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Sunday, January 10, 2010

El negrito retinto

El negrito retinto
Sin himno, sin bandera y sin patria. Considerado como un provocador, el
escritor Carlos Moore desvela en Pichón sus desencuentros con la
burocracia comunista cubana

JUAN GOYTISOLO 09/01/2010

Carlos Moore nació en 1942 en un barracón del central azucarero
Lugareño, en la provincia de Camagüey. Hijo de jamaiquinos que emigraron
a Cuba en busca de mejor vida, conoció desde la infancia el racismo
heredado de la época colonial, la estratificación social creada en
función del color de la piel de sus miembros: blancos descendientes de
los conquistadores, gallegos recién emigrados de la Península, mulatos
de diversas tonalidades y negros prietos, estos últimos divididos aún
entre oriundos de la isla y vástagos de los esclavos procedentes de
Jamaica y Haití. Carlos Moore pertenecía al estrato social más bajo: el
de negrito retinto, despreciado por su cabello pasudo y su bemba, y
motejado en la jerga local de pichón.

A fines de los noventa, Moore hallará a su maestro Walterio Carbonell
convertido en una sombra de sí mismo

Moore descubre que la Revolución ha dejado de lado el problema racial:
ya no hay blancos ni negros, sólo cubanos

Su descripción de los años de la dictadura batistiana es matizada y
compleja: los negros se asociaban en las llamadas Sociedades de Color y
practicaban sin trabas los ritos abakuás (los plantes ñañigos) y las
ceremonias lucumíes, con su culto a los orishas (las divinidades
africanas), así como el abeah o vudú jamaiquino. A través de sus
hermanos de negritud conoció poco a poco el papel desempeñado por los
suyos en las guerras de independencia contra la metrópoli (el célebre
Quintín Banderas) y la matanza de los antiguos esclavos de la
sacarocracia por el dictador José Miguel Gómez en 1912, cuando aplastó
la rebelión del Partido Independiente de los nuevos cimarrones (episodio
cuidadosamente barrido luego bajo la alfombra). Esta conjunción de
factores influyó de forma decisiva en la toma de conciencia racial e
ideológica del futuro escritor.

Por su condición de mulato, el dictador Batista era bien visto en sus
comienzos por la "gente de color" -eufemismo entonces en boga-, pero la
arbitrariedad, corrupción y poder tiránico en los que sumió a la isla le
alienaron pronto dichas simpatías. El terror reinante en Cuba había
empujado al padre de Moore a emigrar a Estados Unidos y en 1957 se
embarcó con el resto de la familia con destino a Nueva York. Nuestro
autor tenía entonces 17 años.

Allí, la politización de los grupos más cultos que frecuentaba le indujo
a remontarse a sus orígenes africanos y a embeberse en el contenido de
las obras que los reivindicaban. En el National Memorial African Books
de Harlem, leyó a Aimé Césaire y Frantz Fanon, el Soliloquio del rey
Leopoldo de Mark Twain. Tras la independencia del Congo belga, Patrice
Lumumba se convirtió en su héroe y la causa anticolonialista pasó a ser
el objetivo que en adelante canalizaría sus energías. Moore entró así en
contacto con los Black Muslims y su carismático dirigente Malcom X al
tiempo que se enfrascaba en la lectura de Le Roi Jones y trababa amistad
con Robert Williams, el líder negro entusiasta defensor de la Revolución
Cubana. La llegada de Fidel Castro a Nueva York en noviembre de 1960 a
fin de asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas y su instalación
en el hotel Teresa, en el corazón de Harlem, fueron decisivas en su
adhesión al marxismo como instrumento eficaz para acabar con el racismo
arraigado en la Isla. Carlos Moore acudió a saludar al Comandante, se
relacionó con los representantes del Movimiento del 26 de Julio y
prosiguió sus actividades políticas con los grupos radicales opuestos al
imperialismo norteamericano. El asesinato de Lumumba y la frustrada
invasión de Playa Girón le convencieron de que su puesto estaba en Cuba
y aterrizó en La Habana con una carta de recomendación de Robert
Williams en junio de 1961.

Pichón nos revela los sucesivos desencuentros entre el joven Moore y la
ya poderosa burocracia comunista creada por el nuevo régimen: su busca
de un empleo útil a la causa revolucionaria en el ICAP (Instituto Cubano
de Amistad con los Pueblos), y la fría acogida de sus dirigentes; la
oferta del ahora exiliado Robert Williams de trabajar como locutor en la
Radio Free Dixic, dirigida a los negros estadounidenses; su encuentro
casual con el haitiano Marc Balin y, a través de él, con Walterio
Carbonell. La relación con éste y su lectura de Cómo surgió la cultura
nacional (a la que dediqué un ensayo incluido en El furgón de cola)
serían decisivas en su defensa de las tesis negristas y su revisión
retrospectiva del pasado cubano. Moore descubre que la Revolución ha
dejado de lado el problema racial: ya no hay blancos ni negros, sólo
cubanos. Con la convicción de que Fidel ignoraba la magnitud del
problema, viajó a Santa Clara a fin de entrevistar al recientemente
fallecido Juan Almeida, el único dirigente cubano "de color". Su
afirmación ante éste de que el racismo persistía en Cuba y sus quejas
acerca del ICAP, suscita una respuesta inesperada del Comandante: o se
calla o acabará frente a un pelotón de ejecución. De vuelta a La Habana,
los burócratas del ICAP le someten a un verdadero interrogatorio
policiaco: cómo conoció a Balin, cómo conoció a Carbonell... A
continuación, Moore fue conducido a una celda de Villa Marista en donde
se hacinaban los contrarrevolucionarios en espera de ser fusilados y
permaneció veinte días en ella hasta ser liberado gracias a la
intervención de Robert Williams.

La firmeza de sus convicciones ha sufrido una fuerte sacudida y las
redadas de los homosexuales, amalgamados con los chulos y prostitutas,
le convencen de que los derechos individuales han dejado de existir en
la isla. Paralelamente, la persecución de los paleros (abakuás, lucumíes
y otros adeptos de los cultos africanos) y la condena de un supuesto
racismo negro, le llevan a ahondar en la busca de sus raíces.
Considerado un provocador por los dirigentes del ICAP, sufrirá un
encierro de cuatro meses en los barracones de los campos de caña de las
UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) tras redactar una
autocrítica de su "desviación ideológica".

La vertiginosa sucesión de acontecimientos relatada en el libro me
condena a la brevedad: crisis de los cohetes, que reaviva sus
sentimientos antiimperialistas; entrega impenitente a la causa africana
mediante sus "amistades peligrosas" con Carbonell y el musicólogo negro
Rogelio Martínez Furé; ingreso en la plantilla de la Embajada de Guinea,
merced al cual obtendrá el visado para viajar a este país.

La biografía de Moore posterior a su exilio en Francia; sus viajes
accidentados a Nigeria y Guinea, acusado a la vez de ser agente de la
CIA y del G-2 cubano; su estancia de seis años en el más abierto y
tolerante Senegal de Léopold Sedar Senghor, ocupan la mitad del libro y
no caben en esta reseña. Me limitaré a subrayar una observación del
autor que comparto plenamente como lector de Fernando Ortiz y de Lydia
Cabrera, cuando señala que, contrariamente a las religiones monoteístas
e ideologías monolíticas, no hay fanatismo alguno en el culto a los
orishas: "Estas divinidades poseen atributos humanos que las hacen
asequibles. A diferencia de la Cristiandad, el panteón africano no tiene
un Dios Todopoderoso hecho de bondad y un diablo encarnación del mal.
Tampoco las nociones de cielo e infierno. Los orishas asumen sus
virtudes y defectos y uno puede comunicar directamente con ellos".

Autorizado a visitar Cuba a fines de los noventa, Moore hallará a su
maestro Walterio Carbonell convertido en una sombra de sí mismo. Está
escribiendo un poema, le dice, una obra maestra que le recita durante
unos minutos. Pero no hay tal poema sino una lista de nombres de
escritores y acontecimientos redactada en una prosa caótica y sin
sentido alguno. Tras esta escena devastadora, Walterio le pide diez
dólares para comprar papel y un bolígrafo.

Inútil decir que comparto la desolación de Moore ante la suerte cruel
impuesta a nuestro querido amigo común, pero cuyas ideas fecundan hoy la
autopercepción de la comunidad negra, no sólo cubana, sino de todos los
descendientes de esclavos del Caribe y de Brasil en donde actualmente
vive Carlos Moore, miembro de esa gran familia de los que no tienen
himno, bandera ni patria; la del ser humano consciente de nuestra rica y
compleja diversidad.

Carlos Moore. Pichón. A Memoir. Race and Revolution in Castro's Cuba.
Lawrence Hill Books. Chicago, 2009. www.drcarlosmoore.com.
El negrito retinto · ELPAÍS.com (10 January 2010)
http://www.elpais.com/articulo/portada/negrito/retinto/elpepuculbab/20100109elpbabpor_32/Tes

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