Pages

Wednesday, November 21, 2012

Bajo la sombra del pánico y el odio

Bajo la sombra del pánico y el odio
Miércoles, 21 de Noviembre de 2012 04:57
Escrito por Leonardo Calvo Cárdenas

Cuba actualidad, Boyeros, La Habana, (PD) El número 234 de Primavera
Digital/Primavera en Cuba (PD-PEC) publicó las valoraciones del señor
Luis Tornes Aguililla sobre la historia y perspectivas de la convivencia
interracial en Cuba como parte de una inquietud y debate que se hace
profunda y global y ya alcanza incluso a los organismos internacionales
de derechos humanos (Comité de la ONU para la Eliminación de la
Discriminación Racial CERD y la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de la OEA CIDH).

En el artículo titulado "En Cuba sí hay racismo", el autor recrea en su
primera parte algunas verdades inapelables e incompletas, algún que otro
socorrido cliché y muchas omisiones sobre un tema de capital importancia
para el pasado, el presente y el futuro de nuestro país.

Al describir las polarizaciones excluyentes que reafirmaron en los
umbrales de la República para los afrodescendientes cubanos las
desventajas arrastradas históricamente, el autor reconoce que los
mambises negros fueron la mayoría en el Ejército Libertador y que estos
"no vieron satisfechas sus ansias cir-lidereseconómicas". En una (mala)
suerte de inexactitud capital, el autor olvida que no eran ansias
económicas, sino los derechos elementales consagrados en los principios
en que se fundaba la república, lo que se negaba a esos cubanos.

De hecho, no era pan y techo lo que necesitaban los cientos de cubanos
negros y mestizos cuyo lustre intelectual y caudal económico motivó la
cruenta represión por la llamada Conspiración de la Escalera, en el año
1844, que pasó a la historia como "el año del cuero".

El odio y pánico racista del hegemonismo criollo atraviesa toda nuestra
historia por encima de coyunturas y discursos políticos. Ese odio y
pánico envenenó la tinta que selló en el Zanjón el destino de la Guerra
de los Diez Años, ese odio y pánico enlodó de traición y sangre las
manos del Ismaelillo (el coronel José Francisco Martí y Zayas Bazán),
principal ejecutor de la masacre de 1912, a quien el señor Tornés
Aguililla, como los personeros intelectuales del gobierno cubano, se
abstiene de mencionar.

No era pan y techo lo que buscaba Fulgencio Batista en el exclusivo club
aristocrático al que no fue admitido, como bien recuerda el autor. Ese
odio y pánico que excluyó de sus salones, canchas y jardines al hombre
que más había hecho por sus intereses, les impidió prestar oído y
crédito a las certeras advertencias del Dr. Rafael Díaz Balart, a la
sazón único votante en contra de la amnistía que liberó a Fidel Castro
de su cómoda prisión en 1955. Finalmente, los hegemonistas criollos del
momento prefirieron a ese blanco, hijo de español, hijo de hacendado,
niño de escuela religiosa, graduado universitario; es decir, escogieron
a ese igual, que a golpe de bombas y mentiras callejeras, tomó
displicente lo que le dieron y les quitó todo lo demás, para
convertirlos en los eternos traidores traicionados que por el espacio
temporal de dos siglos diferentes han rumiado sus rencores y amarguras
por los oscuros callejones de la más amarga frustración.

El autor hace referencia a los políticos afrodescendientes que en los
primeros años de la República, a pesar de su lustre intelectual –Rafael
Serra fue quien calificó a José Martí como apóstol de la independencia
de Cuba− y sus méritos insurreccionales, no pasaron de ser personajes
subalternos del entramado de intereses dominantes, al igual que lo son
hoy los poquísimos afrodescendientes que son ascendidos a posiciones
dirigentes en las estructuras gubernamentales. Aquellos ayer y estos hoy
nunca se atrevieron e enfocar una lucha abierta y frontal contra la
desigualdad y la injusticia de que han sido objeto históricamente sus
hermanos de raza.

Como siempre sucede, el señor Tornés Aguililla se refiere al Partido
Independiente de Color PIC (1908-1912) como los ex mambises descontentos
víctimas de una cruel masacre y obvia que ese partido tiene la
significación histórica de haber convertido a las víctimas en
alternativa política, con un programa y una propuesta para todos los
cubanos sin exclusión, que fue durante mucho tiempo la más progresista
del continente.

Resulta claramente explicable por qué el gobierno cubano no reconoce a
los Independientes de Color como héroes y mártires de la lucha por la
igualdad y la justicia y legítimos precursores de las más puras ideas
revolucionarias. Eso implicaría aceptar que cuarenta años antes del
llamado Programa del Moncada, "unos negros" habían puesto el dedo en la
llaga de los más acuciantes problemas sociales de la nación, con el
agravante de que el programa del PIC tocaba muy especialmente el asunto
de la discriminación racial, deliberadamente omitido por Fidel Castro en
su alegato-programa como muy especial guiño de confianza –junto a la
supuesta inviolabilidad de la propiedad privada− para los futuros
traicionados.

Por mi parte, confío en que la omisión del autor de la trascendencia
política del Partido de los Independientes de Color, que en su momento
reavivó el recurrente odio y pánico del hegemonismo criollo, esté
motivada por desconocimiento o falta de espacio.

Llama la atención como el autor califica al racismo persistente,
metabólico y cromosomatico que padece la sociedad cubana como rezago de
la discriminación anterior. Pierde de vista el autor que el colonialismo
acabó en Cuba pero se mantiene la mentalidad colonial que sustenta ese
hegemonismo criollo sobre sólidos patrones de satanización,
invisibilización, menosprecio, exclusión y represión cuando se considera
necesaria (1844, 1912, 2003, 2010). Los afrodescendientes cubanos somos
las principales víctimas de ese imaginario machista-racista convertido
en poder que en considerable medida ha expoliado a mujeres, campesinos y
homosexuales como seres inferiores y discriminables.

Esa persistente mentalidad colonial, junto a la ilusión de igualdad y la
ilusión de blanqueamiento, históricamente alimentadas por nuestras muy
particulares condiciones de desarrollo histórico social, ha condicionado
que incluso las víctimas incorporemos con total naturalidad el criterio
de nuestra propia inferioridad, hasta llegar a renegar de todo lo que somos.
Resulta paradójico ver como después de haber hecho tanto en todos los
órdenes de la vida social en el proceso de conformación de esta nación,
los afrodescendientes cubanos mantengamos tan bajos niveles de orgullo,
autoestima e identidad.

En un inesperado giro de su disertación, el autor la emprende contra las
personalidades académicas, intelectuales y políticas norteamericanas que
en diciembre del año 2009 hicieron una crítica abierta y meridiana
contra el racismo persistente en la sociedad cubana y brindaron su
solidaridad al movimiento cívico antirracista y pro democrático que
comenzaba a destacarse y sufrir represión en la Isla.

Los argumentos son demasiado pueriles: "En el año 2009, ciudadanos
estadounidenses denunciaron la discriminación racial contra los negros
en Cuba y han hecho bien, pero nuestro país no tiene la misma historia
que Estados Unidos"...

Los firmantes del documento de marras en ningún momento justifican su
posición con coincidencias históricas que no existen entre nuestros dos
países y que en nada se relacionan con la realidad cruda, palpable y
peligrosa que inquieta la sensibilidad de los demócratas en cualquier
lugar del planeta.

En una muy extraña y espero que casual coincidencia con las posiciones
racistas e irrespetuosas del gobierno cubano, el señor Tornés Aguililla
la emprende contra el principal promotor de la mencionada crítica, el
Dr. Carlos Moore, intelectual de larga y reconocida trayectoria e
incuestionable prestigio en el mundo entero, a quien el autor califica
simplemente de "negro –de origen jamaiquino−" sin más referencias, una
expresión muy natural para la mentalidad racista cubana pero que se
desconecta los patrones de respeto de la convivencia contemporánea.

En un alarde de personalización ofensiva y manipuladora que parece
reproducir las histéricas diatribas castristas, el autor expresa:
"Carlos Moore, con una historia de animosidad racial hacia los «cubanos
blancos burgueses» olvidando que sus propias raíces ideológicas son
comunistas con inclinaciones al maoísmo y olvidando también que sólo
vivió en Cuba de 1961 a 1963, cuando se asiló en una embajada africana,"...

Describir y cuestionar objetivamente el carácter racista y antinacional
que ha caracterizado a lo largo de nuestra historia a ese supremacismo
criollo y la jerarquía católica no implica animosidad racial. Por su
parte, el Dr. Carlos Moore nunca ha renegado de sus ideas de izquierda,
En Cuba muchos hemos pasado por diferentes posiciones ideológicas, lo
importante es asumirlas con decoro y honestidad en cualquier
circunstancia. El autor omite que el Dr. Moore debió asilarse porque a
pesar de su juventud se enfrentó al régimen diciendo alto y claro lo que
creía de las desigualdades y desventajas no atendidas por la revolución.

El autor se pregunta: "¿Por qué esta tardía acusación y condena del
racismo en Cuba? ¿Por qué hoy, cuando hasta ayer los llamados
«afroamericanos» han apoyado sin ambages al régimen de Fidel Castro?"

Espero que el autor coincida conmigo en que la condena a la injusticia
nunca es tardía. De hecho, durante las últimas décadas han sido
intelectuales norteamericanos los más persistentes cuestionadores de las
atrofias que padece la convivencia interracial en Cuba. El hecho
innegable de que muchos afronorteamericanos, por razones muy
específicas, hayan apoyado consistentemente al gobierno cubano no
contradice que ante los traumas y peligros que amenazan el presente y
futuro de Cuba, antiguos acólitos y nuevas sensibilidades despierten y
se movilicen.

Tornés Aguililla vuelve a coincidir con los voceros académicos del
régimen cuando niega a los cubanos negros y mestizos el derecho a
asumirnos como afrodescendientes. "La noción de «afroamericano» es
asunto de Estados Unidos. Nosotros no somos «hispanocubanos» ni
«taínocubanos", de modo que la elucubración de un ente «afrocubano» que
muchos enarbolan no corresponde a nuestra realidad política
o sociológica."

Pierde de vista el autor que la realidad biológica, histórica y
geográfica son anteriores y más importantes que lo que él califica como
realidad política o sociológica. Acaso pueda demostrarnos que los
nacidos en Cuba con características fenotípicas negras somos
descendientes de los vikingos.

Nosotros no somos pobladores originarios, somos la mezcla profunda e
intensa de los componentes que nos conformaron. No existe contradicción
entre la condición jurídica, política y cultural de cubanos con la
condición de afrodescendientes, como tampoco la hay entre la condición
de norteamericanos y la de anglosajones.

De hecho en este país, donde hace más de un siglo el peor castigo era el
destierro, hoy decenas de miles de cubanos se abalanzan sobre el
consulado español para convertirse en súbditos de la antigua metrópoli
sin que nadie se moleste o escandalice mientras cunde el pánico cuando
los afrodescendientes nos reconocemos como lo que realmente somos.

El caso es que la condición de afrodescendientes enaltece y legítima a
los "negros", como nos llama el señor Tornés Aguililla, comienza a
desterrar del imaginario social el lenguaje colonial que convirtió un
adjetivo −negro− en sustantivo. El recurrente rechazo al término
afrodescendiente es una nueva manifestación del ancestral odio y pánico
racista. Está claro que cuando el ente tradicionalmente excluido y
discriminado cambia de dimensión y comienza a tomar conciencia y orgullo
de si mismo se torna realmente peligroso a los intereses del
supremacismo hegemonista.

De cualquier manera, es explicable el pavor que despierta en algunos
cubanos de piel clara el término afrodescendiente. En esta nación de
mestizos, algunos tan claros que parecen blancos y otros tan oscuros que
parecen negros, a nadie le gusta toparse a cada momento con el fantasma
de lo que no quiere ser

El autor asegura:" En una palabra: nunca ha habido odio racial en Cuba
como sí lo hubo y todavía lo hay en Estados Unidos".

Como es natural, en Cuba el racismo no puede ser de linchamiento, puesto
que eso implicaría linchar a los que hacen la riqueza, la guerra y la
diversión.

Aunque en los Estados Unidos los afrodescendientes no tienen el peso
demográfico ni el protagonismo histórico y cultural de los cubanos
negros y mestizos, sí cuentan con los mecanismos legales e
institucionales para enfrentar la injusticia. Esos mecanismos
constituyen un sueño todavía en nuestro país.

Invito al señor Tornes Aguililla a comprobar como se palpa en cada
rincón de nuestra realidad la reafirmación en esa desigualdad e
injusticia endémica que hace difícil imaginar como posible "la
integración nacional por encima del color de la piel."

Para resolver un problema, primero hay que aceptar su existencia, con
sus causas y responsables.

En lo único que coinciden los enemigos políticos a las dos orillas del
conflicto cubano es en no conceder la importancia que merece ni espacios
en sus diseños políticos a la problemática racial de Cuba.

Mientras, académicos e intelectuales, como conciencia crítica de la
sociedad, se demuestran incapaces de ver la importancia universalmente
asumida de convertir a los negros en afrodescendientes o reconocer que,
como hace doscientos o cien años, hoy en Cuba hay luchadores contra el
racismo y por la integración que no somos racistas ni fratricidas ni
anexionistas.

Para Cuba actualidad: elical2004@yahoo.es

http://primaveradigital.org/primavera/politica/54-politica/5803-bajo-la-sombra-del-panico-y-el-odio.html

No comments: