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Saturday, May 10, 2008

Mayo francés, marzo cubano

Opinión
Mayo francés, marzo cubano

Mientras los jovenes franceses se manifestaban contra el poder, La
Habana ejecutaba una 'ofensiva revolucionaria' para el control ciudadano.

Alejandro Armengol, Miami | 10/05/2008

Al cumplirse cuarenta años del mayo francés, vale la pena volver la
mirada hacia lo ocurrido por igual fecha en Cuba. A primera vista,
tenemos dos situaciones independientes.

El año 1968 es sinónimo de toda una serie de revueltas populares contra
el poder, tanto en países capitalistas como socialistas, que terminaron
en un fracaso político momentáneo, pero que al repercutir en las décadas
siguientes terminaron por contribuir a transformar el mundo. Mientras en
Cuba la prensa oficial ha silenciado cualquier referencia a lo iniciado
en marzo de 1968, en Europa de nuevo se discute lo ocurrido. No sólo en
el mayo francés, sino en otros países.

Estos movimientos, dirigidos en su mayoría por jóvenes estudiantes e
intelectuales, fueron analizados una y otra vez en los años siguientes.
Celebrados y condenados. Sin embargo, lo más destacado en Cuba, para el
destino del país y cuyas consecuencias sobreviven en la actualidad, fue
el lanzamiento de la llamada "Ofensiva Revolucionaria", proclamada por
el gobernante Fidel Castro el 13 de marzo de 1968 y destinada a barrer
con los "últimos vestigios del capitalismo y de la moralidad burguesa".

Aunque se han analizado las consecuencias de este paso radical,
particularmente económico, hoy se habla poco sobre lo ocurrido hace
también 40 años. Al tiempo que en La Habana Fidel Castro trataba de
convertir Cuba, por decreto, en el país más comunista del mundo, y se
blindaba al mismo tiempo de cualquier influencia extranjera, en varias
naciones europeas los jóvenes se lanzaban a la calle con camisetas con
la imagen del Che, para reclamar, en nombre de la libertad, la puesta en
vigor de un dogmatismo que era la negación precisa de lo que se
declaraban abanderados y luego pasaron a ser símbolos: la espontaneidad
y el desafío a cualquier tipo de autoridad.

El 'ideal' de Fidel Castro

Recordar lo sucedido en la Isla tiene la importancia fundamental de que
hasta el momento es uno de los tantos "errores" de la revolución pasados
por alto. A diferencia de los castigos a los homosexuales, la represión
a determinados escritores y artistas y la censura de ciertos libros, o
por otra parte, el reconocido fracaso de la Zafra de los Diez Millones,
casi nadie menciona las injusticias cometidas durante la incautación de
los últimos 57.280 pequeños negocios que quedaban en el país, según la
cifra publicada entonces en el periódico Granma.

Esto se explica en buena medida porque tanto este proceso, como el
emprendido durante la "rectificación de errores", responden de forma
exclusiva al pensamiento y el ideal de Fidel Castro y, por lo tanto,
cualquier duda al respecto es un cuestionamiento a su capacidad de
liderazgo.

Sin embargo, si bien durante la ofensiva revolucionaria se hace evidente
una de las deficiencias de la capacidad administrativa del ex
gobernante, incluso de su forma de razonar, al mismo tiempo muchos de
los análisis de lo ocurrido pasan por alto la eficiencia de la medida
dentro del mecanismo de conservación de poder, utilizado con precisión y
eficiencia por Castro a lo largo de su mandato.

Tenemos, por lo tanto, dos caras de un mismo fenómeno. Uno nos muestra
la imposibilidad de triunfar, al aplicar razones ideológicas al
desarrollo natural de los procesos económicos. El otro, un logro
político, o al menos una medida de supervivencia, dirigida a preparar a
los ciudadanos del país para el enfrentamiento de una situación de
escasez extrema, debido a las tensiones entre la Isla y su principal
benefactor, la desaparecida Unión Soviética.

Con el tiempo, de forma más o menos discreta, se han dado marcha atrás a
los postulados y la práctica que llevó a una concentración extrema del
sector de servicios en manos del Estado, y se pasa por alto, relegada al
olvido, la función desempeñada por la medida como instrumento de control
político y social. De lo malo no se habla, y lo "bueno", o sea, la
funcionalidad de la medida para el mantenimiento del poder, se olvida.

'En todos los frentes'

Más allá del fracaso notable en el ámbito económico de la ofensiva
revolucionaria, ésta debe entenderse en un sentido mucho más amplio. En
primer lugar, considerar la fecha del 13 de marzo de 1968 como una
referencia de un proceso más abarcador. El historiador Rafael Rojas
habla con acierto de la "Gran Ofensiva Revolucionaria de 1967-1970", y
con ello precisa una actitud ideológica que se extendió hasta que Cuba
no tuvo más remedio que subordinarse a la planificación económica y
burocrática de estilo soviético, tras el fracaso de la Zafra de los Diez
Millones.

El propio Castro habla de "una ofensiva revolucionaria en todos los
frentes, el impulso de la revolución en todos los frentes", en su
discurso del primero de mayo de 1965, y la utilización del concepto
militar de "ofensiva" siempre fue intrínseco a su pensamiento.

O sea, la ofensiva juega un papel dentro de la "insubordinación" de
Castro frente a la ex Unión Soviética, y actúa como una especie de
aplanadora para borrar diferencias sociales, al tiempo que desvía la
atención sobre dos de los principales culpables de las dificultades que
por entonces sufre la población: las desatinadas medidas de la dirección
del país, es decir del propio Castro, y una clase burocrática que se
limita a obedecer de la forma más ineficiente y menos espontánea posible
para no destacarse ni buscarse problemas.

Lo que no debe subestimarse es que ese blindaje, que impide el menor
brote de una chispa de revuelta en la Isla, no obedece sólo al carácter
represivo del régimen, ni tampoco al concepto de plaza sitiada. Es el
resultado de la sagacidad política de Fidel Castro, que le permite jugar
en varios frentes de forma simultánea. Entre ellos, intervenir en los
acontecimientos mundiales y mantener aislada a Cuba.

A la dicotomía creación-destrucción, que practica por aquellos años en
relación con el movimiento guerrillero latinoamericano, se une otra,
penetración-aislamiento, que intenta con más o menos éxito con los
intelectuales de todo el mundo. Mientras que el apoyo guerrillero podrá
sostenerlo hasta la llegada de Mijail Gorbachov al poder en la Unión
Soviética, la relación con los intelectuales entrará en crisis mucho
antes, a comienzos de la década de los años setenta, y nunca podrá
volver a ser restablecida por completo.

Irreverencia y dogmatismo

Si cabe duda sobre la influencia directa de la revolución cubana en lo
ocurrido en Europa en 1968, basta recordar que en enero de ese año se
celebra el Congreso Cultural de La Habana, el cual establece las pautas
ideológicas que imperarán tanto en las formas de creación artística,
como en la definición del papel de los intelectuales. El arte y la
creación literaria como instrumento de propaganda revolucionario y el
creador concebido como un hombre de acción frente a los problemas del
mundo subdesarrollado y subordinado a la solidaridad internacional con
el régimen cubano.

El que muchos de los intelectuales europeos que abrazaron y se
aprovecharon del mayo francés comulgaran tan estrechamente con la causa
cubana, se explica por la dualidad del movimiento, que, como ha
explicado Antonio Muñoz Molina, se caracterizó por "la mezcla de dos
actitudes incompatibles entre sí, un afán de libertad vital y saludable
irreverencia y un obtuso dogmatismo político". Barricadas intelectuales
en favor de un maoísmo que precisamente por igual fecha hacía polvo
cualquier vestigio intelectual.

No sólo Fidel Castro se aprovecha de esta mezcla de irreverencia y
dogmatismo para definir su posición, sino que mantiene a raya tanto a
supuestos aliados como a opositores declarados. Apoyo a la entrada de
tanques soviéticos en Praga, silencio de la prensa sobre lo que acontece
durante la Revolución Cultural China. Cautela al tratar los sucesos en
Francia, Alemania e Italia, y años después, recibimiento entusiasta al
ex presidente Luis Echeverría, responsable de la Matanza de Tlatelolco.

Observar las vías paralelas, en lo cultural y económico, de los
resultados de la ofensiva revolucionaria, permite apreciar cómo durante
años en Cuba ha resultado más fácil cambiar o crear un ministerio que
abrir un puesto de fritas. Con el lema de poner fin a los "timbiriches"
se eliminó un sector de la esfera de servicios necesario para la
población y nunca sustituido a plenitud por el Estado, el cual todavía
lucha por volver a existir.

Traspaso rápido de jerarquías

Mientras fue posible desarrollar una red de publicaciones e
instituciones, que para el resto del mundo servían de ejemplo a la hora
de distinguir las diferencias entre la Isla y el resto de la comunidad
socialista, los cubanos de a pie no encontraban una cafetería que les
brindara un refresco o al menos una guarapera, donde con un trapiche
primitivo se pudiera sacar jugo a unas cuantas cañas de azúcar.

Fue por entonces que aparecieron ediciones de libros prohibidos en la
Unión Soviética y los países socialistas, aunque de circulación más o
menos restringida. La irreverencia y el dogmatismo fueron practicados
con éxito por las revistas Pensamiento Crítico, Casa de las Américas y
Cine Cubano. Se permitieron textos críticos con la ortodoxia soviética.
Pero esta heterodoxia cubana se limitaba a la exaltación de la lucha
guerrillera latinoamericana y una sobrevalorización de la función
ideológica que llevaba al rechazo del determinismo marxista, no en favor
de una apertura, sino de una inversión dogmática de valores: crear
conciencia con la riqueza.

Todo ello permitió posteriormente un traspaso rápido de jerarquías
dentro del mismo molde dogmático, para lo cual bastó con sacrificar a
unos pocos peones: el paso a la enseñanza del marxismo-leninismo de
acuerdo con los cánones soviéticos.

La brecha entre las formas culturales y las actividades económicas
contribuyó al mantenimiento de una alianza cada vez más precaria con la
intelectualidad europea. También posibilitó —y es bueno no olvidarlo— el
florecimiento de formas musicales (música dodecafónica, electroacústica
y abstracta) no permitidas en la URSS. En igual sentido, se puede hablar
de la libertad de creación en las artes plásticas.

Respecto a la literatura, no se produce un conflicto de trascendencia
internacional, aunque en 1968 Norberto Fuentes gana el Premio de Cuento
Casa de las Américas, con Condenados de Condado, y tanto libro y autor
amplían la relación conflictiva entre el Estado y los escritores de la
Isla, la que tras el caso PM y el cierre de Lunes de Revolución se había
limitado a la polémica Lisandro Otero-Heberto Padilla, reflejada en El
Caimán Barbudo.

La crisis estallará de inmediato con la reinserción plena de Cuba en la
óptica soviética, en 1971. El detonante es el célebre caso Padilla,
donde el poeta es sacrificado como el ejemplo más notorio que puede
brindar La Habana a Moscú de su compromiso con la ortodoxia cultural
soviética.

Pequeñez relativa y alcance amplio

Mientras esto ocurre en la cultura, poco se hace en favor del ciudadano
de a pie para satisfacer sus necesidades más elementales tras la
desaparición de los últimos vestigios de la pequeña empresa privada.
Tampoco esta situación preocupa en nada a la prensa internacional (aún
hoy esta etapa se sigue ignorando, desde el punto de vista histórico).

La explicación es fácil: para buena parte del mundo, en Cuba no era
necesaria la mencionada mezcla de irreverencia y dogmatismo, o no se
quería ver la ausencia de la primera y el derroche de lo segundo, y a
nadie le preocupaba si había o no guarapo en la Isla.

Vista en este contexto generalizado, la ofensiva revolucionaria se
destaca por su carácter paradójico: su pequeñez relativa y su alcance
amplio. La expropiación de los pequeños negocios no tuvo una repercusión
importante dentro de la producción del país y su macroeconomía.

Un repaso breve a la lista de los afectados puede iniciarse con los
puestos callejeros de fritas y llega hasta los zapateros remendones de
esquina. Bares pequeños, choferes independientes, barberías, hospedajes
y negocios similares, donde por lo general sólo trabajaban el dueño y
quizá el matrimonio o algunos de los hijos. Castro no afecta a las
pequeñas fincas privadas.

Por otra parte, la comparación que a veces se ha hecho entre esta etapa
revolucionaria cubana y la "Revolución Cultural", que por la misma época
estaba ocurriendo en China, no sólo es exagerada, sino que desvirtúa
ambos procesos. Mientras Mao se lanza a destruir las estructuras
partidistas, Castro no tiene necesidad de ello. Tampoco ocurren en la
Isla asesinatos a consecuencia de la ofensiva.

Prejuicios de aldeano franquista

Aunque el ex gobernante cubano le imprime un marcado carácter "moral" a
su llamado, y habla de que resulta una vergüenza y una "situación
intolerable" ver pasar camiones cargados de mujeres para realizar
trabajos agrícolas en la zona de cultivos de café del "Cordón de La
Habana" (alrededor de la capital) y hacia la recogida de tomates o papas
en Güines, mientras hay bares abiertos con hombres emborrachándose y sus
dueños lucrando con el vicio, esta es una razón secundaria.

Si bien la época se caracteriza por la llamada "ley seca", con un
control estricto de la venta de bebidas alcohólicas e incluso el
establecimiento del límite de venta de cerveza a sólo una por comida en
los restaurantes, en realidad, las razones de la ofensiva revolucionaria
tienen que ver con la economía y no con la moral, más allá del
provincianismo propio de Castro y otros prejuicios al estilo de un
aldeano franquista.

En el año 1968 la gasolina está racionada al extremo. En el mismo
discurso del 13 de marzo, Castro anuncia que hay un grave problema con
la producción de leche, al tiempo que existe la necesidad de reducir las
compras de este producto en el mercado capitalista. Los precios del
azúcar están por el piso. También hay problemas con los huevos, los
granos, el café y otros productos. "Las dificultades" son reales.

Sin tiempo para barricadas

No es hasta pasada la medianoche —el discurso se extendió desde las
nueve de la noche hasta las tres de la madrugada— que entra en lo que
posteriormente sería la parte medular de este: el lanzamiento de la
ofensiva revolucionaria. Pero hay un momento en que define la esencia de
sus planteamientos: "No se trata sólo de una cuestión de principios,
sino de una cuestión real y objetiva… ¿Vamos a brindarle incentivos a
las personas, dándoles dinero cuando no hay nada que comprar con ese
dinero?".

Esa fue la esencia de este proceso: cerrarle a la población las vías de
ganar más, hacer todo lo posible para evitar el desarrollo de una
economía paralela, que supliera las necesidades que el Estado era
incapaz de satisfacer, aunque el precio fuera que la mayoría de los
ciudadanos tuvieran que hacer grandes sacrificios. Como dice el profesor
Maurice Halperin, en The Taming of Fidel Castro, "la ofensiva no fue
motivada por puro idealismo".

La escasez sirvió de instrumento represivo, el uso de la "libreta de
racionamiento", hasta para la compra de un peine actuó como medio de
control ciudadano, la incapacidad de recurrir a un zapatero remendón
garantizó una mayor vigilancia del vecino.

En momentos en que la Plaza de la Revolución miraba con recelo hacia el
Kremlin, volvían a intensificarse los sabotajes procedentes del
exterior, se sumaban los fracasos de los planes económicos nacionales y
crecía el escepticismo sobre la posibilidad del triunfo de la lucha
guerrillera latinoamericana, los jóvenes y viejos cubanos no tenían
mucho tiempo para pensar en organizar barricadas: cada minuto era cada
vez más valioso, y había que dedicarlo a las innumerables colas cotidianas.

© cubaencuentro

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