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Sunday, August 05, 2007

AMÉRICA LATINA, EL CANSANCIO DE LA ESPERA

AMÉRICA LATINA, EL CANSANCIO DE LA ESPERA
2007-08-05.
Eduardo Mesa

Viví en España por varios años y siempre experimenté cierta perplejidad
ante la fascinación que una buena parte de los españoles siente por el
Partido Socialista Obrero Español (P.S.O.E.).

Un partido al que de obrero le queda muy poco y que gobernó a España
dejando un nefasto record de corrupción, abuso de poder,
paramilitarismo, grave déficit en las arcas públicas y un alto índice de
desempleo.

Experimento la misma perplejidad ante el deslumbramiento que hoy
experimentan amplios sectores de América Latina por el llamado
Socialismo del Siglo XXI y su máximo exponente el Chavismo.

¿Por qué los españoles votan por el P.S.O.E. con tanta facilidad? ¿Por
qué los latinomericanos persisten en la idea de implantar un sistema que
ha fracasado estrepitosamente incluso en la propia América Latina?

La explicación es compleja, pero en ambos casos, hay algo que es
evidente: los seres humanos perdonamos casi todo menos la humillación.
La humillación genera un profundo resentimiento, que se convierte con el
paso de los años y de los siglos en un odio terrible. Las cien fortunas
más grandes de España son más o menos las mismas desde hace 70 años, la
imagen del señorito de feudo y abolengo todavía está presente.

Es verdad que España no es la misma de antes, que es un Estado moderno y
democrático donde la gente vive cada vez mejor; pero el fantasma de una
derecha rancia, poseedora del linaje y de todos los bienes es un
fantasma útil para la izquierda, hay una herida aún fresca en la memoria
colectiva de España.

En Latinoamérica, donde la humillación no es aún memoria, sino algo
cotidiano y evidente no debemos extrañarnos de que se entronicen en el
poder sujetos como Chávez, Morales, Ortega y Correa. Los
latinoamericanos se han cansado de esperar por una clase política ajena
al bien común, de unos sistemas políticos que no sirven a sus ciudadanos
y de unas oligarquías instaladas en el más absoluto desprecio a su
propia gente.

La realidad indica que mucha gente está perdiendo la paciencia y el
neopopulismo está ganando adeptos, no sólo en las franjas más pobres
sino en un contingente de profesionales y técnicos que deben padecer
unas sociedades con muy pocas oportunidades de ejercer sus profesiones y
escasa capacidad de estimular la iniciativa privada y la empresa.

Salvo las notables excepciones de Chile y Costa Rica, el panorama de
América Latina es desolador. La Iglesia no puede ser ajena a esta
realidad y Benedicto XVI ha expresado en el Santuario de Aparecida su
preocupación ante el retorno de autoritarismos e ideologías que se
consideraban superadas.

No le falta razón al Santo Padre, algo ocurre en una América Latina que
no acaba de encontrar el sendero de la prosperidad y la paz social, algo
que también concierne a la Iglesia Latinoamericana. Recuerdo una
encuesta que el CELAM dio a conocer hace algunos años, ésta revelaba que
la mayoría de los políticos del continente había estudiado en colegios
privados (fundamentalmente católicos) y la mayoría de los obispos había
estudiado en colegios públicos. Algo muy grave ocurre cuando la fe de
tantos millones de católicos no tiene el impacto y la influencia que
cabría esperar.

El Papa, como buen filósofo, deja a un lado la hojarasca para acercarse
al meollo del asunto. Para que existan sociedades justas tiene que haber
en la ciudadanía un consenso moral sobre los valores fundamentales y
sobre la necesidad de vivirlos. Tiene que haber cierta capacidad de
colocar estos valores por encima del interés personal. "Donde Dios está
ausente –el Dios del rostro humano de Jesucristo- estos valores no se
muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos."

Los latinoamericanos tenemos que buscar a Dios, dejar que Él venga a
nosotros; sin una conversión profunda no habrá una regeneración moral en
nuestros países. De nada vale ensayar métodos keinesianos o liberales,
si nuestras vidas están separadas de nuestra fe; si no podemos confíar
mínimamente en los políticos, en los jueces, en los funcionarios, en los
policías. En la conformidad con un Macondo perpetuo, el llamado
continente de la esperanza será, cada vez más, el continente de la
desesperación.

No es cuestión de seguir culpando al capitalismo, de endilgarle
adjetivos como salvaje o monopolista y desconocer que ese capitalismo, a
pesar de sus graves defectos, funciona en otras latitudes debidamente
enmarcado por las leyes y las instituciones.

Tampoco resolveremos nuestros problemas culpando permanentemente a
Estados Unidos o a Europa de nuestros males. Ni siquiera emprendiendo
una cruzada contra el neopopulismo de Chávez y sus secuaces, que
ciertamente secuestran las libertades al amparo de falsas promesas,
vamos a conseguir resultados duraderos.

La gente se cansa de esperar y quiere algo a cambio. No podemos
reinventar nuestros países todos los días. No somos tan especiales, ni
originales; más que perder el tiempo en inventar la fórmula del éxito,
bien podemos copiar las fórmulas que existen, las que han traído
prosperidad y paz social a Chile y a treinta o cuarenta naciones más.

La Iglesia Latinoamericana tiene una buena oportunidad de promover y
proclamar un cambio de actitud en nuestros pueblos, una revolución
silenciosa hacia la honradez, la coherencia y el sentido común. Cuando
digo la Iglesia digo todos.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=11044

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