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Thursday, April 03, 2014

Los problemas de la oposición

Los problemas de la oposición
No se deben tanto a la represión policial como a nuestras debilidades
culturales. La base de la democracia está en el ciudadano. Sin respetar
la pluralidad de opciones no habrá cambio democrático
jueves, abril 3, 2014 | Manuel Cuesta Morúa

LA HABANA, Cuba. –Nuestra cultura y mentalidad se han negado por siglos
al auto examen y a la mirada interior. El resultado ha sido devastador
para la construcción de un proyecto de nación sólido y perdurable. Los
demócratas cubanos hemos heredado esa condición cultural que parece
insuperable.

Si Cuba ha sido tomada en serio por sus mitos, nunca ha podido ser
tomada en serio por sus políticos. A diferencia de otras esferas, la
política jamás ha sido entre nosotros un campo de alta realización
humana. Cuatro déficits pueden explicar esto: déficit ético, déficit del
sentido de lo político, déficit institucional y déficit psicológico;
este último, fundamental porque tiene que ver con la maduración psíquica.

Frente a las herencias culturales caben al menos dos actitudes: ocultar
nuestras precariedades políticas, bajo la coartada de nuestra supuesta
misión histórica; o develarlas, asumiendo con valentía nuestros defectos.

Creo conveniente la segunda de las actitudes. No somos responsables de
nuestras herencias. Pero sí somos responsables por las posiciones que
adoptemos frente a ellas. Porque resulta cada vez más claro que el
escrutinio de nuestros modales y actitudes está tecnológicamente
garantizado. No nos podemos esconder. Un dato excelente para la ecología
política.

En tanto oposición, no hemos estado a la altura de los desafíos ni de
las expectativas creadas. Nuestro problema no radica en la falta de
éxito, sino en la ausencia de examen, al hábito de transferir la culpa
por nuestros fracasos, a nuestra incapacidad para revisar nuestras
actuaciónes y conceptos políticos. De ahí la fácil personalización de
los conflictos y la pérdida de perspectiva del momento histórico. Dos de
los acentos agudos del castrismo.

La decencia pública

El cambio que se verifica en Cuba, en medio de una crisis sin
precedentes históricos, no desembocará necesariamente en la
democratización política de la sociedad. La condición necesaria para
ello está amenazada, entre otras cosas, por nosotros mismos. Contrario a
lo que afirman algunos críticos, la razón fundamental de este desfase no
tiene que ver con la capacidad intelectual, sino con nuestra incapacidad
para abrirnos a una nueva decencia pública.

No es cierto que para lograr el cambio democrático haya que poseer
conocimientos previos. El culto al saber es garantía para la
aristocracia intelectual y, en condiciones propicias, para el desarrollo
técnico y económico; no lo es para la democracia. La intolerancia, el
irrespeto, la facilidad para sucumbir a las historias de enredo y la
incultura cívica son las que minan las fortalezas creadas para resistir
los usos y abusos despiadados del poder, y las posibilidades para
construir los espacios de sentido común que hacen a la democracia.
Carencias que abundan en una sociedad altamente instruida como la cubana.

Y nuestra peripecia histórica como oposición ha alimentado una
percepción que estimo falsa. Nuestras precariedades no se deben tanto al
uso eficaz de las técnicas de penetración policial como a la hábil
explotación de nuestras debilidades culturales. Donde no han podido
triunfar ni la fuerza, ni el manual o la tecnología, han podido hacerlo
la retroalimentación del cotilleo, la incontinencia verbal, la ausencia
de humildad y los usos migratorios de la disidencia política.

La revisión permanente

¿Podemos potenciarnos? Pienso que sí. Ello pasa por incorporar seis
recursos insustituibles.

Primero, la revisión permanente de nuestro curso, de nuestros discursos
y de nuestro lenguaje. Si ninguna sociedad que se respete admite los
dictados desde el exterior, ninguna sociedad que se pretenda madura
puede darse el lujo de que la crítica de sus fallas y vicios sea primero
revelada por los extranjeros. Esto último entrecomilla nuestra condición
de adultos.

Segundo, la proyección ética de nuestros comportamientos. El
reconocimiento en los otros y de los otros es la premisa ética para
colocarnos más o menos a la altura de los acontecimientos. Y no hay que
ir a la escuela para asumir esa premisa ética.

La unidad de la oposición puede que no sea posible dada la gama diversa
de matices, proyectos loables y talantes políticos, pero el respeto es
imprescindible para animar la nueva decencia pública que exige una
sociedad basada en el reconocimiento y la legitimación de las
diferencias. No es obligatorio resultar simpáticos entre nosotros.

Tercero, la conexión con los ciudadanos. A diferencia de todos los demás
regímenes, la base esencial de la democracia está en el ciudadano. Sin
expresar sus intereses ni respetar la pluralidad de opciones no habrá
cambio democrático.

Cuarto, la imaginación creativa. Llegar a metas globales y abstractas
exige la adecuación entre las propuestas y los intereses concretos de la
gente. Identificar qué quieren los ciudadanos y expresar sus demandas
como portavoces es esencial. Solo con la retroalimentación y el
acercamiento humilde a los ciudadanos podremos avanzar y afianzar
diseños estratégicos.

Quinto, la institucionalización de las alternativas. La democracia no
empieza ni termina con nosotros. Sin organizaciones institucionalizables
y reglas del juego claras, asumidas y respetadas la democracia posible
estará sujeta a los vaivenes y caprichos humanos, no a su concepto
básico: la regulación neutral y pacífica de intereses y diferencias.

En sexto y último lugar, es necesario asumir cierta inteligencia
emocional. El control de nuestras emociones y pasiones es un requisito
imprescindible para el éxito de la vida democrática. La democracia no
elimina los conflictos y las tensiones, solo los regula pacíficamente.
Sin la debida distancia que despersonalice dichos conflictos, faltará la
elegancia de estilo de quienes se supone hemos renunciado a la verdad
absoluta.

El desván de la historia

No debemos alimentar la eventualidad de que la comunidad internacional
se resigne a cualquier evolución de los acontecimientos en Cuba. Así ha
sido leído el reciente acuerdo para iniciar el diálogo político entre la
Unión Europea y Cuba. Que dicha comunidad vea como suficiente que un
gobierno, en alguna de las versiones factibles de las dictaduras
blandas, pague sus deudas, abra sus mercados, tolere la crítica y el
postmodernismo culturales, y controle las consecuencias posibles de los
conflictos probables. En estos términos, poco podríamos hacer para que
los demócratas del mundo —sean gobiernos, instituciones o personas—
recuperen la esperanza de que la democracia cubana es viable.

En términos democráticos, sin embargo, la democracia futura nos
necesita. A estas alturas hay suficiente evidencia histórica de que,
dejados a su evolución, los regímenes dictatoriales o totalitarios no
avanzan hacia la democracia. Parte de la Europa del Este nos demuestra
el punto. Está demostrado que aquello resulta imposible sociológica,
cultural y psicológicamente. Solo la existencia de vigorosas fuerzas
democráticas en cualquier presente garantiza la democracia en cualquier
futuro.

Pienso finalmente que, con las apuestas democráticas realmente
existentes, podemos desempeñar el papel que nos corresponde. Tenemos la
conciencia, la retórica y los instrumentos adecuados. Solo nos falta
incorporarlos. Una tensión difícil y edificante que yo asumo en el día a
día, y cuyo ejercicio no debemos demorar para no seguir retardando
nuestra entrada al concierto de naciones libres. Y todos podemos asumir
la tarea.

Solo un tipo de mentalidad es el prerrequisito forzoso para construir un
proyecto específico de sociedad y de convivencia. Consciente de que el
siglo XXI llegó para complejizar nuestros desafíos, me parece bueno
resaltar uno de los retos de ese tipo de mentalidad: el de la política
hecha y pensada con decencia. En ella, solo los medios justifican los
fines. Dejemos el castrismo en el desván de la historia.

Source: Los problemas de la oposición | Cubanet -
http://www.cubanet.org/opiniones/los-problemas-de-la-oposicion/

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