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Sunday, April 14, 2013

Un oficio peligroso

Publicado el lunes, 04.15.13

Un oficio peligroso
Alejandro Armengol

El periodista Calixto Ramón Martínez Arias fue puesto en libertad, luego
de un encierro de casi seis meses sin que le formularan cargos. Su único
"delito" es haber denunciado el brote de cólera e investigar de forma
independiente sobre un cargamento de medicinas extranjeras, enviadas a
Cuba para combatir la epidemia y que se deterioró en el Aeropuerto
Internacional José Martí de La Habana y nunca llegó a la población.

Mediante las detenciones de disidentes, más o menos breves y a lo largo
de toda la isla, el gobierno de los hermanos Castro no sólo intenta
sembrar el miedo, sino también el desaliento. Los argumentos son
gastados, los recursos son viejos, pero la vida es una sola.

Hay que agregar además que al régimen no le basta con castigar a los
opositores pacíficos. Quiere matar su ejemplo, enfangar su prestigio.

El gobierno cubano necesita ajustes de forma constante, que cada vez son
más torpes. Cualquier plan o institución que comience a funcionar bien
sabe que tiene sus días contados y el deterioro es un presente perpetuo.
Junto a esa situación social y política, por décadas se ha desarrollado
y mantenido un eficiente aparato represivo, cuya actuación permite una
comparación simple: la incapacidad para producir bienes corre pareja con
la eficiencia para generar detenciones.

Para sobrevivir, el régimen de La Habana ha recurrido a una represión
sostenida, al tiempo que ha alimentado la corrupción, uno de los males
endémicos de la nación. Nada de lo anterior implica la mirada idílica
hacia el país existente antes de 1959 ni la nostalgia de los municipios
en el exilio. Pero este constante detener de personas que simplemente
han manifestado una opinión contraria al gobierno –con independencia de
que sea por meses o por pocas horas– cierra la puerta a la esperanza de
un cambio paulatino y pacífico.

Si bien ha disminuido momentáneamente la tensión entre La Habana y
Washington, el gobierno cubano no está interesado en gesto alguno que
permita reducir la represión interna. Apuesta a mantener una política
que por décadas le ha resultado eficiente y donde piensa que tiene menos
que perder.

Nadie puede acusar de terroristas, ni de estar a favor de cometer actos
violentos, a los opositores que son detenidos, acosados o limitados en
su capacidad de movimiento.

La aparente "benevolencia" actual, que ha cambiado las largas condenas
por encarcelamientos de algunos meses, días o simplemente unas pocas
horas, no implica un cambio de actitud, sino simplemente de métodos. Los
objetivos son los mismos, sólo se ha modificado la forma. Lo más grave,
en este caso, es que los nuevos métodos han demostrado no ser pasos
hacia una eventual apertura o al menos una política más permisiva.

Recalcar el carácter pacifista de la actividad disidente ayuda a
establecer el contraste entre las sentencias drásticas, dictadas hace
algunos años, la constante intimidación actual y el llevar a cabo actos
que se limitan a expresar el desacuerdo mediante la palabra y gestos
simbólicos. Hay que agregar que buen número de opositores no se
identifican con la mayoría de los valores ideológicos y políticos
imperantes en Cuba antes de 1959, no abogan en favor de una insurrección
armada y en su labor no hay un llamado al odio y la venganza. La
respuesta represiva no sólo es desproporcionada, sino carente de
justificación.

El recurso de las detenciones, que está utilizando el gobierno de Raúl
Castro, evidencia el temor de éste ante la posibilidad de que el
descontento latente, aumentado por la actual crisis económica, se
canalice en manifestaciones antigubernamentales. Sin embargo, no debe
ser interpretado como una señal de debilidad.

La estrategia siempre utilizada por los hermanos Castro –y que en buena
medida explica su larga permanencia en el poder– es la capacidad para
emplear la represión preventiva. Reprimir desde el inicio, para no tener
"necesidad" luego de recurrir a una mayor represión.

En la medida que los grupos disidentes y los periodistas independientes
han ido avanzando en establecer los cimientos de una sociedad civil, el
régimen de La Habana ha aumentado el nivel de alerta ante lo que
considera un peligro e incrementado los medios que buscan sacar a estos
grupos del panorama nacional. Lo que no va a permitir nunca es que se
imponga la realidad. Por ello la mejor política de oposición es la lucha
por divulgar la verdad.

La liberación de Calixto R. Martínez, así como la visita organizada por
el gobierno, para que periodistas extranjeros y oficiales pudieran
entrar en algunas de las cárceles próximas a La Habana, no debe
interpretarse como una señal de alivio. Es parte de unos planes que
responden a un juego político, donde una vez más se desprecia al
individuo. Frente a ellos solo cabe la repulsa y denuncia. Es una vileza
utilizar la vida y la salud de alguien, que está injustamente
encarcelado, para tratar de mejorar la imagen en la arena internacional.

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