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Sunday, January 04, 2015

El arte político como delito común

El arte político como delito común
Posted on 3 enero, 2015
Por Rafael Rojas*

Entre los años 80 y 90, una generación de artistas plásticos renovó la
vida cultural cubana. Una generación que, en medio de la pertenencia al
bloque soviético, estaba al tanto de las corrientes más rupturistas del
arte occidental e intentaba asimilarlas y adaptarlas al contexto cubano.
Una de las artistas emblemáticas de ese tránsito es Tania Bruguera.
Graduada y, luego, profesora del Instituto Superior de Arte de La
Habana, Bruguera se ha convertido, en las dos últimas décadas, en una
las principales figuras del arte de la instalación y el performance en
Iberoamérica.

Profesora varios años de la Universidad de Chicago y de centros de altos
estudios en Francia e Italia, ha participado en las más importantes
bienales del mundo y su obra es mostrada en los más prestigiosos museos
de América, Europa y Asia. Los temas en los que interviene –la violencia
fronteriza en México, las drogas en Colombia, los derechos de los
migrantes, el uso de las armas, la cultura de la muerte…- la ubican,
claramente, dentro de una zona politizada del arte contemporáneo, que
quiere contraponer, a los desajustes del orden global, una cultura
cívica, también globalizada.

Con la misma geografía ideológica

Ni el currículum ni la geografía ideológica que sustentan el arte de
Bruguera impidieron al gobierno cubano, que dice encarnar "la
izquierda", asumir un performance, programado para el 30 de diciembre en
la Plaza de la Revolución de La Habana, como una amenaza a la seguridad
nacional. A la artista se le negó permiso para realizar su obra en un
espacio público, varios disidentes cubanos, que planeaban asistir al
evento, fueron arrestados horas antes del mismo, la policía acordonó la
zona de la plaza donde tendría lugar el performance y la propia artista
ha sido detenida en tres ocasiones en los últimos días.

Al igual que en la obra "El susurro de Tatlin", presentada en la Bienal
de La Habana de 2009, Bruguera proyectaba otorgar un minuto a personas
del público para que hicieran uso limitado de los micrófonos. Proponía
que los asistentes se presentaran con las manos alzadas, en señal de
desarme, y que no hicieran llamados a la violencia. A pesar de que, como
en cualquier otro performance, la artista preveía la participación de
una minoría de espectadores/actores, el gobierno cubano entendió la obra
como el principio de una "primavera árabe" o de una gran manifestación
de descontento popular.

Las principales asociaciones y publicaciones de la cultura oficial se
movilizaron contra la artista, en medios electrónicos del gobierno,
presentándola como "contrarrevolucionaria", "antipatriótica" y agente
del imperialismo. El colmo fue la declaración de la Sección de Artes
Plásticas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), que
aseguró que la obra de Bruguera "no era un performance sino una
provocación política".

Es inconcebible que funcionarios o ideólogos de la cultura, en pleno
siglo XXI, desconozcan que un performance es, precisamente, una
provocación política lanzada desde el discurso estético del arte. La
incapacidad para distinguir entre la intervención política de una obra
de arte y la acción política propiamente opositora coloca al gobierno
cubano en la misma línea de intolerancia donde se ubican algunos de los
más rígidos autoritarismos contemporáneos, como la Corea de Kim Jong Un
o la Rusia de Vladimir Putin.

Criminalización de la libertad

Pero no es por desconocimiento que la policía política y la burocracia
cultural actuaron de un modo tan represivo. Desde hace años la política
cultural de la isla saca dividendos de una integración acotada al
mercado global del arte. Aún así, por muy flexible o realista que aspire
a ser, esa política cultural no puede desentenderse de la maquinaria
legal y penal de la represión en Cuba, que parte de la criminalización
de la libertad de asociación y expresión por razones de seguridad
nacional. Un valor agregado, tan estético como político, del performance
de Bruguera es que ejerce presión sobre los límites de ese aparato
jurídico y político y, a la vez, expone el núcleo del estado de
excepción en Cuba.

El carácter infranqueable de esos límites ha quedado nuevamente
confirmado en los últimos días del 2014. Tras más de 24 horas de
arresto, el 31 de diciembre, Bruguera convocó a una conferencia de
prensa en el Monumento al Maine, en el malecón habanero, con lo cual
exhibió una conciencia admirable del dominio de la coyuntura política en
que discurría su acción artística. Para impedir la conferencia, el
gobierno cubano volvió a detener a la artista, en un gesto que reafirma
la voluntad de prohibir que, ni si siquiera a través del arte, voces
autónomas resuenen en la esfera pública cubana. Todavía el 1º de enero,
cuando trataba de indagar sobre el paradero de algunos activistas, en
una estación de policías, la artista fue nuevamente encarcelada.

La represión contra el performance de Tania Bruguera ha reiterado la
criminalización del arte político en Cuba. Una criminalización que
responde a la codificación penal y constitucional de la ausencia de
Estado de Derecho en Cuba. Si algo demuestra este nuevo capítulo del
historial represivo del régimen cubano es que la cultura no está al
margen de esa impunidad jurídica y política, por mucho que burócratas o
ideólogos persistan en reducirla a una panacea neutral o a un relato
ventrílocuo del poder. La obra de Tania Bruguera demuestra, a la vez,
que la cultura y, específicamente, el arte, siguen siendo mecanismos
válidos para incidir en la democratización de sociedades cerradas.

*Este artículo fue publicado originalmente en el diario mexicano La
Razón y se reproduce en CaféFuerte con el consentimiento del autor.

Source: El arte político como delito común | Café Fuerte -
http://cafefuerte.com/cuba/20915-el-arte-politico-como-delito-comun/

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