
intentado trasladar patrones propios de la mal llamada "Primavera Árabe"
—u otros movimientos en que herramientas como la telefonía móvil y la
internet fueron utilizadas pero no determinaron los cambios— a la
situación cubana, con igual fracaso hasta el momento.
Esta estrategia se ha visto limitada aún más no solo por la reducida
capacidad de acción de una disidencia —debido a la fuerte represión—
sino ante el hecho de que en muchos casos esta se ha mostrado más
preocupada por las libertades políticas que por destacar la urgencia de
un programa de justicia social.
Una cosa es aspirar a que se adopten los beneficios de un sistema
democrático similar al norteamericano —cuyas virtudes y defectos lo
sitúan por encima del actual régimen cubano—, y otra muy diferente es
empeñar la gestión opositora con la sospecha de una dependencia excesiva
a la política de un gobierno extranjero.
Si bien el gobierno de La Habana no ha logrado establecer un programa de
desarrollo económico que satisfaga las necesidades de la población, sí
ha sido capaz de mantener al pueblo bajo el régimen de una economía de
subsistencia. Ni el desarrollo ni la miseria extrema generalizada en
tiempo y espacio.
Mientras la disidencia pudo en un momento enfatizar sus demandas sobre
las diferencias en los niveles de vida —incrementados en los últimos
años—, en su lugar encaminó el discurso hacia la lucha por una
alternativa política y reclamos en favor de la libertad de expresión.
Este esfuerzo se vio afectado por la represión en Cuba, pero tuvo una
amplia repercusión internacional. La situación, sin embargo, ha derivado
hacia un panorama en que elementos dispersos y contradictorios
contribuyen al statu quo: la obligatoria mención a la disidencia de los
gobiernos extranjeros, desde los europeos al norteamericano, mientras en
la Isla impera el aislamiento del movimiento. La prioridad en intentar
que buena parte de la población desarrolle su actividad económica con
independencia del Estado.
La discrepancia entre la proyección internacional de la oposición en
Cuba y su bajo relieve en la Isla ha sido un factor que ha contribuido a
perjudicarla por vías diversas. Desde la acusación injusta de recibir
fondos que en realidad se gastan en Miami hasta la promoción de figuras
menores a partir de sus afinidades con cierto exilio del exilio. Pero
donde los opositores han resultado más afectados es en la repetición de
errores por parte de Washington. Tanto cuando financió la lucha armada
contra Castro como cuando apoyó la vía pacífica, Estados Unidos ha
impuesto no solo su ideología sino también su política.

Source: El dólar del fracaso - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-dolar-del-fracaso-321513

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