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Saturday, January 06, 2007

En la granja castrista

IMPRESIONES DE UN VIAJE A CUBA
En la granja castrista
Por Pablo Casado Blanco

"Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros". Ese era
el mandamiento por el que se regían los animales de la célebre sátira de
Orwell, y esa es la percepción sobre la farsa castrista que me traje de
La Habana. Nada más pisar suelo cubano, uno se da cuenta de que la gran
mentira comunista ha sobrevivido en la Isla a duras penas y, al igual
que en el cuento orwelliano, a base de engaño y represión, mitos y
miedo, orejeras y palos.
La dictadura castrista ha ido cincelando durante cincuenta años una
monumental mentira sobre la revolución cubana y sus ficticios logros
educativos, sanitarios, deportivos, artísticos. Mitos omnipresentes en
cada rincón del país: el yate Granma, Sierra Maestra, Playa Girón,
Eliancito, los Cinco Héroes y, sobre todo, el Che Guevara, convertido en
rentable fetiche por sus compañeros de armas. Orejeras de mulo para que
nadie vea más de lo que tiene que ver. Todo queda bajo control: los
medios de comunicación, la conexión a internet, las telecomunicaciones,
las aduanas, las editoriales, el correo.

La represión está a la orden del día, así como el miedo al poder
omnímodo de la nomenklatura castrista; y la delación: se obliga a la
gente, desde que son niños, a delatar y repudiar a los "traidores de la
patria". Palos, cárcel, paredón para quien no se someta al yugo del
régimen, para los heroicos disidentes que sobreviven a la presión de la
tiranía luchando por que la libertad y la democracia se instalen por fin
y para siempre en Cuba.

Precisamente ellos fueron el motivo de mi viaje a Cuba, y son ahora mi
mejor ejemplo de dignidad y coraje frente a los enemigos de la libertad.
Con no pocas dificultades conseguí reunirme clandestinamente con Oswaldo
Payá, líder del Movimiento Cristiano Liberación, con Elizardo Sánchez,
dirigente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación
Nacional, y con Vladimiro Roca, presidente del Partido Socialdemócrata
Cubano. Los tres viven confinados en sus propias casas, vigilados día y
noche por las patrullas del Ministerio del Interior. Los tres han pasado
en algún momento de su vida por los temibles presidios cubanos,
tristemente célebres por estar infestados de insectos y sádicos carceleros.

Los encontronazos de Oswaldo con la dictadura castrista vienen de lejos.
Empezó a ser repudiado a los 10 años, a causa de sus convicciones
religiosas. A los 17 fue condenado a trabajos forzados: hubo de cortar
caña de azúcar en Camagüey por no comulgar en la escuela con la rueda de
molino comunista. A los 20 se le mandó a picar piedra en la Isla de
Pinos, tras ser acusado de ejercer "liderazgo" entre estudiantes,
mientras estudiaba Física, carrera a la que luego añadiría una
ingeniería en Telecomunicaciones.

Cada cierto tiempo, a Oswaldo le apedrean la casa o sufre actos de
repudio. La juerga corre por cuenta del Partido Comunista y sus
hampones. Su supervisor laboral (y buena parte del vecindario) lo
designan los servicios de espionaje. Sus hijos han de sufrir en la
escuela el adoctrinamiento normal y el que tiene por objetivo a su
propio padre. En definitiva: Oswaldo vive en un estado de sitio tan sólo
soportable por su amor a la libertad y a Cuba.

Le llevé ropa y comida de parte de uno de sus hermanos, y unos libros
prohibidos en la Isla, que tuve que llevar escondidos en el doble fondo
de la maleta para que no me los quitaran en la aduana. Es insólito
comprobar el poder de los libros en ausencia de libertad. Recuerdo su
alegría al ver el Alegato por la democracia de Natan Sharansky, lo que
me hizo pensar en las similitudes entre los padecimientos de ambos
luchadores por la libertad.

Estuvimos hablando durante horas del pasado, del presente y, sobre todo,
del futuro de Cuba. Un futuro sin fusilados, sin presos, sin repudiados.
En definitiva, un futuro en libertad. Desde que Castro está enfermo, la
represión se ha agravado, y la incertidumbre se ha apoderado aun más de
los 11 millones de cubanos que viven en la Isla, muy en especial de los
opositores.

Yo mismo sufrí la presión de los servicios de seguridad castristas. Fui
interrogado, registrado y seguido por tener la ocurrencia de entrar en
casas de disidentes, y me imagino que por ser representante del Partido
Popular, una bestia negra para Fidel y sus acólitos.

La atmósfera en La Habana, sobre todo lejos del circuito turístico, se
hace irrespirable. Tras el velo decrépito que envuelve todo se puede
vislumbrar el esplendor de un pasado no tan lejano, demolido
minuciosamente por el socialismo en acción de Fidel y sus muchachos. Ni
rastro del sempiterno optimismo cubano que publicitan las empresas
turísticas. Del ideal revolucionario que pregona la doctrina
dictatorial. Sólo se ve tristeza y resignación. Miseria y desconfianza.

Tuve la sensación de estar en la Varsovia ultrajada por los nazis: las
casas derruidas, la ubicua propaganda oficial; los vecinos que señalan
con aversión a hombres valientes y buenos, sitiados en sus propias casas
y tratados como apestados por el mero hecho de pensar distinto de lo que
manda el tirano.

Después de conocer a los disidentes cubanos valoras como se debe la
exhortación de Don Quijote a Sancho: por la libertad se puede y aun se
debe aventurar la vida. Te das cuenta de la grandeza de las sociedades
abiertas, y de la sinrazón del comunismo y de cualquier otro
totalitarismo fanático, valga la redundancia.

Pese a quien pese, Castro se muere; y con él debe morir el castrismo.
Ahora más que nunca, la verdad absoluta encarnada en un sátrapa
agonizante debe dar paso a la Libertad. La necesita más Cuba que el
tirano médicos madrileños, lo que ya es decir...


PABLO CASADO BLANCO, presidente de Nuevas Generaciones de Madrid.

http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276232807

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