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Monday, November 05, 2012

A mis hermanos cubanos del exilio

A mis hermanos cubanos del exilio
Lunes, Noviembre 5, 2012 | Por Padre José Conrado Rodríguez Alegre

SANTIAGO DE CUBA, noviembre, www.cubanet.org

A mis hermanos cubanos del exilio

Queridos hermanos:

En Santiago de Cuba apenas amanece. Hoy, viernes 26 de octubre del 2012,
a solo 48 horas de la horrible devastación que ha dejado a su paso el
huracán Sandy, me he levantado temprano a rezar y a escribirles. En
medio de la tristeza por tantas familias que han quedado en la miseria,
como decía Eliseo Diego del hombre con el hato a cuestas, en su "Libro
de las Maravillas de Boloña": "Peregrino te vas con el crepúsculo y tus
pobres enseres: miedos, penas". Así veo a mi pueblo, vagando entre las
ruinas de lo poco que teníamos a la nada que nos queda. Y sin embargo, y
lo digo con supremo orgullo de esa mi pobre gente, con bondad para
pensar en el otro y brindarle la mano y con esa fortaleza de los pobres
para decir en el vórtice de la desgracia: "no importa lo perdido, aún
estamos vivos".

Sí, he visto muchos signos de solidaridad, como mi feligrés Tito, joven
estudiante de cuarto de medicina, que ha ido a limpiar escombros en casa
de sus vecinos y familiares, y ayer se pasó la tarde junto con Pavel, su
cuñado, salvando las planchas de zinc tiradas en el patio, con las que
volvimos a techar la casa parroquial. Mi hermana y su hijastra de quince
años que me han limpiado el primer piso de la casa parroquial, mientras
se techaba el segundo. Manolo y Mario, que a pesar del peligroso viento
pusieron las tejas para proteger de la intemperie mis libros,
computadoras e impresoras. Gladis y su nieto Pedro, que fueron los
primeros en llegar para dar una mano, aunque todavía tenían mucho
escombro que barrer en su propia casa. Y Eliecer Ávila, que vino desde
Puerto Padre para ayudar, porque no podía estarse quieto allá, sabiendo
lo mal que lo estábamos pasando acá.

Yoani Sánchez y Reinaldo Escobar, que desde La Habana me hicieron saber
que estaban recogiendo comida y medicina para los damnificados. Mi
hermano Roberto Betancourt, que desde su parroquia de la Caridad me hizo
llegar el calor de su feligresía, lo mismo que Ofelia Lamadrid, con sus
noventa y muchos años y Teresita de la Paz, la viuda de Gustavo Arcos
Bergnes, que rezan por mí y por mi gente. Ellos me han dicho de la
movilización que Uds. ya han iniciado para enviar ayuda "tanto más
urgente cuanta mayor es nuestra necesidad".

Mis amados hermanos: desde esta lejanía e inmerso en el sufrimiento
supremo ante la desgracia inevitable y desarmante, les digo de corazón,
que he sentido, en todas estar horas de incertidumbre y amargura, cuando
veía volar el techo de mi parroquia y de mi casa, corriendo para salvar
los libros y lo que se podía de la lluvia y después, cuando pude salir y
pude contemplar la desolación de mi gente, sentí la presencia, las
oraciones y la solidaridad de todos Uds. Yo sabía que no estábamos solos
y que podíamos contar con el cariño y el apoyo de todos Uds., de todos
los amigos, cubanos o no, que desde lejos nos acompañarían con su
oración y su amor. De manera especial cuando fui a rezar por una
anciana que falleció de un infarto en medio de la tormenta: refugiada en
un pequeño baño, con su hija, su nieta y sus dos pequeños biznietos, en
una casa que volaba a pedazos por los aires, su corazón no resistió a
tanta angustia y explotó. El mío sangra ante toda la desgracia de mi pueblo.

La ciudad yace en ruinas. Mi antigua parroquia de San Antonio María
Claret, en el barrio de Sueño, se desplomó. Sólo el Cristo que puse un
día en la pared del presbiterio, quedó como mudo testigo junto con el
altar de granito que allí levanté hace 30 años. Lo mismo ocurrió con mi
antigua Iglesita de San Pedrito, cuya reparación estuvo a punto de
costarme la prisión. Lo mismo que mi amado pueblo de San Luis, donde
nací a la fe y luego comencé mi labor pastoral de sacerdote, y cuyo
nuevo altar de mármol fue consagrado en solemne ceremonia hace menos de
un mes. Y así ha ocurrido con casi todos los templos, casas parroquiales
y conventos de toda la diócesis… yacen destruidos, están destechados o
han quedado seriamente dañados.

Pero qué es eso, me pregunto, ante la desgracia de tantas personas que
lo han perdido todo: el esfuerzo de vidas enteras y aun de varias
generaciones, convertidos en despojos chorreantes de lodo y polvo. Así
los libros, los televisores, y demás efectos electrodomésticos, los
muebles… y el hogar! Se calculan en 150 mil las casas destruidas o
seriamente dañadas. ¡Y esto en medio de una situación económica tan
difícil, prácticamente de sobrevivencia! ¡Nos parecía que estábamos mal…
y ahora estamos mucho peor! Con todo, vuelve a mi memoria la primera
frase que yo dije y luego he oído en tantas otras bocas: ¡pero estamos
vivos! Gracias a Dios por la vida que nos dio y nos ha conservado,
porque es increíble que en medio de tanta devastación los muertos hayan
sido tan pocos. ¿Qué nos querrá decir Dios con todo esto?

Padre José Conrado Rodríguez Alegre

http://www.cubanet.org/articulos/a-mis-hermanos-cubanos-del-exilio-2/

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