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Tuesday, November 04, 2014

El New York Times y el castrismo

El New York Times y el castrismo
Los editoriales del influyente diario, mezcla rara de conmiseración,
desprecio y aires de superioridad, solo persiguen un fin: negocios
martes, noviembre 4, 2014 | Miriam Celaya

LA HABANA, Cuba -La intensa batalla que se ha desatado en torno al tema
del Embargo estadounidense, especialmente desde los editoriales del
diario New York Times (NYT), demuestra que el castrismo no solo tiene
brazos muy largos, sino que cuenta con fuertes aliados para consumar su
transmutación de dictadura comunista a monopolio capitalista de Estado,
manteniendo la misma oligarquía militar en el poder.

En el fragor del combate, parece haberse perdido hasta el sentido común.
Si realmente el Embargo es una política obsoleta que no ha cumplido su
objetivo de asfixiar a la dictadura cubana y que, en cambio, la
legitima, ¿por qué esta clama tanto por su derogación, en particular en
la última década? En el año 2008 el propio Presidente, Barack Obama,
expresó, razonablemente, que la medida podría constituir un instrumento
de presión sobre el gobierno cubano. Lo es, sin dudas, a pesar de todas
sus limitaciones e implicaciones.

Otro acorde que no suelen tocar los editoriales del NYT es el hecho de
que los motivos por los que se estableció el Embargo, esto es, la
intervención y expropiación de las propiedades estadounidenses por parte
del gobierno de Castro, sin las debidas compensaciones, todavía se
mantienen, de manera que una supresión del Embargo deberá pasar antes
por numerosas consideraciones, salvo que se quiera legitimar la
impunidad de la parte cubana.

Desde luego, sería ingenuo y hasta romántico suponer que el NYT haya
traicionado con esto algún tipo de principio ético-democrático. En
realidad los grandes medios no son los paladines de la democracia que a
veces nos gusta imaginar, sino que responden a intereses particulares de
importantes grupos de poder político y económico. Como vocero capaz de
mover la opinión pública, y obviamente beneficiario de esos intereses,
el NYT está apostando duro junto al régimen castrista y seguramente
junto a otros actores invisibles, por el levantamiento unilateral del
Embargo, no porque sea un diario "socialista", como suelen afirmar
algunos, sino porque cuando se trata de ganancia$ desaparecen los
escrúpulos y rigen las relaciones entre poderes. El capital no tiene
ideologías.

No menos ingenuo resulta imaginar que los grandes medios reflejen las
aspiraciones de los lectores o que éstos dicten las pautas. En realidad
es exactamente al revés: la prensa influye sobre las masas actuando
sobre la opinión de amplios sectores sociales, con tanta mayor fuerza
cuanto mayor y más poderosa sea su capacidad de difusión. Los medios
conocen al público lector y la manera de movilizarlo por una causa,
incluso en sociedades donde existe libre flujo de información. Es en esa
capacidad movilizadora donde estriba su poder, que ahora –justo cuando
el Embargo podría verdaderamente constituirse en elemento de presión
contra la dictadura cubana– parece tener entre sus prioridades más
perentorias exigir su levantamiento.

Un viejo romance

En febrero de 1957, el periodista Herbert Lionel Matthews, del NYT,
subió a la Sierra Maestra para entrevistar al joven Fidel Castro, para
entonces un guerrillero sin guerrilla que había sobrevivido casi
milagrosamente al desembarco –casi naufragio– del yate Granma frente a
los manglares surorientales de Cuba, y había logrado reagrupar un puñado
de seguidores, núcleo inicial de un "Ejército Rebelde" que apenas un par
de años después entraría triunfante en la capital cubana para entronizar
en el poder la más larga dictadura que haya conocido este Hemisferio.

Dicha entrevista, y la que realizó clandestinamente por esos días al
líder estudiantil José Antonio Echeverría, dieron lugar a tres trabajos
publicados por Matthews en el propio NYT, y sirvieron para desmentir las
declaraciones oficiales de aquella otra dictadura, la de Fulgencio
Batista, que negaban la presencia de rebeldes en la Sierra, y para
apuntar el rechazo de los cubanos al régimen, en tiempos en que éstos
tenían libre acceso a la información.

Aunque más tarde Matthews reconoció que en aquella memorable entrevista
él ignoraba que el flamante ejército de Castro estaba formado por solo
18 hombres con unos pocos rifles, la divulgación resultó esencial para
la consagración de lo que años después devendría mito: la revolución
cubana, con amplio respaldo popular, y en particular la figura de Fidel
Castro.

Vale apuntar que tanto Matthews como sus editores del NYT contaban con
las cartas necesarias para el éxito editorial de la noticia: por una
parte, se trataba de una innegable primicia; por otra, daba seguimiento
a una saga que se había iniciado con el golpe de estado de Fulgencio
Batista –sujeto que no contaba con la simpatía del gobierno
estadounidense–, y continuaba con el asalto al Cuartel Moncada por parte
de un grupo de jóvenes liderados por el propio Fidel Castro, el juicio
de los asaltantes, la amnistía que les devolvió la libertad y, por
último, el desembarco por Oriente y el establecimiento del foco
guerrillero en la Sierra Maestra.

Nada tan afín al público norteamericano, culturalmente arraigado en
leyendas de superhéroes justicieros, como la imagen de un ídolo
aventurero y valiente capaz de asaltar una fortaleza militar, sobrevivir
al castigo y a la prisión, regresar desafiando los embates del mar e
internarse en un monte remoto, en medio de sacrificios y privaciones,
para arremeter con un ejército de hombres justos contra el villano opresor.

De esta manera el NYT, quizás sin proponérselo, dio inicio a un largo y
controvertido romance mediático que a lo largo de cinco décadas, y tal
como correspondería a un viejo matrimonio, ha estado marcado por
sucesivos períodos de disputas y reconciliaciones.

Ni amor ni odio: negocios

Cierto que el NYT apela a la sensiblería más barata cuando finge interés
en la mejoría de las condiciones de vida de los cubanos. Es sabido que
éstas no dependen directamente del Embargo, sino de la índole represiva
y totalitaria del gobierno de la Isla. Tampoco sus editoriales están
movidos por el odio, como gritan los más iracundos. Esa rara mezcla de
conmiseración, desprecio y aires de superioridad solo persiguen un fin:
negocios.

En rigor, se puede o no estar de acuerdo con el levantamiento del
Embargo. Lo perverso en este caso son los argumentos que presentan los
partidarios de su levantamiento incondicional –y quizás esta palabra,
"incondicional", es la clave esencial del asunto–, porque en los últimos
años el Embargo no ha hecho más que flexibilizarse en beneficio no solo
de los cubanos de ambas orillas, sino con pingües ganancias para el
gobierno.

Huelgan ejemplos de ajustes al espíritu original de la draconiana
medida, como el aumento de las remesas, la compra directa de alimentos a
productores estadounidenses, las conversaciones entre ambos gobiernos
con la firma de acuerdos en temas relacionados con el control y
persecución del tráfico de drogas y humano, correos, los intercambios
académicos y hasta la visita de turistas estadounidenses a la Isla.

En lo tocante al turismo, el flujo de clientes estadounidenses ha ido
aumentando desde aproximadamente cuatro o cinco años atrás a través de
vuelos chárter de compañías cuyas oficinas operan tanto en EE.UU como en
Cuba. De la afluencia de turistas norteños soy testigo puesto que un
paquete de ellos utilizó el mismo vuelo que yo –K8 426, Atlantic
Airlines, correspondiente a las 10:00am del domingo 26 de octubre de
2014– para arribar desde Miami hasta La Habana. La compañía se denomina
Xael, y se especializa en esos vuelos directos que, dicho sea de paso,
aplican a los viajeros cubanos un excesivo impuesto arancelario al más
puro estilo castrista.

Por su parte, el régimen cubano que siempre ha fomentado una relación
tirante con las autoridades estadounidenses, en particular con el NYT y
con todos los grandes medios de prensa de ese país, continúa
comportándose como la amante despechada que en público –léase en
escenarios como la ONU, la OEA, y otros de la política internacional–
mantiene un discurso ácido y acusatorio contra el gobierno de EE.UU;
mientras en privado busca canales secretos para comunicarse con aquel y
coquetea con "el enemigo" a espaldas de los gobernados.

Y esta es la jugada más pérfida, porque tanto la oligarquía Castro como
el lobby anti-embargo pretenden hablar en nombre de los cubanos, quienes
jamás han sido convocados para debatir abierta y libremente sobre sus
puntos de vista acerca del tema, pese a que han soportado por más de
medio siglo el peso del bloqueo impuesto hacia dentro de Cuba por la
satrapía verde olivo y que no guarda relación alguna con el Embargo
estadounidense.

Ahora el NYT considera oportuno "ponerle fin a la era de enemistad con
Cuba" y declara que esto "representa la mejor oportunidad para fomentar
un futuro más próspero en la isla". Y no es que los señores
editorialistas ignoren la vileza que supone proponer una "prosperidad"
en ausencia de libertad; sino que sencillamente no les importa. Lo
verdaderamente importante para ellos son "las oportunidades que una
expansión del comercio, comunicación y relaciones interpersonales
representaría para empresas norteamericanas y cubanos en la isla".

Como "cubanos en la isla" debemos asumir al privilegiado grupo
empresarial de Miami que ha manifestado sus intenciones de invertir
capital en Cuba, aun a despecho de la exclusión que sufren sus
compatriotas de acá, y de las leoninas condiciones de contratación
sancionadas en el nuevo Código Laboral, que violan de manera flagrante
no solo los derechos laborales de los trabajadores cubanos, sino las
propias leyes estadounidenses que condenan el trabajo en condiciones de
esclavitud o semi-esclavitud, y que los aspirantes a empresarios
estarían violando. Un pequeño detalle que el NYT omite conveniente y
discretamente.

Pero quizás lo más lamentable de todo este circo Embargo vs Anti-embargo
es que una vez más los temas más raigales que pudieran definir en gran
medida el futuro de Cuba y de los cubanos se debate, no en la Isla –pese
a que actualmente vive su fiesta "democrática" en otro inservible
proceso de Rendición de Cuentas a nivel de vecindario, lejos de los
devaneos amorosos del NYT y de Palacio de la Revolución– sino en la
lejana redacción de un diario extranjero y en los círculos politiqueros
que han comenzado a frotarse las manos, prestas a estrechar las de los
Castro.

Ahora ya no hay en Cuba héroes barbudos que el NYT pueda entrevistar en
las montañas. De hecho, aquí los héroes suelen ser encerrados en lo
profundo de las cárceles y la prensa no tiene acceso a ellos. Quizás a
ciertos periodistas del NYT les gusta la adrenalina, pero no en exceso,
así que es tiempo de buscar ganancias palpables en el mito de la
revolución y en sus hacedores. Nada que deba sorprendernos. A fin de
cuentas, nada guarda tantas semejanzas entre sí como dos viejos adversarios.

Source: El New York Times y el castrismo | Cubanet -
http://www.cubanet.org/destacados/el-new-york-times-y-el-castrismo/

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