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Sunday, April 14, 2013

Buscando a Ana desesperadamente

Buscando a Ana desesperadamente
Lunes, Abril 15, 2013 | Por Frank Correa

LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -Un anciano de Texas llamado
Andrés se comunicó hace poco por e-mail con un cubano residente en
Marianao, La Habana, como última alternativa de saber la verdad antes
de morir. Quería confirmar si 54 años atrás había tenido un hijo con
un una cubana de esa localidad. La mujer se llamaba Ana y trabajaba con
él en la compañía.

En 1957, Andrés conoció en un ascensor a una empleada y se prendó de
su belleza y de la forma como encaraba la vida. Decía que Ana era todo
lo opuesto a su esposa, mujer de sociedad proveniente de una familia
adinerada de Memphis, que conoció en la universidad mientras estudiaban
en Harvard.

Andrés era el ingeniero principal de la compañía; la cubana trabajaba
en la limpieza. La conquistó y a los pocos días vivieron el amor más
intenso de sus vidas en un viaje a México. a la playa Cancún.

Después de regresar a Texas, se vieron un par de veces más, en un motel,
pero un día Ana le dijo que tenía que dejar el trabajo y regresar a
Cuba, porque estaba embarazada y se iba a hacer un "ligamiento". Como
todo un caballero, Andrés le manifestó que, aunque estaba casado,
quería asumir la paternidad de la criatura y ayudar en su crianza, pero
Ana le dijo que no había nada que hacer, que regresaba a Cuba. El
hombre la ayudó con el pasaje y una suma de dinero para que todo le
saliera bien.

Andrés no supo nunca más de Ana después de que ella regresó a su
Marianao natal, pero el tejano vivió con la duda si había nacido o no
el niño finalmente. Hace poco, leyendo las noticias de Cuba por
Internet, encontró a un marianaonse que conocía casi todo lo referente
a ese municipio capitalino y se comunicó con él. Le contó la historia.
Le confesó que antes de morir necesitaba saber si Ana aún existía, y
qué había sido del embarazo. Le dio el nombre y los apellidos. También
le envió una foto suya de aquel año, para que la mujer, de existir, lo
reconociera. Sabía que la tarea era sumamente difícil y lo agradecería
eternamente.

El hombre de Marianao salió a preguntar por los barrios a los más
viejos. Recorrió Los Pocitos, Coco Solo, Pogolotti, Los Quemados, El
Palmar, Buena Vista y otros sitios del más grande municipio habanero,
preguntando por una tal Ana que trabajó en los Estados Unidos en el
57 y regresó a Mariano por esa fecha. Aparecieron muchas con ese
nombre, pero ninguna trabajó en Estados Unidos, ni conoció en un
ascensor a un ingeniero de Texas.

Fueron muchos días de búsqueda infructuosa, hasta que una tarde encontró
a la hipotética Ana en el reparto Zamora, una anciana desvalida que
no le llegaba el dinero para comprar dos libras de malanga. El
investigador cooperó con el pago. Obviamente, ayudó a la anciana hasta
su casa con la jaba.

Sintió una extraña premonición mientras caminaba por las calles
polvorientas de Zamora junto a ella. Cuando llegaron a la casa, que era
pobrísima, le preguntó sin rodeos porqué no se quedó a vivir en los
Estados Unidos cuando trabajó en la compañía de Texas, en el año 1957.
La anciana se puso las manos en la cabeza y le preguntó quién le había
contado tanto.

-Andrés –dijo, y le entregó la foto -. Quiere saber antes de morir si
tuvo o no el muchacho.

La anciana se dejó caer en un maltrecho sofá. Contempló largo rato la
foto. Dejó rodar un par de lágrimas. Solo pudo articular una pregunta:

-¿No es verdad que se parece a Rock Hudson?

Agradeció al hombre por la foto y por los tantos recuerdos. Y por
hacerle saber que Andrés aún vive. Hubiera querido escribirle, pero
no tenía en casa ni siquiera un lápiz. No supo responder lo que
significa Internet. No contaba con dinero para tirarse una foto y
mandársela, pero tampoco quería que la viera así, tan arrugada y sin
dientes.

Estaba entrando un frente frío en aquel momento sobre La Habana y el
investigador notó que, además de los pocos alimentos, Ana no
contaba con frazadas, ni sábanas, tal vez ni un abrigo para enfrentar
las bajas temperatura que el Profesor Rubiera pronosticó para esa
madrugada. Seguramente, no tenía ni jabón, ni pasta de diente, ni un
sinfín de vituallas.

Por supuesto, antes de marchar, el hombre preguntó qué había sido del
niño. Ana cerró los ojos y, reuniendo muchas fuerzas reveló que
hacía muchos años se había lanzado al mar en una balsa, para llegar a
los Estados Unidos, pero nunca más supo de él.

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