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Friday, August 03, 2007

Trece años después

Trece años después

El Maleconazo fue una grieta en el sistema: cuestionó públicamente el
supuesto consenso y la unidad en torno al poder hegemónico.

Laura García Freyre, México DF. Encuentro en la Red, 3 de agosto de 2007.

La Cuba que me encontré al llegar en el verano de 1994, sobrevivía entre
la desilusión ante las primeras y más evidentes desigualdades originadas
por la reciente liberación del dólar, el espanto por las noticias
esparcidas por radio bemba sobre el remolcador 13 de Marzo y, por
consiguiente, los rumores sobre las muertes de varias decenas de
inocentes que buscaban salir ilegalmente del país.

Aun cuando la población ya podía acceder a las shopping y comenzaba la
reapertura de los mercados agropecuarios, en 1994 un dólar equivalía a
más de cien pesos. Por lo que el cubano de a pie se vio en la necesidad
de reformular sus valores, en la búsqueda de la manera más sencilla de
sobrevivir. Aquellos que no tenían FE (familiares en el extranjero) o no
estaban vinculados con los sectores dolarizados de la economía,
requirieron mayor esfuerzo e ingenio para enfrentar las consecuencias
del verano de las reformas, que hoy día son duramente criticadas.

Esa misma desilusión y falta de esperanza llevaron a miles de habaneros
hasta el Malecón, para así dar paso a una acción colectiva episódica,
hasta ahora irrepetible en la historia de la revolución. Trece años
después de tal evento, leo algunas crónicas periodísticas de aquellos
días y tan sólo puedo resumir que allí reinaba el desconcierto y la
desinformación.

En un bosque de yagrumas

Para aproximarnos a un análisis de los acontecimientos de aquella mañana
del verano habanero de 1994, sugiero que partamos de establecer que toda
sociedad, no sólo la cubana, comparte una serie de comportamientos
públicos y privados, que se corresponden, a la vez, con el discurso, el
escenario y los espectadores con los cuales se está interactuando. Del
mismo modo, como parte de una cultura política, toda sociedad maneja una
etiqueta en las relaciones entre los individuos o las relaciones de
éstos con el poder, entendiendo la cultura política como actitudes,
códigos y creencias que tienen como objeto fenómenos políticos.

Con el comportamiento público se maneja un discurso público a la manera
en que lo concibe el antropólogo James Scott: el discurso público es
toda aquella conducta o forma social que se da en las relaciones
explícitas entre los subordinados y los detentadores del poder. En esta
relación, ambas partes consideran conveniente fraguar de forma tácita
una imagen falsa: entre más amenazante es el poder, más gruesa es la
máscara.

Esa mañana, en La Habana, el hábil cambio en los discursos y las
máscaras se dio en función de un actor que llegó de improviso, el
Comandante en Jefe. Lo más sobresaliente es que por unos momentos el
bosque de yagrumas desapareció de un pedazo de La Habana y se dejó oír
la voz de los habaneros, triste, pero con un dejo de esperanza.

Por unos instantes se escucharon exclamaciones referentes a que "había
llegado el momento de la caída del régimen". Sin embargo, de manera casi
inmediata, el discurso oculto, que por instantes se hacía público, se
transformó hacia lo oficial, basándose en los cánones de la cultura
política. Así, los cubanos reunidos ante la presencia del líder,
retomaron los comportamientos públicos.

El hecho de que el discurso público haya prevalecido sobre el discurso
privado, no equivale a la desaparición del segundo. Para referirse a la
presencia de ambos, Scott recurre con tino a un proverbio etíope:
"Cuando el gran señor pasa, el campesino sabio hace una gran reverencia
y silenciosamente se echa un pedo". Por lo tanto, podemos deducir que
con los clamores y vítores que se oyeron ante la presencia de algunos de
los altos dirigentes de la revolución, se percibió una oleada de pedos,
en el sentido real y metafórico de la expresión.

"¡La calle es de Fidel!"

El Maleconazo puede tener un sinfín de lecturas e interpretaciones. Ello
no significa pasar por alto la lucha que allí se fraguó, no en relación
con los supuestos actos de vandalismo de los días anteriores, sino que
el Malecón habanero, visto como un espacio que no es estático y está
lleno de contenido político e histórico, sirvió de escenario para crear
un acto de desobediencia referido a la reapropiación del espacio público
por parte de la sociedad.

La isla entera, sus calles, plazas, jardines y todo lo que representa el
espacio, están repletas de contenidos políticos e ideológicos
estratégicos. De ahí que uno de los eslóganes oficiales sea "la calle es
de los revolucionarios". Los espacios públicos carecen de autonomía,
hecho que no es gratuito, pues entre más reducido sea el espacio social,
menos posibilidades tendrá de transformarse en público el discurso oculto.

La presencia de miles de cubanos en el Malecón significó la lucha por el
espacio, sobre todo si tenemos en cuenta que allí mismo se encontraba el
contingente Blas Roca, que caminaba con furia y palos en mano, y no sólo
luchaba por el régimen que representaba sino por el espacio mismo.

Del Malecón a Guantánamo

Los sucesos del 5 de agosto de 1994 desencadenaron en lo que se llamó,
con el tiempo, "La crisis de los balseros". Los sucesos en el Malecón,
aun cuando representaron un reto para las autoridades, por la actuación
"inadecuada" de los presentes, no significaron una amenaza al sistema
político a corto o mediano plazo; en tanto no constituyeron un desafío
sostenido hacia el régimen, pues las solidaridades que se crearon,
fueron momentáneas.

La migración es un modo efectivo de evitar la creación de redes de
solidaridad entre los ciudadanos que se sienten agraviados y que al
hacer público su mensaje oculto de manera sistemática, pueden significar
un desafío al régimen. Por tal motivo, el Maleconazo sí fue una grieta
en el sistema, porque cuestionó públicamente el supuesto consenso y la
unidad en torno al poder hegemónico.


http://www.cubanet.org/CNews/y07/ago07/03o12.htm

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