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Wednesday, October 12, 2011

El cuento de la igualdad

Mujeres, Género

El cuento de la igualdad

Durante décadas, las mujeres cubanas, como las del antiguo bloque
socialista, tuvieron que enfrentar tres jornadas: la del trabajo
asalariado, la de la labor doméstica y la de la actividad política

Rebeca Montero, La Habana | 12/10/2011

Desde el mismo año 1959 se dedicó atención al "problema de la mujer",
pero diluyéndolo en el "tema mayor" de la lucha revolucionaria. Vilma
Espín afirmaba sobre el feminismo que, "con enfoques distorsionados de
lo que significa la liberación, se usa para confundir a las personas,
para dividir a las fuerzas revolucionarias y hasta para distraerlas de
los acuciantes problemas económicos que enfrentan en esta época de
crisis no sólo las mujeres sino todos los trabajadores…"[1]. Espín fundó
la Federación de Mujeres Cubanas en 1960, con el fin de incorporar las
mujeres a la producción, a tenor de las necesidades del momento y, con
ese acto, eliminó las asociaciones feministas existentes desde décadas
anteriores.

Con esa misma lógica de los "enfoques distorsionados" en el marco de una
lucha principal, se abolieron, de un plumazo musculoso, las
reivindicaciones de los negros, de los homosexuales, de los artesanos,
de los religiosos o de cualquier otro grupo social que quisiera subrayar
su diferencia esencial. Fueron extinguidas las asociaciones civiles y
sociales o se reagruparon bajo la supervisión y control del partido
único. Bajo el ojo viril de la dirigencia política —criollo-hispánica,
feudal y jesuítica—, todos eran una sola nación, todos eran iguales y,
así, procedieron a abordar a su manera "la cuestión de la mujer": acceso
a puestos de trabajo (principalmente en la industria textil u otras
maquiladoras), a las manualidades, a la carrera pedagógica y similares;
creación de infraestructuras para "auxiliar" a las mujeres en su trabajo
doméstico (lavanderías y comedores populares, guarderías) y ratificación
de los derechos ciudadanos (en existencia ya, constitucionalmente, desde
1934, cuando se legisló el voto femenino). Las lavanderías, los
comedores y las guarderías desaparecieron o languidecieron en esta
interminable crisis post-subsidios soviéticos que se llama,
cantinflescamente, "período especial de guerra en tiempos de paz".

El acceso al trabajo se acotaba por el paternalismo patriarcal del
liderazgo: en la Resolución 47 (1968) del Ministerio del Trabajo, primer
"por cuanto", se dice que "es política de la Revolución incorporar a la
mujer al trabajo, de acuerdo con lo señalado por el Primer Ministro,
compañero Fidel Castro, en el sentido de que la mujer se incorpore al
trabajo en las tareas más ligeras, fáciles y menos riesgosas, a fin de
que la fuerza de trabajo masculina del país pueda orientarse hacia
aquellas actividades y ocupaciones más fuertes o peligrosas". Luego de
una declaración así, se lanza el saco al arroyo para que pasen las
señoritas…

En 1980, la Resolución 511 derogaba la anterior por la necesidad de
"mantener los niveles de empleo", pero dejaba a las administraciones "la
selección de las ocupaciones preferentes para mujeres".

En la década de los años sesenta, se produjo una absorción de las
mujeres campesinas hacia las urbes para trabajos o estudios "de perfil
femenino" y de sus hijos para las becas estatales. Esto respondía a otro
plan, aunque la misión proselitista se asignó a las activistas de la FMC
quienes, a modo de Testigos de Jehová, predicaban de bohío en bohío el
advenimiento del "futuro luminoso" con el éxodo de los agricultores a
las ciudades. Era bueno despoblar al campo para exterminar de raíz el
fuerte sentido campesino de la propiedad y así tomar posesión de casi
todas las tierras por parte del Estado. En resumen, era el rodaje de las
cercas limítrofes, desde la finca de Birán a todo el territorio nacional.

En esa misma década, se ejecutaron las redadas policiales de los barrios
frecuentados por las prostitutas con el fin de "re-educarlas" (con
internamientos forzosos) a través de clases de "corte y costura" y otras
del mismo tono, siempre en el marco de lo "propio para mujeres". Con el
paso del tiempo y la erosión de valores que acompaña a toda
prolongadísima crisis, la prostitución se ha diseminado de tal forma que
Castro llegó a consolarse en público con la aseveración insólita de que
nuestras putas son las putas más cultas del mundo.

La interrupción de los embarazos se legalizó, lo que impidió la
propagación de las muertes en las clínicas clandestinas y se instruyó
algo a la población en el sexo seguro. Hubo unos pocos momentos en que
se alentó la natalidad —previendo el "futuro luminoso" y la escasez de
brazos para las hercúleas tareas por venir— y otros momentos en los que
se desalentó, dadas la persistencia de la libreta de racionamiento, la
escasez generalizada y la miseria extendida. Por otra parte, los
condones chinos eran defectuosos (se hicieron populares como globitos
para las fiestas de los CDR) y el método más eficaz para las
interrupciones fueron los abortos, nunca aconsejables como vías para el
control de la natalidad.

El Código de Familia (Ley 1289, de 1975) declaró la total igualdad de la
mujer y, en su artículo 27, afirmó que "los cónyuges están obligados a
cuidar de la familia que han creado y a cooperar el uno con el otro en
la educación, formación y guía de sus hijos conforme a los principios de
la moral socialista". La familia (papá, mamá y nené) era la "célula
elemental" de la sociedad futura y los padres debían educar a sus hijos
en la nebulosa que se denominaba "moral socialista", indefinida aún y
siempre etérea. El Código nunca previó que la Isla se pudiera convertir
en la Tailandia sexual del Caribe. Su objetivo inmediato, sin embargo,
era asegurar a los hombres que no se "afeminarían" si cambiaban pañales
o lavaban platos. Bueno, era algo. Pero, en sentido alguno, la ley
vulneraba los cimientos de la subordinación de la mujer quien, hasta
ahora, continúa padeciendo incontables y variados tipos de violencia:
social, doméstica, sexual y política.

Durante décadas, las mujeres cubanas, como las del antiguo bloque
socialista, tuvieron que enfrentar tres jornadas: la del trabajo
asalariado, la de la labor doméstica y la de la actividad política, ya
que tenían que asistir a las citaciones y trabajos programados "desde
arriba" para la comunidad y participar en las tareas "políticas y de
defensa militar". Goldsmith señala que Barrett y Markus observaron que
"en la mayoría de los países socialistas, tomando en cuenta la doble
jornada, la mujer trabaja muchas más horas que en muchos de los países
capitalistas"[2].

En la Isla ya no se sabe cuántas jornadas hay por su caos intrínseco. La
asalariada está a las puertas del desempleo o del inestable
"cuentapropismo", su jornada doméstica se hace cada vez más ardua por la
escasez generalizada y las horas invertidas en la búsqueda, en las
"colas", en la actividad insular permanente que es "resolver", y su
participación política mengua ya hasta su casi extinción. ¿Cuántas
milicianas se ven por las calles en los últimos tiempos? ¿Cuántas
cederistas y federadas fervorosas? Solo vemos Brigadas de Acción Rápida
cuya motivación esencial es difusa y que aparecen para reprimir
cualquier disidencia, sin parar mientes en la dignidad de las mujeres a
las que golpean con el salvajismo propio de los que perdieron en la lid
histórica y sólo conservan el poder a través del miedo.

La mujer nueva que esperaban los patriarcas nunca apareció. Nada nos cae
del cielo ni hay utopía que valga. Todo va, como siempre, por nuestra
cuenta y riesgo con la esperanza de rescatar los valores de antaño y
"desfacer entuertos".

[1] Espín, Vilma. La mujer en Cuba: familia y sociedad, Imprenta Central
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, La Habana, 1990.

[2] Goldsmith, Mary, "Análisis histórico y contemporáneo del trabajo
doméstico" en Estudios sobre lamujer, Tomo II, p.153, INEGI, SPP,
México, 1980.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/el-cuento-de-la-igualdad-269245

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