Pages

Friday, April 13, 2012

Con la iglesia hemos topado

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=35720

Con la iglesia hemos topado
[12-04-2012]
Carlos Alberto Montaner
Periodista, escritor, político

(www.miscelaneasdecuba.net).- Escribí un breve artículo, Vaticano Inc.
(Con perdón), que puede leerse en www.elblogdemontaner.com, y he
recibido algunas críticas negativas de viejos y queridos amigos. Una de
ellas la redactó Alberto Muller. Voy a responderle por párrafos.

Dice Alberto:

Ocurre con frecuencia que cuando el Pontífice de la Iglesia Católica
visita países o hace declaraciones morales o de corte social que
impactan a millones de creyentes y no creyentes, surja más de un
supuesto experto vaticanista a increparlo, enmendarlo o aconsejarlo.

Curiosa observación. ¿Para hablar de México hay que ser un mexicanista?
¿No tienen derecho los papas alemanes a hablar de Cuba porque no son
cubanólogos? No me parecería justo. Pero, por la otra punta, ¿por qué,
si el papa, un alemán, y el nuncio, un italiano, hablan de Cuba y juzgan
la actuación de los cubanos, no puedo yo hablar del papa y del Vaticano?

Me sorprende que Carlos Alberto Montaner, al cual respeto con hondura y
con el cual comparto dolores y sueños de Patria libre y de un mundo
mejor, haya caído en la tentación mediática de convertirse en otro
vaticanista de ocasión.

'Vaticano Inc, (con perdón)' -así titula la nota Carlos Alberto- es un
análisis demasiado apresurado y por momentos errático para resumir los
DOS MIL AÑOS de una Iglesia Católica que ha cometido, como era de
esperar múltiples errores humanos en su largo camino, pero que carga con
un mensaje apostólico de amor, de salvación, de perdón humano, de
justicia social, de liberación y de obras humanitarias en beneficio de
los más pobres en todos los rincones del mundo, que hasta los más
acérrimos adversarios del catolicismo no ignoran.

No pongo en duda absolutamente nada de esto. Lo matizaría agregando que
el aporte cultural e histórico del cristianismo, pese a las barbaridades
cometidas por la Iglesia Católica, es mucho más positivo que negativo.
No hay nada, pues, en mi breve artículo que contradiga la esencia de
cuanto afirma Alberto. No soy anticatólico ni anticlerical.

Comparto con Carlos Alberto que en Cuba y en México hubo personas
defraudadas porque el Papa no se haya reunido con las víctimas de
ciertos atropellos conocidos, pero nadie puede dudar y esto debería
decirlo Montaner por respeto con lo acontecido, que en sus homilías en
ambos países, el Santo Padre tuvo el coraje de defender públicamente a
los desheredados, a los pobres, a los presos, a los exiliados, a los
inmigrantes, a los niños, a la libertad, a la verdad, a la familia y no
dudo en señalar los males del narcotráfico, la violencia y el fanatismo
político que suprime la libertad y no permite la opinión ajena.

Todo eso está muy bien, y la semana anterior había escrito una columna
favorable al papa que hasta la publicaron en Roma en italiano, pero el
punto de partida de este otro artículo era que había personas
disgustadas con el Santo Padre, como las Damas de Blanco, porque no
había encontrado un minuto para consolarlas. ¿Dónde está el agravio en
esa observación?

Me parece injusto con el pueblo de Dios, que Montaner afirme que los
servicios que brinda la Iglesia Católica a los pobres y a los
desheredados, se realicen por una razón de convivencia. Los servicios de
la Iglesia Católica, desde los confines del continente africano hasta
Haití, pasando por Argelia y los rincones más pobres del planeta,
incluyendo Cuba, representan una visión liberadora de amor verdadero con
el ser humano y con toda la comunidad de enfermos, necesitados y
marginados del mundo.

Me temo que Alberto no entendió lo que yo escribí. Voy a repetirlo:
"Desde esa perspectiva [la de Vaticano Inc.], la Iglesia Católica es una
enorme empresa de servicios espirituales y asistencia social. Los
servicios espirituales, esencialmente, consisten en sostener y propagar
una forma de convivencia derivadas de las prédicas atribuidas a Jesús de
Nazaret, basada en el amor y el perdón que, de acuerdo con las
creencias del grupo, permiten alcanzar una placentera vida eterna tras
la inevitable muerte física".

Francamente, no entiendo el disgusto. Desde sus inicios, y de manera
creciente, el cristianismo, para su gloria, fue una enorme empresa
dedicada a diversas variantes del asistencialismo, comenzando por
enterrar a los muertos y consolar a los dolientes, hasta,
posteriormente, consagrarse a la enseñanza y al auxilio a los pobres, lo
que, en su momento, los hizo tan populares que hasta algunos obispos se
transformaron en tribunos de la plebe (Christopher Dawson).

Tampoco es falso o inexacto que el cristianismo predica una fórmula de
convivencia que, de acuerdo con las creencias del grupo, conduce a la
salvación eterna del alma, presumiblemente en el cielo. Para los
católicos, ¿no es verdad que quien vive de acuerdo con la doctrina de
amor y perdón atribuida a Jesús por los evangelistas se salvará e irá al
cielo? ¿Dónde está la ofensa?

Carlos Alberto cae en un bache histórico como vaticanista novato, cuando
hace una alusión crítica a la oración del Credo, promulgado en el
Concilio de Nicea (año 325) y modificado en el Concilio de
Constantinopla (año 381) y cuya principal finalidad fue fundamentar y
enmarcar las creencias religiosas ante el bautismo. Nunca el Credo tuvo
la misión de proclamar la justicia humana del reino de Dios.

En rigor, ni siquiera soy un vaticanista novato, (no paso de ser un
amateur, esto es, alguien que ama el asunto) pero cualquier persona
interesada en la historia de las religiones, como es mi caso, sabe que
existió un Credo primitivo en el siglo II, basado en las epístolas de
San Pablo, hasta que fue sustituido con algunas variantes por el texto
promulgado en Nicea en el siglo IV. ¿Cómo cree Alberto que
transcurrieron los tres siglos que van desde la muerte de Jesús hasta
325? ¿A partir de qué supone Alberto que los teólogos reunidos en Nicea
fijaron un texto que reunía las creencias del grupo?

Sin embargo, pasa por alto Montaner que la oración principal del
cristianismo por naturaleza teológica, no es el Credo, sino el Padre
Nuestro, que tiene como antecedente abarcador el maravilloso y
visionario Sermón de la Montaña, que según el evangelista Mateo y el
apóstol Pablo, unido a otros teólogos e historiadores consagrados, lo
consideran la piedra angular para entender el mesianismo y la justicia
del reino de Dios que Jesús se encargó de proclamar.

No tengo idea de dónde saca Alberto que la oración principal del
cristianismo es el Padre Nuestro y no el Credo, texto que codifica las
creencias que convierten en católica a una persona, cuando el Padre
Nuestro parece ser una adaptación libre de una oración hebrea, Abinu
Malkena, algo perfectamente razonable tratándose de una religión
derivada del judaísmo que comenzó a predicarse y discutirse en las
sinagogas.

Le recomendaría a Carlos Alberto que se leyera 'Jesús de Nazaret' de
Benedicto XVI, para que pueda valorar en todo su sentido moral, no
solamente el valor de la justicia implícito en las Bienaventuranzas del
Sermón de la Montaña y de la Iglesia Católica, sino el significado
teológico del Padre Nuestro, porque en ese 'nosotros' dirigido al Dios
misericordioso que está en el Cielo, está la inclusión salvífica tanto
del pecador creyente, como del no creyente.

Con mucho gusto leeré esa obra, porque no creo en prohibir libros, y me
interesan los puntos de vista de todos, especialmente de quienes no
piensan lo mismo que yo, pero me temo que seré immune a la parte
teológica. Como agnóstico, no tengo la menor idea sobre la existencia de
Dios o de una vida más allá de la muerte. No se me ocurre negar esas
posibilidades (ojalá se confirmaran), pero tampoco me es dable
suscribirlas porque carezco del don de la fe. Creo, sin embargo, que si
Dios existiera con las características que con tan sorprendente certeza
le atribuyen los católicos, cualquier cosa sería posible.

Después Montaner se entretiene en explicar que el Vaticano es una
empresa incorporada, con un ejecutivo de Cardenales y otros
Administradores que sirven a mil millones de feligreses en todo el mundo
y cuyo gerente general es el Papa, con la ayuda de 740 mil abnegadas
monjas, cuyo objetivo principal es 'salvar almas, en competencia con
otras compañías que ofrecen servicios parecidos'.

¿Cuál es el problema? La Iglesia Católica, además de creencias, tiene
una estructura y unas reglas. Es fondo y forma. Esa estructura y esas
reglas, como se trata de una institución romana, tienen la impronta del
mundillo pagano donde surgió. Se divide en diócesis y provincias porque
así se organizaba Roma. Su jefe es el Sumo Pontífice –el que tira
puentes entre Dios y los hombres--, porque así se denominaban los
máximos sacerdotes en los ritos paganos. Y resulta que esa estructura
está bastante cerca de las empresas multinacionales actuales porque es
tremendamente simple y funcional.

Así de simple Carlos Alberto define a la Iglesia Católica, sin detenerse
en la gigantesca obra humana de la institución y sin tomar en cuenta la
importancia histórica y la bondad humana de la Virgen María en la
encarnación amorosa de Jesús, por sólo mencionar dos coordenadas
salvíficas de la Iglesia Católica.

Me parece -con el mayor respeto y afecto que profeso a Montaner- un poco
atrevida esta comparación del Vaticano como una empresa incorporada. El
Vaticano definitivamente es algo más.

Nada de eso se pone en duda en mi texto. No se me ocurriría examinar
esos temas, absolutamente ajenos y lejanos. Quienes tienen una visión
diferente de María o de Jesús –en lo que no entro-- son otros cristianos
protestantes, y seis de cada siete personas de cuantas pueblan el
planeta que, sencillamente, no son cristianas. En todo caso, aunque
resulte poco frecuente analizar a la Iglesia como una empresa, es
perfectamente válido hacerlo. Al fin y al cabo, es una organización que
tiene ingresos y gastos, y que lucha por aumentar su cuota de mercado y
su presupuesto de operación. También tiene empleados, es decir, personas
que devengan salarios y reciben beneficios de la institución. ¿No es
perfectamente válido analizar a la Cruz Roja como una empresa de
servicios sin fines de lucro? En nuestros días, ¿no tienen que rendir
declaraciones de impuestos los religiosos, aunque cuenten con algunas
exenciones? Desde la perspectiva económica, incluido el aspecto fiscal,
la Iglesia Católica (y todas las Iglesias) no son otra cosa que empresas
de servicios.

Solamente en Estados Unidos, la Iglesia Católica gasta más de 10 mil
millones de dólares anuales en educar a 2.6 millones de estudiantes
norteamericanos, y uno de cada cinco estadounidense atendido en
hospitales, acude a un Hospital Católico.

Eso me parece muy bien. Lo aplaudo. Es un buen servicio. Como me parece
bien que recogiera los saberes del mundo antiguo y creara las primeras
universidades en Occidente. Como me parece excelente que alentara en
Oxford, en la Edad Media, el surgimiento de la primera manifestación de
la Ilustración.

Otro bache histórico de Montaner es cuando analiza como negativo el
Pacto de Letrán de Pío XI con el Rey Victor Manuel III y su primer
ministro Benito Mussolini, que finalmente dio soberanía al territorio
Vaticano y que para muchos historiadores resolvió satisfactoriamente los
sensibles problemas territoriales entre el Estado italiano y la Iglesia
Católica durante la reunificación italiana.

Esa es una interpretación sesgada de lo que dije. En esencia, escribí
algo bastante obvio: que una Iglesia tan vieja, amplia y poderosa, una
multinacional italiana (de los 265 papas 212 han sido italianos),
constantemente tuvo y tiene que hacer concesiones contrarias al código
ético que predica. Puse tres ejemplos, pero puedo poner tres mil. A cada
uno de ellos Alberto puede alegar que los hombres se equivocan, pero esa
respuesta es demasiado elemental para satisfacer un análisis de cierto
calado que incluya la pregunta clave: ¿por qué se equivocan? Basta tomar
la historia de los concordatos para comprender la enorme cantidad de
concesiones que ha hecho la Iglesia para mantener o ampliar sus poderes
terrenales. Estoy seguro de que Alberto coincide conmigo en que
Concordatos como los sostenidos por el Vaticano con el Tercer Reich de
Hitler o con la República Dominicana de Trujillo (que establece que "el
Vaticano es una sociedad perfecta") no son acciones de las que la
Iglesia puede estar orgullosa. Como Alberto conoce la historia de la
Iglesia Católica, y como trajo a colación el Tratado de Letrán,
seguramente no ignora que la reclamación de un territorio soberano en
Italia –el Vaticano—está fundada sobre un remoto fraude monumental: la
supuesta Donación de Constantino (que nunca existió) del territorio de
Roma a la Iglesia Católica.

Pero no sigo con el historicismo anticatólico de la nota, porque todo es
un poco más de lo mismo. Claro que la Iglesia Católica ha cometido
errores durante su historia y es bueno que se señalen, ya que toda
institución humana los comete.

Sin embargo, cuando estos señalamientos omiten la faceta salvífica y
pastoral de la Iglesia Católica, entonces tienden a perder credibilidad
y balance, como le pasa a esta nota que comentamos.

Alberto, como buen periodista, sabe que los artículos de opinión no
deben exceder las 750 palabras. La Iglesia Católica no necesita que yo
la defienda. La defiende la historia de Occidente, que no puede
entenderse sin ponderar el papel que ha jugado. Lo que le conviene a la
Iglesia, en cambio, es que se examine con ojo crítico sus acciones para
mejorar humildemente aquello que pueda mejorarse, si es que encuentra
algo valioso en los comentarios de quienes se ocupan ocasionalmente de
sus cosas. Lo que la perjudica es que los católicos, laicos o
religiosos, se sientan agredidos cuando se señalan errores u horrores
cometidos por la institución.

Según Carlos Alberto los veinte siglos de existencia de la Iglesia
Católica se explican por 'incómodas concesiones para sobrevivir', en
lugar de por los signos de solidaridad humana con los más pobres, con
los enfermos y con los pecadores, como divulgara Jesús en su doctrina
mesiánica y salvífica.

Es cuestión de matices. Alberto piensa que la supervivencia de la
Iglesia Católica se explica mejor por su magnífica historia
asistencialista que por su capacidad de adaptación a la realidad, lo que
en muchas oportunidades la ha llevado a concesiones y actuaciones poco
recomendables. Tal vez sea una combinación de ambos factores. No lo
descarto. Tampoco lo sé a ciencia cierta porque se trata de un tema
abierto y sujeto a opiniones subjetivas.

De todas formas, una de las facetas más admirables de la Iglesia
Católica y de la cristología contemporánea, que enmarcan con singular
genialidad pensadores y teólogos como Jacques Maritain, Teilhard de
Chardin y Benedicto XVI, es que todos, creyentes como no creyentes,
tienen su puesto en la historia de la salvación por la Gracia de Dios.

Eso me complace escucharlo, pero me lleva a hacer una confesión final:
cuando, de adolescente, leí al padre Teilhard de Chardin (El fenómeno
humano) y me pareció encontrar una forma creíble de aunar la fe y la
razón (el Punto Omega), no tardé en descubrir que la Iglesia Católica
había prohibido sus libros. Eso acabó de liquidar mi fe en la
institución desde el punto de vista intelectual.

Me tranquiliza pensar que amigos como Carlos Alberto y hasta adversarios
connotados, puedan salvar sus almas por la misericordia de Dios.
Demasiado inteligente y buena persona Montaner, para no compartir con él
en el otro tiempo histórico infinito y eterno que llegará.


Esto me alegra sobremanera.

Y más me alegra a mí, querido Alberto. Sería una grata sorpresa
descubrir que hay un "más allá" y que, además, está lleno de buenos
amigos para continuar debatiendo. Si sucede, te aseguro que abandonaré
el agnosticismo. Siempre he sido débil ante la realidad.

No comments: