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Wednesday, January 07, 2015

Detrás de las performances

Detrás de las performances
Pretender que "los cubanos de a pie" –no los opositores ni los
desobedientes habituales– harían uso espontáneo de micrófonos abiertos
en "esa" plaza para exigir derechos al gobierno, es una ingenuidad, una
utopía. La idea es bella y romántica, pero se distancia enormemente de
la realidad
miércoles, enero 7, 2015 | Miriam Celaya

LA HABANA, Cuba. — Durante los días finales del año 2014 y los primeros
tres del 2015, han estado doblando las campanas por la artista Tania
Bruguera y la ola de detenciones que despertó su anuncio de la
performance El susurro de Tatlin #6, con el que pretendía ofrecer un
minuto de libertad de expresión a los cubanos "de a pie" de la Isla,
ante un micrófono abierto, en la mismísima Plaza "de la Revolución".

Las autoridades respondieron con su violencia acostumbrada, deteniendo y
arrojando a los calabozos a varias decenas de disidentes, entre
activistas opositores, periodistas y otros miembros de la sociedad civil
independiente, algunos de los cuales ni siquiera tenían la intención de
participar del acto y fueron apresados solo por el delito de salir de
sus casas en el día "equivocado".

Los comentarios sobre el tema han pululado en los medios digitales. No
podía ser menos tratándose de una reconocida y galardonada artista como
Bruguera, con una prolífica trayectoria, aunque casi una total
desconocida por los potenciales destinatarios de su performance.

Tania Bruguera, en fin, ha sufrido el mismo destino que los opositores y
otros miembros de la sociedad civil independiente vienen enfrentando
desde décadas atrás: la censura y represión del régimen, a la vez que la
proverbial ignorancia –sea por desinformación o por abulia– de esos
mismos "cubanos de a pie". Así, se reafirma la imperiosa necesidad de
poner al alcance de todos los cubanos la capacidad de información que
les permita el empoderamiento cívico y la disposición para erigirse
protagonista de los cambios.

¿Torpeza o intención?

Las razones de Tania Bruguera para la realización de su performance son
harto conocidas y están más que justificadas. La represión orquestada
por el gobierno cubano, en cambio, si bien predecible, resulta
contraproducente en un momento en que debería esforzarse por ofrecer un
rostro más tolerante.

El General-Presidente ha perdido una oportunidad de oro para anotarse un
tanto ante la opinión pública internacional, haciendo gala de una
torpeza tan escandalosa que solo se entendería si tuviera la deliberada
intención de lanzar un desafío a las posiciones conciliadoras de Barack
Obama y al mundo democrático en su conjunto.

Cualquier conocedor de la realidad cubana sabe que a la dictadura le
hubiese resultado muy fácil aniquilar el "efecto Tatlin" y, de paso,
hacer quedar en ridículo a la artista, utilizando sus métodos
habituales. A saber, permitir que ésta montara su tribuna y sus
micrófonos, controlar o impedir la entrada de los
"contrarrevolucionarios" –probablemente los únicos cubanos que se
hubiesen atrevido a ejercer la libertad de expresión públicamente y
decir de viva voz sus opiniones y exigencias–, movilizar a sus
militantes más fieles (y también a los militontos útiles) para llenar el
espacio y hacerles tomar los micrófonos para lanzar las acostumbradas
loas a la revolución y a sus líderes.

Incluso, podría haber utilizado a sus agentes infiltrados en las filas
opositoras para ofrecer el "rostro rabioso" de los que quieren acabar
con el paraíso socialista, haber simulado apoyo a la obra de Bruguera
compartiendo el espacio de la Plaza con obras de La Colmenita, o
celebrando simultáneamente cualquier otro "acto cultural" con la
participación de los numerosos artistas que usualmente se prestan para
tales casos. Con seguridad, hubiese sido un evento multitudinario y el
General-Presidente hubiese demostrado al mundo, a la vez que la
existencia de "la más auténtica y espontánea libertad de expresión del
pueblo cubano", la firme adhesión de éste a la revolución y a sus
incuestionables conquistas.

Eligió, sin embargo, la brutalidad, con una desproporcionada reacción
oficial que lanza señales equívocas, incongruentes con el clima de
distensión que debería comenzar a respirarse con el entierro de las
hachas de guerra después de medio siglo de confrontación con el enemigo
natural de los pueblos. Pero, ¿realmente alguien esperaba otro resultado?

Detrás de las performances

No faltan quienes se preguntan, a raíz de los sucesos, si la performance
de Tania Bruguera valió la pena, ya que fue ocasión para que se desatara
la represión en unas fechas en que las tradiciones familiares son de
celebración y paz. La respuesta a esto depende de los objetivos de la
artista, no de la reacción del gobierno cubano. Si la intención era
llamar la atención de la opinión pública internacional sobre el carácter
dictatorial del régimen, el mero propósito tuvo éxito, y valió la pena.
Pero el costo, a saber, la réplica represiva de las autoridades, es lo
habitual en Cuba –como bien conoce la sociedad civil independiente de la
Isla, con décadas de resistencia frontal contra el gobierno–, y la
artista no es responsable de esto.

En otro orden, todo ejercicio cívico de derechos y la libre expresión
valen la pena, sea éste una performance o sencillamente una práctica
cotidiana, pero tampoco hay que magnificar los hechos ni atribuir a la
tentativa de un evento artístico la capacidad de "entorpecer la
normalización" de las relaciones entre Cuba y EE UU. Definitivamente, la
tendencia al drama es uno de los males que arrastramos los cubanos y que
nos convierte en miopes políticos.

Ahora bien, pretender que "los cubanos de a pie" –no los opositores
"mercenarios" ni los desobedientes habituales– harían uso espontáneo de
micrófonos abiertos en una plaza pública (y en particular en "esa"
plaza) para hacer reclamos ciudadanos y exigir derechos al gobierno, es
una ingenuidad, una utopía o una combinación de ambas cosas. La idea es
bella y romántica, pero se distancia enormemente de la realidad. No
idealicemos: que los cubanos comunes, sumergidos en la supervivencia,
necesiten de espacios de libertad no significa que estén preparados para
retar abiertamente al gobierno, en particular si después de las
performances seguirán atados irremediablemente a esta cárcel insular. Se
requiere mucho más para vencer el miedo a un minuto sobre una tribuna y
ante un micrófono.

Un apresurado sondeo es suficiente para comprobar que los destinatarios
del acto no se enteraron. De hecho, ni la propuesta artística ni la ola
de detenciones asociada han trascendido a la opinión pública nacional.

Los habaneros que el pasado 30 de diciembre observaron el inusual
despliegue policial en las áreas aledañas a la Plaza nunca supieron de
qué se trataba, y probablemente tampoco le dieron mayor importancia. Hay
que entenderlos: eran días de había feria agropecuaria y, para colmo, en
muchos municipios se estaba distribuyendo el pollo "de población".

No es cinismo, sino realismo. En materia de derechos, a los cubanos nos
queda un largo camino por recorrer, que incluye –por cierto– superar la
tentación de colocar sobre la mesa del despacho presidencial
estadounidense las exigencias que tendrían que responder las autoridades
de la Isla. Al menos tal es la opinión de esta cubana, para quien el
ejercicio de la libertad de expresión ha sido siempre una práctica, no
una performance.

Source: Detrás de las performances | Cubanet -
http://www.cubanet.org/opiniones/detras-de-las-performances/

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