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Tuesday, July 22, 2014

Nosotros, el pueblo

Nosotros, el pueblo
[22-07-2014 12:45:26]
José Azel
Investigador, Universidad de Miami

(www.miscelaneasdecuba.net).- Las constituciones de los países
latinoamericanos, casi sin excepción, comienzan exaltando el
estado-nación o destacando el papel patriarcal de los funcionarios
electos. "Nosotros, los Representantes del pueblo de Costa Rica… El
Congreso de la República de Venezuela… El Congreso Constituyente
Democrático (de Perú), invocando a Dios Todopoderoso… De la Nación, de
su Soberanía y de su Gobierno (República Dominicana)… Nosotros,
Diputados electos (de Honduras)… La Nación Panameña… La república
Oriental del Uruguay es la asociación política…".
Generalmente, las constituciones pasan entonces a exigir, en insufrible
detalle paternalista, qué valores deben mantener la ciudadanía y el
Estado. Por ejemplo, el Artículo 8 de la Constitución boliviana
prescribe que "Toda persona tiene los siguientes deberes fundamentales:
(b) De Trabajar… en actividades socialmente útiles. (c) De Adquirir
instrucción, por lo menos, primaria. (e) De Asistir, alimentar y educar
a sus hijos… así como de proteger y socorrer a sus padres… (g) De
Cooperar con los órganos del Estado y la comunidad…". Todas, loables
ambiciones, pero ¿necesitamos que la Constitución o el Estado ordene
hacer esto?

El Artículo 4 de la Constitución nicaragüense establece que el "Estado
promoverá y garantizará los avances de carácter social y político para
asegurar el bien común…" La Constitución paraguaya, en el Artículo 6,
señala que "la calidad de vida será promovida por el Estado mediante
planes y políticas que reconozcan factores condicionales…" Perú, en el
Artículo 2 (6), quiere asegurar que "los servicios informáticos… no
suministren informaciones que afecten la intimidad personal y familiar".
Y Ecuador requiere que el Estado planifique el desarrollo nacional y
erradique la pobreza.

En vívido contraste, la Constitución de Estados Unidos –la más corta
constitución escrita– no solamente comienza otorgando todo el poder a
"Nosotros, el pueblo", sino que procede inmediatamente a establecer los
límites del gobierno y garantizar las libertades individuales en los
siete primeros artículos y en la Declaración de Derechos.

Explícita e implícitamente el pensamiento latinoamericano de gobierno
estatista es que el poder debe descansar no en el pueblo, sino en los
ilustrados representantes que arrogantemente consideran que ellos saben
lo que es mejor para el pueblo. Esta variedad de paternalismo
epistemológico sostiene que nuestras decisiones individuales están
sujetas a errores que perjudican nuestro bienestar y, por consiguiente,
por nuestro propio bien, debemos confiar en que el gobierno tenga
autoridad sobre nuestra toma de decisiones.

Esto nos infantiliza, porque como adultos somos los mejores jueces de lo
que nos conviene en nuestras vidas. Además, normalmente decidimos mejor
que aquellos que se esfuerzan, con programas gubernamentales, en escoger
por nosotros un diseño que sirva para todos. Es cierto, cometemos
errores, pero a menudo son instructivos y mejoran nuestra toma de
decisiones futura. Los funcionarios públicos, incluso los más íntegros
enfocados al servicio público, también cometen errores. A fin de
cuentas, nuestros errores suelen ser menos dañinos que los de los
funcionarios públicos. El paternalismo gubernamental empeora nuestras
vidas aunque sea solamente porque cuando nos niega la libertad de opción
sufrimos una pérdida en nuestro bienestar.

La incapacidad incluso de familiares y amigos para conocer lo que nos
gustaría es esmeradamente expresada por Joel Waldfogel en su libro
Economía mezquina: Por qué usted no debe comprar regalos para las
festividades. No importa cuánto esfuerzo hagamos para encontrar regalos
adecuados para nuestros seres queridos, tendemos a equivocarnos y
terminamos entregando regalos que los receptores no comprarían para
ellos mismos. Las investigaciones demuestran que cuando las selecciones
no son hechas por los consumidores finales, quienes reciben los regalos
no hubieran pagado ni una cantidad cercana a lo que nosotros pagamos –en
promedio, pagarían solamente el veinticinco por ciento de nuestros
precios de compra. El gobierno, tratando neciamente de decidir por
nosotros, destroza riqueza.

Los gobiernos latinoamericanos harían mejor echando a un lado sus
hábitos paternalistas y estatistas y practicando el Principio de
Perjuicio de John Stuart Mill, de que "el único propósito por el que el
poder puede ser correctamente ejercido sobre cualquier miembro de la
comunidad civilizada, contra su voluntad, es para prevenir un daño a
otros. Su propio bienestar, sea físico o mental, no es justificación
suficiente. No puede legítimamente ser forzado a hacer o haber hecho
algo porque sería mejor para él hacerlo, porque eso lo haría más feliz o
porque, en opinión de los demás, hacerlo sería inteligente, o incluso
correcto...".

Nosotros, el pueblo, sabemos lo que más nos conviene.

Source: Nosotros, el pueblo - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/53ce40c63a682e1ad4f7fca7#.U85MBPmSwx4

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