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Thursday, November 08, 2012

La 'cosa' cubana

Opinión

La 'cosa' cubana
Pablo Díaz Espí
Madrid 08-11-2012 - 8:59 am.

¿Qué debemos pedir los cubanos a las democracias del mundo y, más
importante, qué debemos hacer?

Cuba es un problema cubano. Pero este hecho, al parecer evidente, debe
ser repetido una y otra vez. El éxito del castrismo en presentar el
conflicto nacional como un diferendo con EE UU y, por ende, con el
sistema capitalista en su totalidad, no sólo ha calado hondo en la
opinión pública mundial, sino también en amplios sectores de la propia
sociedad de la Isla. Según esta visión, lejos de ser una importante
variable en la ecuación de nuestro conflicto, EE UU y el capitalismo
vendrían a ser la raíz del mismo.

Por su parte, en lugar de aplicarse al desmontaje de dicho entramado, el
exilio ha contribuido a desarrollarlo. El devenir de la Guerra Fría,
pero también el alto grado de represión, control e inmovilismo en la
Isla, hicieron que tras la derrota de Bahía de Cochinos, el exilio se
viera limitado a jugar sus bazas políticas de manera casi exclusiva en
el terreno internacional, entre intereses y maniobras de cancillerías y
organismos multilaterales. Así, comenzó a reaccionarse con más celo y
virulencia ante movimientos de Washington, Madrid o Bruselas que ante
los propios desmanes de La Habana, a enjuiciarse moralmente más que a
establecerse las líneas de una verdadera batalla política.

De ese modo, el debate sobre la pertinencia o no del embargo económico
de Estados Unidos a Cuba ha sustituido durante largos períodos el de la
falta de libertades y las violaciones de los derechos humanos en la
Isla. O lo que es lo mismo, la discusión del método acerca de cómo
derrocar a los Castro ha anulado la del objetivo, el cómo ha sustituido
al qué. Por supuesto, el principal interesado en dichas discusiones, que
opacan la de su esencia totalitaria, ha sido el castrismo, pero también
ciertas élites políticas democráticas, más ávidas de conseguir réditos
electorales que una verdadera transición a la democracia en la Isla.

Sólo a partir del Período Especial y de la resistencia demostrada por La
Habana ante cualquier adversidad proveniente del exterior, el exilio
comenzó a forjar una nueva visión, basada en el apoyo a la oposición
pacífica interna, la coordinación con la misma, el fortalecimiento de la
sociedad civil y la búsqueda de iniciativas diplomáticas a nivel
internacional que vendrían a sustituir las del abrazo perenne y gratuito
con las fuerzas conservadoras de cualquier latitud.

Este cambio, sin embargo, no quiere decir que el viejo debate sobre los
métodos de derrocamiento del castrismo se haya extinguido o, siquiera,
haya cedido su preeminencia. A pesar de ser el embargo una medida
norteamericana, o lo que es lo mismo, foránea, ajena a nuestro control,
la discusión alrededor de lo conveniente o perjudicial de su
levantamiento, de su flexibilización o endurecimiento, sigue dominando
la opinión pública cubana. Y esto, pese a que ni siquiera presidentes
con visiones políticas tan radicales y diferentes entre sí como George
W. Bush o Barack Obama, con sus medidas contrapuestas, han logrado
esencialmente nada en términos de libertades democráticas en la Isla.

Quizás más que EE UU, la España actual sea un excelente ejemplo de lo
que puede suceder con nuestros asuntos cuando recaen más de la cuenta en
manos de otros.

Los casi ocho años del gobierno socialista de José Luis Rodríguez
Zapatero fueron una oportunidad perdida para la causa democrática en la
Isla. Perseguidos por sus fantasmas ideológicos, el binomio
Moratinos-Saldívar (canciller español el primero, embajador en La Habana
el segundo) resultó poco menos que atroz. No sólo se desconvocó a los
disidentes a ese espacio de libertad que era la embajada española en La
Habana, sino que se vendió como un logro la expatriación de decenas de
presos políticos cubanos a Madrid mientras el castrismo mantenía
intactas sus leyes represivas y seguía deteniendo, apaleando y
encarcelando a cientos de disidentes.

Desde el principal partido de la oposición española se clamó entonces
contra esta política, se prometió un cambio de rumbo tan pronto los
populares de Mariano Rajoy llegaran al poder. Sin embargo, nada queda ya
de aquella retórica, antes vertical, ahora hueca. Las puertas de la
embajada española siguen cerradas a los opositores cubanos y el tono de
Madrid es tan bajo que se ha llegado a mencionar incluso la posibilidad
de cambiar la Posición Común europea respecto a Cuba.

Al castrismo le ha bastado tomar como rehén a un ciudadano español para
paralizar las promesas prodemocráticas del Partido Popular. Apenas
importa que este chantaje del secuestro deje en evidencia la matriz
mafiosa de la dictadura cubana, que su lógica de matón de barrio anule
de un golpe la política como arte de búsqueda de consensos y
acercamientos. Se trata de una historia que, con alguna que otra
variante y excepción, se ha repetido en América Latina, donde por una
afinidad ideológica mal entendida los gobiernos progresistas apenas
cuestionan a La Habana, mientras los conservadores matizan sus críticas
y posiciones ya sea por miedo o por posturas acomodaticias.

Es evidente que en este mundo globalizado, mientras en Cuba no ocurra un
baño de sangre o la situación se radicalice aún más, Brasil seguirá
priorizando sus inversiones, México su ventaja turística sobre la Isla
gracias al embargo norteamericano, España sus empresas y su decimonónico
pulso frente a EE UU, y estos últimos, el control migratorio y de
tráfico de drogas a lo largo de sus fronteras. Ante este panorama, lo
que debemos pedir los cubanos a los gobiernos democráticos del mundo
parece sencillo, pero no lo es. Si no los empujamos a defender sus
principios mientras negocian con La Habana, a mantener, a la par que sus
intereses nacionales y estratégicos, la claridad sobre la naturaleza del
castrismo y la solidaridad con los reprimidos, las democracias
occidentales se abstendrán de involucrarse en Cuba por las razones
contrarias a las que las hace frenarse ante China: la poca importancia
real de la Isla y, en cambio, su desmesurado peso simbólico.

La pregunta que se impone, pues, es la de qué debemos hacer nosotros,
los cubanos, ante esta situación. Y esto sería, volvernos descreídos,
pragmáticos (resulta asombroso que no lo seamos ya, después de más de
medio siglo de dictadura y promesas de ayuda), y velar por nuestros
intereses y objetivos de un modo en que nadie más lo hará, por muy
nobles, legítimos y necesarios que sean. En otras palabras, mirarnos al
espejo, una y otra vez, y repetir ese pleonasmo de que el problema de
Cuba es nuestro, solo nuestro.

http://www.diariodecuba.com/opinion/13881-la-cosa-cubana

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