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Thursday, April 10, 2014

Las fiestas de la muerte

Las fiestas de la muerte
RAÚL RIVERO | Madrid | 10 Abr 2014 - 8:47 am.

Un día antes de cumplirse el centenario de nacimiento de su padre,
falleció la hija de Octavio Paz y Elena Garro. Padre e hija tuvieron
relaciones difíciles.

México, un excepcional y unánime México, América Latina y todo el mundo
hispano, ha recordado en estos días al escritor Octavio Paz, un poeta
solitario y único que se pasó la vida fajado con el tiempo y le ganó el
desafío. Su centenario lo demuestra porque lo deja íntegro, renovado,
con todos los poderes de su palabra, en la memoria de sus viejos
lectores y en la pasión de los nuevos, con el halo de santidad que
impone la ausencia de materia y la imposibilidad de pecar, herir o
equivocarse.

Su antiguo y permanente adversario le ha servido de cómplice para que se
le dispense y se le perdone tanta lucidez, tanto talento y la dimensión
universal de su obra. Para que la envidia, esa manera odiosa de admirar,
se disuelva con el camino de los días y sus tropezones de simple ser
humano, los conflictos políticos, literarios y personales de su paso por
la vida, se queden en párrafos perdidos en las piezas de culto. Este
repaso de su obra, estas visitaciones provocadas a sus ensayos y a sus
versos, le deben garantizar otro siglo de inmortalidad.

Como suele suceder por aquellos territorios de magias y demonios, a
quien una vez llamaron en las tertulias de ciertas cantinas el Inca Paz,
ahora sirve para bautizar un tren suburbano. Del azafrán al lirio, diría
Emilio Ballagas.

No podía faltar tampoco otro de los artificiosos telegramas de la
muerte. Unas horas antes de la fecha exacta del cumpleaños de Octavio
Paz —el 31 de marzo— murió su hija Helena Paz Garro, en Cuernavaca.
Tenía 74 años, escribía poesía y sobrevivió a un campo minado por el
divorcio de sus padres. Se había reconciliado con Paz, después de muchos
años de polémicas familiares en las que ella hizo siempre de escudero de
su madre, la escritora Elena Garro (1920-1998), una autora controvertida
y enigmática que también se disputa un quicio de la gloria con su novela
Recuerdos del porvenir.

Helena Paz Garro publicó dos cuadernos de versos y dijo que tenía en sus
gavetas más de 700 poemas inéditos. Colaboró como cronista en varios
periódicos y revistas de su país. Aunque sus contactos con Paz padre
fueron siempre difíciles, ella cerró, de alguna manera, la prolongada
tángana particular con estas declaraciones a la prensa mexicana: "De
niña me cargaba en sus piernas, en su espalda, y jugábamos... Lo quise
mucho. He aprendido a perdonarlo (...) Al final quedamos bien. Tranquilos".

La señora Paz escribió, además, un libro de memorias. La crítica elogió
su prosa florida y el dominio del lenguaje, pero muchos consideraron que
a los recuerdos de la infancia y de la juventud se le notaban demasiado
las incursiones de su imaginación. Octavio Paz le dedicó un poema de
amor eterno, unos versos de padre deslumbrado y conmovido por el encanto
de una niña que decía agua y en algún lugar brotaba el agua dispuesta a
bañar la tierra negra.

Helena Paz, que soñaba en español y escribía en francés, le hizo dos
poemas. Uno, en 1983, en el que aparecían lágrimas y brumas por todos
los rincones. Y otro, en 1998, a la hora del perdón y el apaciguamiento.
Estas líneas son de esa pieza: "¡Oh padre! volverás con tus amigos a las
playas/ de Grecia, a tu país,/ curado y cantando tu poesía/ de alas
invisibles./ La naturaleza ha tocado tu frente/ borrando toda
enfermedad... El antiguo mar color de vino/ te espera/ no lo olvides".

Source: Las fiestas de la muerte | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cultura/1397057676_8059.html

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