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Wednesday, November 21, 2012

Los convencidos

Los convencidos

Están convencidos de que tienen la razón de su lado. Les duele y les
resulta increíble que alguien pueda cometer el error de tener una
opinión dos milímetros distinta.
Luis Cino Álvarez
noviembre 21, 2012

Nunca se me dio bien simular la devoción fidelista. Siempre metía la
pata. Hace muchos años, cuando estaba en ambientes oficiales y no me
quedaba más remedio que hablar la jerga revolucionaria, emplear, por
ejemplo, la palabra compañero para dirigirme a alguien que me caía como
una patada en los testículos, o hacerme una autocrítica en un análisis
de grupo estudiantil -aquellos repugnantes episodios masoquistas-
parecía que no hablaba en serio, que me burlaba.

Y en realidad era así, aunque la mayoría de las veces yo no estuviera
muy conciente de ello. Soy burlón e irreverente por naturaleza. Siempre
lo he sido, desde pequeño, y eso me ha costado no pocos tropezones.

El castrismo y sus rituales, de tan solemnes y absolutos, siempre me
parecieron tremendamente ridículos. No ahora que ya todos nos quitamos
la venda de los ojos –si es que alguna vez la tuvimos- y estamos hartos
de ver al emperador encuero, de descubrir sus trucos baratos y
escucharlo hablar mierda hasta por los codos.

Me pasaba incluso cuando era niño, y en la escuela y en mi casa todos
los caminos llevaban a Fidel, la revolución y el socialismo, al que
repetían a toda hora que pertenecía por entero el futuro de la
humanidad. Y uno hasta se lo creía y se preguntaba si al final del
camino, con los defectos, los errores, los horrores, los problemas y las
dudas, no tendrían razón papá, los profesores y la presidenta del CDR.

Pero siempre algo me avisaba que no, que la vida estaba más allá de las
consignas que hablaban de muerte y de los tipos con cara de estreñidos
que querían de todas maneras y por encima de todo, hacerte parte de un
colectivo con una sola voz que imitaba siempre la del Comandante y no
tenía otras metas que no fueran las de la revolución.

La liturgia fidelista que me metían por los ojos y los oídos me costaba
tanto trabajo asimilarla como la religiosa, que nos prohibían porque era
"el opio de los pueblos". Al final -para qué estaba el altar de mi
abuela-, me fue más asimilable la religiosa. No concibo vivir sin creer
en algo, aunque sea sin demasiada convicción y ningún aspaviento (he
dicho otras veces que, como la mayoría de los cubanos soy católico, ay
Frank Sinatra y Santa Bárbara cuando truena, a mi manera). Y si de creer
se trata, un partido o un líder, por muy máximo que sea, me quedan
demasiado cortos…

Digo todo esto, no porque les vaya a hacer el cuento de cómo vine a
parar a la disidencia, que tampoco es la maravilla que muchos creen, con
tanto fidelismo trasplantado pero de signo contrario como hay en ella.
Nada de eso.

Sucede que no salgo de mi asombro cuando escucho, no precisamente a
dirigentes, de los cuales se puede esperar cualquier payasada, por no
decir algo peor -no quiero emplear epítetos ni algunas de las malas
palabras que tanto se me escapan últimamente- sino a gente común que
dicen seguir siendo "revolucionarios", hablar con una convicción que
parece impermeable a todos los desencantos, las mentiras, las paranoias,
los desastres y el país que se nos cae literalmente a pedazos.

No me refiero a los simuladores, sino a los convencidos, los
incondicionales, que por increíble que parezca, todavía quedan. Son los
que todavía hablan en un tono que me recuerda el que escuchaba en mi
casa a papá con su uniforme de miliciano o se podía leer en las cartas
revolucionariamente firmadas de mi hermana, que había renunciado a ser
una burguesita devota de la Virgen y de Elvis, cuando recogía café en
las lomas orientales, comida por las santanillas, en plena crisis de
los misiles, y decía estar dispuesta a morir con Fidel en los labios y
en el corazón.

La pregunta no es cómo se podía ser tan comunista y tan cursi -¿picúo
suena más cubano?- sino cómo se puede seguir siéndolo a estas alturas
del campeonato. Porque se puede simpatizar con cualquier causa, tener
las razones que sean para ello, más que ninguna otra, por no dar uno su
brazo a torcer, que es bien difícil, lo sabemos, pero no hay que exagerar.

Cuando se habla con ellos, con los convencidos, los pocos que quedan, no
escuchan lo que no les gusta escuchar, porque flotan a kilómetros del
suelo y la prosaica realidad signada por el dinero y la barriga. Tienen
la versión de lo que ocurre en el mundo según el Granma, la Mesa Redonda
y el expurgado Telesur que ponen por un canal de la TV cubana a la misma
hora de la telenovela.

No ven lo que ocurre a su alrededor porque miran desde una nube hecha de
ingenuidad y fanatismo que desmiente cualquier otra razón que no sea la
que les inculcaron. Hablan de la sangre derramada y los sacrificios
hechos para construir una sociedad mejor, que dicen estar dispuestos a
perfeccionar, aunque nos pasemos varias generaciones más en ese empeño.
Están convencidos de que tienen la razón de su lado. Les duele y les
resulta increíble que alguien pueda cometer el error de tener una
opinión dos milímetros distinta.

Y uno no sabe si tenerles lástima o pegarles con un bate de aluminio, a
ver si despiertan de una maldita vez. Porque nunca habrá forma de
hacerles comprender cuanto nos han fastidiado la vida, y se la han
fastidiado ellos, tan puros, tan ingenuos, tan idealistas, tan
desinformados, tan tontos.

Publicado en el blog Círculo Cínico el 21 de noviembre del 2012.

http://www.martinoticias.com/content/luis-cino-convencidos-cubanos-/16837.html

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