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Monday, October 06, 2014

La miserable conducta oficial

La miserable conducta oficial
[06-10-2014 10:25:54]
Alberto Medina Méndez

(www.miscelaneasdecuba.net).- Que la política decide con los mezquinos
parámetros del corto plazo no es una novedad. Al menos no en estas
últimas décadas en las que la dinámica de una democracia mal entendida y
peor interpretada empuja a priorizar el escenario electoral más cercano
sin que el futuro importe demasiado.
Sorprende como se empieza a naturalizar en la comunidad, a considerarse
no solo habitual sino también normal, esta lógica canalla que parece
atravesar a la política en todos sus estamentos y jurisdicciones.

No se trata de un fenómeno exclusivo de los populismos, aunque justo es
reconocer que en ellos esta actitud brutalmente inadecuada se exacerba,
tomando potencia y mostrando su peor costado.

Preocupa que este esquema del "sálvese quien pueda" haya calado tan
profundo en la mente de los gobernantes que administran la coyuntura sin
importarles lo que ocurrirá más adelante. Es exactamente al revés de lo
que sucede en la vida familiar. Los padres siempre tratan de pensar en
el futuro de sus hijos trascendiendo el tiempo de vida que les toca
acompañarlos.

Los gobernantes comprenden muy bien lo que están haciendo, entienden
como funciona el poder y las consecuencias que generan sus políticas en
el mediano plazo. Saben que el dinero que están gastando hoy, habrá que
pagarlo cuando lleguen los vencimientos de sus deudas, esas que asumen
ahora sabiendo que tendrán que cancelar otros gobiernos más adelante.

Conocen también el impacto de sus prácticas inflacionarias de emisión
artificial de dinero. Son conscientes de que los que los sucedan en el
poder tendrán que hacer un sacrificio enorme y serán "los malos de la
película" cuando deban acomodar la caja, reducir gastos y eliminar el
despilfarro.

Se dan cuenta de las torpezas que han cometido designando funcionarios y
empleados a mansalva, incrementando el gasto estatal y comprometiendo a
las generaciones venideras a hacerse cargo de un costo descomunal. Esto
no sucede involuntariamente. No les cabe la ignorancia como
justificación. Lo hacen a conciencia, lo que los convierte en verdaderos
miserables.

La clase política, que muchas veces funciona como casta, no dice mucho
al respecto porque cada uno de los integrantes de esa actividad, lo ha
hecho en el pasado, tal vez en magnitudes menos relevantes, y es posible
además que deba terminar recurriendo a mecanismos similares muy pronto.

La democracia moderna no ha encontrado aun resortes institucionales para
protegerse de estas despreciables posturas tan frecuentes en la política
contemporánea. Se habla de acotar el gasto estatal y evitar el déficit
en el presupuesto. Pero eso no ha sucedido. El Estado es aún hoy el
botín de los que ganan elecciones, esos que saquean las arcas públicas
desde que llegan hasta que se van.

Los ciudadanos están indefensos ante esta actitud corporativa que no
distingue entre partidos, sino que muestra matices de una postura
uniforme. Algunos parecen más sensatos y prudentes, otros más
irresponsables y ruines.

La sociedad debe hacer un gran esfuerzo y despertar. Parece no registrar
los hechos. Es probable que se haya resignado pasivamente, y entienda
que esa inmoralidad es parte esencial de las inalterables reglas de juego.

El endiosamiento a la democracia ha logrado que situaciones como estas
sean asumidas como un simple daño colateral, un mero mal necesario y
solo parte del paisaje. Tal vez no se ha dedicado el tiempo suficiente
para que la ciudadanía encuentre artilugios de contrapeso que
condicionen a la política a la hora de tomar decisiones que comprometen
el porvenir.

En este tema existen dos planos. Uno es el de lo fáctico, ese en el que
los mecanismos institucionales deben funcionar como un verdadero límite
para evitar estas trampas que la política utiliza para gestionar el
presente legando los efectos adversos al que viene. Por otro lado, está
lo moral, y es allí donde la condena debe ser despiadada por parte de la
ciudadanía. Si la gente no crítica con contundencia no solo verbal, sino
electoral, a quienes ejercen estas prácticas, la clase política lo
seguirá haciendo porque no tiene señales disuasivas que le indiquen el
umbral aceptable para la sociedad.

Está muy mal derrochar irresponsablemente los recursos de la gente, pero
mucho peor es hacerlo conociendo las reales consecuencias de esa acción
sin detenerse por la ausencia de escrúpulos. El desafío de la sociedad
pasa por descubrir pronto engranajes formales que impidan estas
inmorales acciones. Es imperioso hacerlo si se pretende conservar a la
democracia como un valor de este tiempo. Pero no menos importante es
empezar a castigar con eficacia estas actitudes con señales claras, sin
ambigüedades, mostrando repudio genuino frente a estas indignidades
explicitas.

Un gran primer paso es identificar a los inmorales y no jugar su juego,
ese que invita a seguirlos porque los otros son peores. Cabe intentar
comprender que los procesos políticos implican etapas, que los
eventuales sucesores, son solo un descarte frente al resto y no los
legítimos héroes que harán lo necesario. La idea es evolucionar. Para
eso no solo es preciso que los gobernantes cumplan su mandato y se vayan
desprestigiados, sino que los que vengan, sepan que la sociedad está
despertando y que algunas conductas serán inadmisibles. Es posiblemente
el único modo de minimizar esa nefasta tradición y desterrar para
siempre la miserable conducta oficial.

Source: La miserable conducta oficial - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/543252123a682e154cd6318e#.VDJaHfmSxHE

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