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Tuesday, May 20, 2008

Los bancos de películas hacen su agosto con las grabaciones de un ex agente castrista en la televisión de Miami.

Sociedad
Ratoncito Pérez

Los bancos de películas hacen su agosto con las grabaciones de un ex
agente castrista en la televisión de Miami.

José Hugo Fernández, La Habana | 19/05/2008

Los bancos que en La Habana se dedican al alquiler de películas en
casetes y en discos, están volviendo a hacer la bola debido a un
fenómeno curioso: el inusitado interés de nuestra gente por ver mediante
una pantalla de televisión algo que durante varias décadas han tenido
delante de sus ojos en vivo y en directo.

La mayor demanda ahora mismo en estos bancos —particulares, ilegales—
son las grabaciones del programa María Elvira Live, que emite el canal
22, Mega TV, de la televisión de Miami, y que justo en estos días ha
estado dando cobertura a las declaraciones de un esbirro (arrepentido, o
es lo que dice él) de la dictadura cubana.

Llegado recientemente a Estados Unidos, este hombre, ex oficial de la
Seguridad del Estado, revela pormenores sobre casos de corrupción y
privilegios entre altos representantes del régimen. Muchos de los
testimonios son ilustrados con vídeos y fotos, que consiguió llevar
consigo desde la Isla. Es en ello, precisamente, donde parece radicar el
gran atractivo de sus comparecencias.

En particular, los habaneros fijan su atención y manifiestan su
escándalo ante las imágenes de las muy lujosas residencias que poseen
nuestros mandamases, o las que, según el testigo, han repartido entre
amantes, familiares y amigotes. Y he aquí lo curioso, porque ni tales
residencias son nuevas ni tampoco lo es su torcido manejo.

Dormir y callar

A lo largo del último medio siglo, quienes viven en Cuba han visto —con
extraña indiferencia o resignación o desidia, o incluso aprobación— cómo
muchas de las propiedades de los antiguos millonarios y latifundistas
fueron a parar gratuitamente a manos de los advenedizos jerarcas del
poder o de sus favorecidos.

Todos sabemos dónde están ubicadas esas propiedades, las vemos de cerca
(aunque no tanto, sólo hasta donde nos lo permiten las postas
palaciegas), tenemos plena conciencia de su condición de paraísos
prohibidos para la gente de a pie, y aun más, nos guste o no, aceptamos
tan bochornosa realidad como algo, más que inevitable, providencial, sin
detenernos siquiera en el mero cálculo entre lo que valdría adquirir y
mantener decentemente una de ellas (no digamos varias a un tiempo) y lo
que en rigor perciben como salarios sus actuales dueños.

Basados en teorías de una simplicidad malévola —pero que ellos catalogan
como revolucionarias—, nuestros mandamases nos hicieron creer que era
lógico, lícito y hasta moral que aquel que nada tiene se apodere de lo
que le falta despojando violentamente a los que tienen. Lo que nunca nos
enseñaron es que, a la hora de distribuir el botín, nuestros paladines
de la justicia revolucionaría harían suya cierta vieja máxima, según la
cual al que reparte y reparte siempre le toca la mejor parte.

O sí, también nos enseñaron eso. Sólo que no a través de sus discursos,
sino de cara al hecho concreto, haciendo valer otra joya del refranero
popular: la letra con sangre entra. Y hay que ver lo bien que nos ha
entrado. Al punto que hoy corremos en pos de las "revelaciones" de aquel
esbirro arrepentido y las pagamos a precio de novedad, tal y como si
hubiésemos nacido ayer de tarde.

Claro que nunca es tarde si la dicha es cierta. Aun cuando no haya dicha
que reafirmar, y a pesar de que nuestro nuevo e inusitado interés no nos
induzca sino a las mismas actitudes de toda la vida: dormir y callar,
como el Ratoncito Pérez.

http://www.cubaencuentro.com/es/cuba/articulos/ratoncito-perez-85117

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