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Wednesday, July 16, 2014

El segundo hundimiento del remolcador

El segundo hundimiento del remolcador
ENRIQUE DEL RISCO | Nueva York | 14 Jul 2014 - 8:57 am.

De cómo la prensa oficial tergiversó los hechos.

Cuentan que el mayor motivo de orgullo del periodista Guillermo Cabrera Álvarez era que Fidel Castro lo llamara "el Guillermo Cabrera Bueno". El malo vendría a ser Guillermo Cabrera Infante, ganador del Premio Cervantes. El Bueno debía conformarse con la gloria de recibir a cada rato palmaditas en el hombro del propio Fidel Castro a cambio de servicios prestados a su causa, servicios que podían incluir la justificación de alguno de sus tantos crímenes. Dentro de estos, el más notorio fue su intento de convertir el hundimiento del remolcador 13 de Marzo en una suerte de suicidio colectivo.

Guillermo Cabrera, el Bueno, estaba lejos de manejar la sintaxis española con la maestría de su tocayo el Malo —y aquí entre nosotros, que no está bien hablar así de los muertos, era bastante chapucero—, pero al menos resultaba mucho más dúctil para empeños tan complicados como el de convertir a las víctimas en asesinos por negligencia y a sus verdugos en frustrados salvadores. Eso lo consiguió en ese punto más bajo de una carrera plagada de abismos que fue su artículo titulado "Una lección amarga para irresponsables", publicado el 23 de julio, o sea, a diez días exactos del hundimiento del remolcador. Dicho artículo estuvo diseñado para contrarrestar el efecto que había tenido el testimonio de una de las sobrevivientes difundido días antes a través de Radio Martí, la emisora enemiga. Ese fue el relato a través del cual se pudo conocer de primera mano el acoso de los tres remolcadores, el ataque con cañones de agua, las embestidas que terminaron por hundir el 13 de Marzo y las maniobras posteriores para intentar ahogar a los sobrevivientes.

No era tarea fácil apagar con un informe periodístico aquella voz que cargaba con el dramatismo añadido de haber perdido a su esposo y a su hijo. Por muchos detalles que aportara nuestro Guillermo, por mucha ventaja que le concediera hablar desde las páginas del único diario nacional, en aquellos días estaba claro que no podría asumir ese empeño solo. Menos si se tiene en cuenta el hecho de que no se había rescatado ni un solo cadáver del naufragio porque ese era un detalle que dejaba sin argumentos la versión de que se trataba de un accidente: sólo un crimen planeado a la perfección deja tan pocas huellas.

Fue por eso que el bueno de Guillermo tuvo que contar con la ayuda de los incansables interrogadores de Villa Marista. Fueron ellos quienes consiguieron declaraciones de sobrevivientes que confirmaban y hasta mejoraban la versión oficial. Uno apuntalaba la tesis de la inevitabilidad del naufragio del remolcador, diciendo: "Había mucha gente para aquél aparato. Iba sobrecargado, era muy viejo y de madera. Ahí me di cuenta que eso no aguantaba. Unas millas después hubiese sucedido lo que sucedió". Curioso razonamiento que del redactor pasa a los declarantes y viceversa: los perseguidores son inocentes porque ya el destino del remolcador estaba inscrito en la negligencia de los fugitivos. Lo único que habían hecho los tripulantes de los tres Polargos fue —accidentalmente— adelantar ese destino en unas millas y unos minutos.

Otro giro todavía más curioso en la tesis oficial, ahora apoyada por sobrevivientes detenidos, era que los perseguidores no sólo trataron de evitar por todos los medios el hundimiento de la nave perseguida sino que intentaban protegerla de su propia temeridad. "Yo doy marcha atrás, y lo enfilo", cita Guillermo, el Bueno, a un sobreviviente. "Le choco por la popa, pero él se quita del medio, no espera el golpe sino se aparta, nos está como cuidando."

Demostrada la inocencia de los perseguidores se culpa a los perseguidos: "El solo hecho de hacerse a la mar con cuatro salvavidas para más de 60 personas, indica el grado de responsabilidad de los autores". Al decir esto, al articulista se le hace fácil convertir a los verdugos en salvadores: "Si hoy viven 31 es por la acción de quienes lucharon en medio de la noche por salvarlos".

Para el escribidor, además, tan importante como enturbiar la versión de las víctimas en libertad es que la masacre no pierda su carácter intimidatorio. Dejar saber que se alienta y se premia el crimen si se comete en la dirección adecuada. "No quedaremos impasibles ante el delito", dice. "Ese lo seguiremos persiguiendo [sic]". Se establece, más que una versión torcida de los hechos, un modus operandi: "Un grupo de trabajadores de la Empresa actuaron directamente defendiendo sus intereses. Comunicaron a Guardafronteras el hecho delictivo y asumieron ellos mismos la misión de detenerlos". O sea, se llama a las autoridades pero quien interviene es el pueblo indignado. Los Grupos de Respuesta Rápida, de reciente creación en aquellos días, en su versión marítima. Los mismos a los que en naciones enemigas se les llama "grupos paramilitares", "escuadrones de la muerte". La geografía (junto a la política) determinándolo todo.

De ahí se pasa a la filosofía. La de la Revolución, desde la que habla ese "nosotros" omnipresente en el texto (cuando no se alterna con un "Cuba" que a veces significa "el pueblo", a veces las autoridades, pero siempre Fidel Castro). Guillermo, el Bueno, funge entonces como el perfecto muñeco del ventrílocuo. Habla con otra voz pero de tal modo que no nos quede dudas de que es el Jefe Supremo el que habla a través de él. "Uno de los pilares de la filosofía de la Revolución es el respeto por la vida humana". (Este respeto el Che Guevara lo había definido con más claridad con su famoso "hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario"). Luego añade Guillermo que "ese pensamiento, siempre vigente, hace que muchas veces los malhechores se escuden en vidas inocentes para alcanzar sus propósitos. La presencia de niños en el remolcador es responsabilidad exclusiva de quienes los sumaron a esta travesía, de cuya inseguridad estaban convencidos sus organizadores". Con esta pirueta retórica se consigue afirmar la infinita piedad revolucionaria y al mismo tiempo culpar a las víctimas de cualquier muerte que se derive de tan curiosa interpretación del respeto a la vida y advertir que la presencia de niños no los hará menos implacables.

Asumida la voz de un país, que en el caso de Cuba se trata únicamente de su autoridad suprema, Guillermo el Bueno pontifica y sorprende: "Cuba no se opone a que todo aquel que desee abandonar el país legalmente lo haga si ese es su deseo. Repetimos que esta es una sociedad de hombres y mujeres voluntarios", fórmula que convierte a tanta muerte en el estrecho de la Florida en el resultado de una enloquecida sed de aventuras. Presentar a Cuba no como una nación de hombres libres sino una sociedad de hombres y mujeres voluntarios es una de las proposiciones más sutiles que haya hecho cualquier amanuense del castrismo y no solo por su zafiedad. Junto a la mentira plena de que quien permanece en Cuba lo hace por su propia voluntad, está el reconocimiento implícito de que la Isla no es un país normal en el que cualquiera nace con su cuota de libertades y fatalismos, sino una suerte de secta en la que el abandono se puede pagar con la vida.

Llega la hora de que en medio del cinismo se vea oportuno derramar algunas lágrimas, por falsas que suenen: "Sentimos esas muertes inútiles. Una sociedad que ha hecho tanto por salvar la vida humana, siente en lo hondo estas pérdidas". Se supone que una sociedad tan sensible a las pérdidas debería haberse preocupado más por recuperar los cadáveres, por permitir que los familiares lloraran a sus muertos. Contradictoriamente, ese régimen tan humanitario persiguió a los sobrevivientes, impidió cualquier homenaje público y relegó el hecho al olvido sin siquiera mencionarlo como una de las grandes catástrofes marítimas de la historia nacional.

Pero para que el segundo hundimiento del 13 de Marzo fuera definitivo, para que sus restos no volvieran a salir a flote, había que dejar claro no sólo que no existía otro culpable que las propias víctimas, sino que sobre los sobrevivientes caería el peso de la ley. "Este es un hecho lamentable con una lección amarga", reflexionaba Guillermo, el Bueno, al final del artículo. "La irresponsabilidad, el aventurerismo de sus organizadores desemboca en una tragedia por la cual ya unos pagaron con su vida y otros habrán de pagarla con una vida sin vida". Con ese retruécano torpe y prepotente el muñeco del ventrílocuo terminaba uno de los artículos más infames de una prensa donde la infamia ha adquirido condición de arte, de ejercicio sofisticado y barroco.

Con cierto entrenamiento —el que da la lectura frecuente de ese género terrible que es cualquier prensa totalitaria—, se puede entender el artículo como una declaración de guerra contra todo un pueblo en la que se explica con exactitud el castigo que recibirán quienes hagan resistencia. Tal fue el precio que debió pagar una nación para que su asesino más consumado fuera aclamado como líder admirable y para que al articulista, en comparación con su tocayo escritor, se le considerara "el bueno".

Source: El segundo hundimiento del remolcador | Diario de Cuba - http://www.diariodecuba.com/derechos-humanos/1405321047_9500.html

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