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Tuesday, April 16, 2013

El sanador

El sanador
Yosvani Anzardo Hernández
15 de abril de 2013

Holguín, Cuba – www.PayoLibre.com – Los cubanos hemos dicho siempre que
"Ya todo está inventado", pero también que tenemos una fibra especial
para sanar a la gente, conscientes de que hay gente a la que no las
salva "ni el médico chino".

En nuestra psicología, Tomás Romay, Felipe Poey, y Finlay entre otros,
demostraron que no somos una tribu y por tanto para bien o para mal, no
nos domina la mentalidad indígena, patriarcal, dependiente dentro de su
propia independencia. Tal vez por ello somos latinos y no
Latinoaméricanos, o al revés, a fin de cuentas un nexo entre mundos
separados por su mente. Así surgió un personaje falsamente llamado El
sanador en un pequeño pueblo del oriente cubano de cuya historia sólo
ilustraré un par de escenas.

El sanador llegó al caserío una mañana de ardiente sol, como suelen
serlo casi todas en esta isla. Como buenos cubanos, en cada familia hay
por lo menos un enfermo que dice sanar solo y no hacer caso de los
dolores, pero hay un momento en que esto no es posible y entonces buscan
ayuda.

Sentado en un taburete en la oscuridad de su húmeda habitación de bohío,
estaba el viejo enfermo, sufriendo su crisis de intenso dolor de cabeza
cuando llegó El sanador, y por la fuerza lo sacó al patio y lo puso
frente al sol sosteniendo su cabeza con ambas manos. El dolor fue tan
intenso que en un instante el enfermo cayó de rodillas e inconsciente.
Unos minutos después despertó en su cama, sin dolor. La voz se corrió y
la gente acudió de todas partes a buscar a El sanador.

Todos los que sufrían intensos dolores quedaban sanados apenas con un
leve roce de su mano, muchos sonreían aliviados, pero otros
sencillamente morían. La posibilidad de morir hizo que la gente dejara
de acudir en masa.

El sanador decía no poder cambiar el destino, el que está marcado
morirá, él apenas podía eliminar el sufrimiento, tampoco hacia
desaparecer la enfermedad, sólo eliminaba el dolor.

Era un hombre nirvana que nunca había sentido un dolor físico, pero al
que sin embargo, nadie ni nada jamás había podido aliviar el dolor
psíquico. El sanador sufría, aseguraba que nadie merecía sufrir, pero
que el infierno nace en algún momento en nuestro interior.

El sanador no podía eliminar el dolor de los suicidas, los despechados,
los traicionados y abandonados, los no correspondidos, los más
sensibles, aquellos cuya desdicha los hace ver el mundo diferente y el
alma les cubre la piel cargándolos de hombro, pisando sus pies y
nublando sus ojos.

Al hospital fue llevado un día, los interesados fueron convocados al
pasillo central, incluidos los postrados e invalidados por distintas
razones. Sillas de rueda y camas, muletas y andadores fueron parte del
paisaje. Muchos esperaban la muerte, algunos no necesitar más
analgésicos, todos deseaban no sufrir más.

En el centro del pasillo apareció de pronto un ancianito del hospital
psiquiátrico, bailaba al compás de una extraña melodía que sólo él
escuchaba. El sanador pasó entre las dos hileras de enfermos con los
brazos extendidos. A su paso, los esperanzados cerraban los ojos,
algunos satisfechos, otros expiraban, en todos los casos aliviados.
Algunos cayeron al suelo. Al final del pasillo, a sus espaldas, El
sanador escuchó el grito desesperado de alguien que le exigía regresar.
El ancianito seguía bailando con su música extraña.

La mayoría de los que recibían el toque bienhechor se apartaban sin
apenas dar las gracias, pero a dos o tres de los muy agradecidos, El
Sanador les decía que cuando estuviesen dispuestos a pagar lo fueran a ver.

Un día una mujer llegó hasta él:

-Vengo a pagar -dijo la mujer.

-Vienes con retraso, quita mi dolor… mátame.

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