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Friday, July 11, 2014

Mi voto es por la libertad

Mi voto es por la libertad
ALEXIS JARDINES | Miami | 10 Jul 2014 - 1:24 pm.

Los cubanos debemos dejar de hablar del embargo de EEUU y concentrarnos
en el problema que es realmente nuestro y que realmente nos afecta: el
fin del unipartidismo y las consiguientes elecciones libres.

En lo que sigue intento una mirada triangular al panorama cubano actual.
La perspectiva que he adoptado se desmarca de la lógica de la
flexibilización y de su contraria (real o imaginada). Las tesis que
intento esclarecer son las siguientes: el embargo no es un problema
cubano; el derecho al voto de la diáspora debe ser reconocido; la
fórmula para la solución del problema cubano es el fin del
unipartidismo. Dicho así pareciera que intento hacer llover sobre
mojado, pero la diferencia estriba en situarse en un escenario en el que
el gobierno de La Habana podría estar negociando ya y prometiendo
algunas reformas de mayor envergadura a cambio de conservar el poder.

Por el lado de la oposición

La movida del gobierno cubano hacia un sistema de dominación híbrido de
matriz estadocéntrica (socialismo para el pueblo y capitalismo para la
nomenklatura partidista) debe ser contrarrestada con una suerte de
tridente de la libertad, a saber: los DDHH, la sociedad civil y el
criterio postnacionalista. Hasta ahora se ha priorizado el primer
objetivo, pero el Gobierno ha sabido neutralizar con relativo éxito los
intentos en esta dirección.

En El poder de los sin poder Havel dejó claro que las principales
actividades ―si bien no las únicas― de los grupos de oposición debían
estar dirigidas a la defensa de los DDHH. No obstante, en el caso
concreto de Cuba, los DDHH no han liberado todo su potencial pro
transición debido a la persistente campaña de satanización y descrédito
a que han sido sometidos sus principales defensores, así como al terror
de Estado desatado alrededor del asunto.

Entre temor e indiferencia muchos ciudadanos identifican todavía hoy a
la oposición con lo que suelen llamar con cierto desdén "grupos ―o
gente― de los derechos humanos". El éxito para el Gobierno obviamente
reside en que la ciudadanía no reconozca a la oposición interna. Cabe
decir entonces que la reducción de la actividad opositora al universo de
los derechos humanos resulta peligrosa y muy útil al régimen
totalitario. Hay pues un trabajo que hacer aquí, relacionado con la
rehabilitación y resemantización del concepto de derechos humanos, sin
olvidar que en el plano internacional el Gobierno vende otra imagen,
según la cual se presenta flexible y colaborador con las resoluciones de
la ONU al respecto. En 2008 Cuba firmó los Pactos de los derechos
económicos, sociales y culturales y los Pactos de los derechos civiles y
políticos. Y si bien no los ha ratificado, sí ratificó desde 2009 la
Convención Internacional para la Protección de las Personas contra las
Desapariciones Forzadas. El doble rasero de la política cubana, su
intencional ambigüedad con el tema de los derechos humanos, afecta el
desempeño de la oposición tanto dentro de la Isla como en la arena
internacional.

En el contexto opositor es preciso establecer el vínculo entre los DDHH
y la sociedad civil mientras se le hace frente al
nacionalismo-revolucionario, último aliento del desvanecido fantasma
comunista. La oposición debe centrar la atención en el desarrollo de ese
tejido social independiente que si bien se articula, entre otras cosas,
mediante el mercado (lo que no hay que confundir o reducir al
cuentapropismo) está obligado a apoyarse sólidamente en los DDHH como
alternativa a los fundamentalismos y en la perspectiva postnacional,
como alternativa a las ideologías nacionalistas.

Hoy asistimos en buena parte del planeta al proceso de
desterritorialización que la globalización trae consigo y que pone en
entredicho a los nacionalismos. Sociólogos y politólogos vienen
dirigiendo su atención a la pérdida de importancia de una
territorialidad entendida en términos de soberanía nacional, producto
del progresivo debilitamiento del Estado-nación. En este contexto se
habla de la sociedad civil como de espacios políticos interconectados a
nivel global y regional que apuntan ya a la transnacionalización de la
soberanía: "La sociedad civil transnacional no es englobada por el
Estado, a diferencia de la sociedad civil doméstica; no necesita tener
por único objetivo e interlocutor al Estado-nación; y no remite a una
territorialidad o soberanía específica y, por tanto, no es
estado-céntrica" (Gamero Cabrera).

De aquí podemos deducir sin dificultad que la soberanía territorial
(nacional), de naturaleza estado-céntrica, da paso a un nuevo concepto
de soberanía que ―más que en la defensa del espacio geopolítico― se
apoya en valores considerados universales y, muy especialmente, en los
derechos humanos.

Sin embargo, hay que tener presente que en la Isla no existe en rigor
una sociedad civil ni siquiera de tipo doméstico, así es que si esta
última llegara a estructurarse lo haría inicialmente sobre una base
nacionalista. Este período post totalitario podría traer consecuencias
tan devastadoras para la libertad y los derechos fundamentales como las
del anterior. Y aquí es preciso no olvidar que es la extinción de la
sociedad civil y no de los DDHH lo que le confiere, ante todo, el
carácter totalitario a un Estado o sistema político. En las condiciones
actuales, sin la combinación de los tres factores antes señalados
(sociedad civil, DDHH y dimensión postnacional) no prospera la
transición a la democracia. Agrego que el concepto de sociedad civil
independiente pudiera resultar tautológico, pero parece justificado en
el caso cubano ―Eduardo Pérez Bengochea me ha convencido de ello― toda
vez que el Partido único viene creando, desde el llamado Período
Especial, su propia versión gubernamental de la sociedad civil como una
manera de enmascarar democráticamente el orden totalitario.

En suma, la práctica opositora debe concentrarse en la necesidad de una
sociedad civil transnacional y en la defensa del respeto incondicional
de los DDHH sobre una base postnacional que pueda tender puentes, entre
otras cosas, a la gran masa de cubanos emigrados. Este es un camino
moralmente coherente y teóricamente consistente, pero demasiado largo y
tortuoso (lo cual no significa que deba ser abanadonado).

Por el lado del exilio

Resulta difícil aceptar sin sospecha una propuesta de flexibilización
del embargo ―sobre todo, tan multidireccional, estructurada y oportuna―
justo cuando el castrochavismo se encuentra literalmente de rodillas y a
merced de una mano capitalista-occidental-democrática que lo socorra. En
mi texto anterior Los Castro ríen para sus adentros, teniendo en cuenta
que la flexibilización era una posibilidad real, aposté por mantener su
repercusión dentro de los porosos límites de la sociedad civil,
priorizando los proyectos independientes de tipo contestatario. Ahora
comprendo cuál fue mi error: mantenerme preso de la lógica del embargo,
la cual ha entretenido por décadas las mentes de todos los cubanos
dentro y fuera de la Isla.

La posición adoptada ante el tema del embargo ha dividido al exilio.
Quien único gana con semejante polarización es el gobierno cubano. En lo
personal, no me gustan las etiquetas porque las sufro como camisas de
fuerza. De manera que mi jugada es otra: el embargo no es un problema
cubano; no es un asunto que defina la política interna ni la manera de
oponérsele. Examinemos el asunto desde el ángulo de la tan cacareada
soberanía y veamos si la misma lo justifica.

Poner a girar el problema cubano alrededor del embargo norteamericano es
desvirtuar al primero para trasladarlo luego a la competencia de un
gobierno extranjero. Esa parte del exilio que pretende acercarse al
gobierno de la Isla a través del tema del embargo, ¿no estará
comprometiendo de tal modo la soberanía de Cuba con semejantes ruegos al
presidente Obama? Lo que queda por ver es si del otro lado la cúpula
nacionalista en el poder reconoce que el hacer depender el destino del
país del tema del embargo es traicionar sus propios ideales de soberanía
nacional y de rechazo a la injerencia extranjera en los asuntos internos
del país. La incoherencia de semejante vía salta a la vista. Es Cuba
quien debe cambiar, no EEUU; el problema cubano debe decidirse entre
cubanos y el embargo no es nuestro problema; no es de nuestra
competencia. Cuba no ha llegado a la ruinosa situación en que se
encuentra hoy por culpa del embargo norteamericano ―así piensa la
mayoría de la población cubana y ello puede verificarse con solo andar
La Habana y preguntar al cubano de a pie― sino por la injusticia de su
sistema legal, la ineficacia de su sistema económico y la incompetencia
de sus dirigentes. Pero, ante todo, por la retorcida ideología que
abrazó la elite gobernante, incapaz ya de pensar de otro modo: los
cambios (actualizaciones, según la terminología de Raúl) no son más que
concesiones que persiguen el objetivo de conservar la matriz ideológica
y, sobre todo, el poder.

Al adoptar una perspectiva postnacionalista de soberanía
transterritorial el tema del embargo deviene superfluo. Si Cuba abre su
juego el embargo cesa. Es por eso que plantee que al gobierno de la Isla
le interesa la flexibilización (que entraña un riesgo menor por ser más
controlable) y no el levantamiento del embargo. En cualquier caso, el
camino de introducir enmiendas destinadas a facilitar viajes e
inversiones norteamericanas en Cuba está poblado de obstáculos, tanto
más si se trata de una derogación definitiva.

La pregunta no es, pues, qué puede hacer el exilio con la política
norteamericana para ayudar a la sociedad civil cubana, sino, ¿qué puede
hacer con la política cubana para canalizar la ayuda hacia la sociedad
civil? O si se quiere generalizar: ¿qué puede hacerse todavía con Cuba
para que la Isla salga de ese estado estacionario en el que malvive a
fuerza de parches y de prótesis?

El único criterio que podría sostener la teoría de la flexibilización es
la cierta dosis de pragmatismo que entraña. A mi parecer, en cambio, la
mejor inversión, desde el punto de vista de los costes tanto económicos
como políticos y sociales no es el fin del embargo per se; es el fin del
unipartidismo político. Y si no se olvida que el punto aquí es la
inminente apertura económica de Cuba, se entenderá que las condiciones
están dadas para encarar el problema que, por una razón u otra, hemos
rehuido todos. Las reformas de Raúl ―ante una situación de colapso del
régimen― pudieran superar las expectativas de la oposición y del exilio.
En ese caso, que es el que me ocupa aquí, habrá que jugarse el todo por
el todo aun cuando sepamos que los comunistas saldrían ganando en las urnas.

Por el lado del gobierno cubano

Derogar el embargo de manera unilateral es un camino legal que, aun
avizorado a mediano plazo, resulta demasiado árido para que sea factible
transitarlo en vida de los Castro; además ―y esto es lo más importante―
es algo que no está en manos del gobierno cubano. En cambio, el
reconocimiento de la oposición política y de elecciones libres solo
depende de un decreto del Primer Secretario del Partido único, dada la
naturaleza vertical del sistema de ordeno y mando implantado en Cuba. Si
se quiere jugar a la democracia, una decisión semejante puede ser
sometida por el presidente Raúl Castro a la Asamblea Nacional del Poder
Popular. En este caso, a diferencia de lo que pudiera suceder con una
propuesta de levantamiento unilateral del embargo, la vía es
completamente expedita y la votación seguramente unánime, toda vez que
proviene de la más alta instancia partidista y esto apenas si se discute
en asamblea.

La primera consecuencia que traería consigo tal medida (o cambio real)
sería justo la implementación del levantamiento incondicional del
embargo, cuestión que iría entonces en conformidad con las leyes
norteamericanas (Helms-Burton). Esto, sin hablar ya de lo que ganaría el
régimen en términos de capital democrático tanto dentro como fuera del
país. De esta guisa, la inversión extranjera fluiría a raudales y no
habría necesidad de concentrarla en zonas especiales de desarrollo,
bolsones o zonas francas. Se vería claro entonces que la precaria,
humillante y explotadora relación del empresariado miamense con el
indefenso y miserable trabajador cubano ―a través de una ventana abierta
en el embargo― es, cuando menos, indignante. La única vía factible para
que el cubano recupere su decoro y se ponga a la altura social y moral
de los ciudadanos del mundo democrático es la libertad, pero es también
―y aquí va el mensaje del presente texto― la única que no requiere ni
tiempo ni dinero.

En unas eventuales elecciones libres obviamente el Partido Comunista
iría con todas las de ganar, aunque la mayoría de los ciudadanos no lo
quiera en el poder. Hay que tener en cuenta que los castristas son los
dueños de la prensa, la radio, la televisión. A ellos pertenece la
totalidad de las grandes y medianas empresas, la tecnología y el dinero,
etc. Por ello y para no convertir las elecciones democráticas en una
jugada cantada de antemano, todos los cubanos (de dentro y de fuera)
debemos, al menos, defender el derecho al voto de todos los emigrantes
sin excepción de ningún tipo.

En suma, los que somos cubanos dejemos de hablar del embargo
norteamericano y concentrémonos en el problema que es realmente nuestro
y el único que realmente nos afecta, porque es la matriz de todos los
restantes: el fin del unipartidismo y las consiguientes elecciones
libres. Si hoy muchos reconocen que las condiciones están dadas para una
eventual flexibilización del embargo, con más razón pudiera decirse que
ha llegado el momento ―para todos― de andar sobre nuestros propios pies
sin la prótesis del embargo, a la cual hemos recurrido durante décadas
tanto los de adentro como los de afuera. Así pues, ante el escenario de
una Cuba realmente cambiante se nos abren dos posibilidades: la que pasa
por las manos de EEUU y la que depende únicamente de los cubanos: el
embargo o las elecciones libres. Que el lector escoja, mi voto es por la
libertad.

Source: Mi voto es por la libertad | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1404991494_9457.html

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