Pages

Saturday, November 15, 2014

A un año del asesinato

A un año del asesinato
"Brother, ya no doy más", me dijo. Y se montó en una balsa. Oficialmente
murió ahogado. Pero lo asesinaron, lo mismo que a cientos de balseros
que no llegaron a ser libres
jueves, noviembre 13, 2014 | Luis Cino Álvarez

LA HABANA, Cuba. — Por estos días se cumplió el primer año de la muerte
de Juan Carlos Peña Naranjo. O más bien de su asesinato. Porque a Juan
Carlos lo mataron, aunque el parte forense dijera que murió ahogado.

Unos maleantes armados con machetes se apoderaron de la balsa en la que
pretendía llegar a la Florida y lo tiraron al agua a varias millas de la
costa, a la altura de Boca Ciega.

Juan Carlos es uno más de los miles de cubanos que han muerto en el
mar, tratando de llegar a las costas norteamericanas, pero que a nadie
se le ocurra decir que intentaba emigrar por motivos económicos, como
cualquier otro pobre del Tercer Mundo: Juan Carlos, más que a una vida
mejor, aspiraba a ser libre.

Juan Carlos era un opositor al régimen. Lo fue desde que tuvo uso de
razón. Sus encontronazos con el sistema se iniciaron desde que era un
niño. No le perdonaban que hubiese sido Testigo de Jehová y que
prefiriera ir a la cárcel antes que al servicio militar obligatorio. Y
él nunca hizo el menor intento porque lo perdonaran. Al contrario: no
ocultaba su desafección y el profundo rechazo que le inspiraba "esta gente".

Lo conocí bien. Juan Carlos vivía en una cuartería en el número 360 de
la calle San Francisco, a unos 700 metros en línea recta de la casa
donde viví hasta hace 17 años.

En el primer cuarto a mano izquierda, según se entraba por el oscuro
pasillo, en una habitación con barbacoa, vivía con sus padres, su
hermana y sus sobrinos.

"Brother, ya no doy más", me dijo la última vez que lo vi. Arreglaba
zapatos en el estrechísimo portal de una casa en la calzada de Porvenir.
Por cada par de zapatos que cosía o pegaba, cobraba 5 ó 10 pesos, en
dependencia de la magnitud de la costura. Se quejaba de que se tenía
que esconder de los inspectores, porque con lo que ganaba, que malamente
le daba para comer, no le alcanzaba para pagar la licencia.

Su matrimonio había naufragado hacía años, como tantos otros, por la
falta de una vivienda que no tuviese que ser compartida con una
multitud de parientes. Veía poco a su hijo porque el dinero no le
alcanzaba para viajar a Matanzas, donde vivía. Y él lo echaba mucho de
menos.

Allá por 1997, trabajamos juntos en el bacheo. Era el empleo que
merecíamos tipos con problemas ideológicos como nosotros. Bajo un sol
de penitencia, arreglábamos baches y regábamos asfalto por las calles
llenas de huecos de La Víbora, Lawton y Luyanó. Juan Carlos era muy
flaco y de aspecto enfermizo, pero era de los que trabajaba más duro en
la brigada.

Lo veo y me veo en aquella época. A nosotros y a todos los que
trabajábamos en aquellas brigadas de bacheo. Hambreados, la piel
terrosa, la desesperanza en los ojos, las palabrotas siempre en la
punta de la lengua, maldiciendo "esto" y a "esta gente"…

En 1997 Juan Carlos no dudó en dar su firma para solicitar la
legalización del Movimiento Cristiano Liberación. Poco después, se
uniría a ese movimiento. Lo recuerdo en la recogida de firmas para el
Proyecto Varela. Luego se unió a otro grupo opositor, no recuerdo a
cuál, del que también terminaría por irse.

Cuando me comentó su desilusión con los grupos opositores, no logré
convencerle de que no tenía por qué esperar que los disidentes fuéramos
seres especiales, perfectos, libres de los vicios del sistema en que nos
habíamos formado, pero que con todo y eso, era mejor quedarse aquí, con
los de uno, a enfrentar la dictadura y construir un país mejor, a como
diera lugar, que mendigar una visa en el departamento de refugiados de
la SINA para convertirse en un exiliado.

A Juan Carlos nunca le dieron la visa de refugiado. A pesar de los
muchos arrestos y amenazas que había soportado, alegaban que no tenía
motivos suficientes para temer por su integridad física. Y se defraudó
con la oposición, se dio por vencido. Cansado de la vida sin esperanzas
que llevaba, se montó en una balsa. Murió ahogado, pero igual pudo morir
de rabia o de tristeza. Pero que no me vengan a decir que no fue por
motivos políticos, que no me digan que igual mueren, tratando de llegar
al Primer Mundo rico, haitianos, mexicanos y mahgrebíes. No. Juan Carlos
fue víctima, más que de los delincuentes que lo tiraron al mar, de la
miseria y el hambre, de un sistema en el que nunca tuvo cabida, porque
no bastaba con que fuera un tipo honrado y trabajador, sino que tenía
que ser además sumiso y obediente. Y eso no iba con él. Si me parece
volver a escucharlo: "Ni a palos, brother, ni a palos, conmigo no hay
arreglo".

luicino2012@gmail.com

Source: A un año del asesinato | Cubanet -
http://www.cubanet.org/actualidad/actualidad-destacados/a-un-ano-del-asesinato/

No comments: