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Wednesday, January 17, 2007

Cuba en el limbo

Opinión
Cuba en el limbo

¿Van dirigidos los discursos de Raúl Castro a crear una 'identidad
afable' que nadie le conoció en el pasado?

Ana Julia Faya, Ottawa

martes 16 de enero de 2007 6:00:00
Durante una ceremonia, niños cubanos representan a Fidel Castro y a los
barbudos rebeldes

Durante una ceremonia, niños cubanos representan a Fidel Castro y a los
barbudos rebeldes. (EFE)

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Debo confesar que me resultaría imposible no estar de acuerdo con Thomas
Shannon, jefe para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado
de Estados Unidos, cuando hace varios días dijo a la prensa que Cuba se
encuentra en un limbo político.

Las características de la Proclama del 31 de julio siguen vigentes, y
los términos de su texto también: es Fidel Castro quien persiste en
decidir quién y cómo se gobierna en Cuba, al margen de instituciones,
reglamentos y leyes.

Más al estilo de un decreto monárquico que en la tradición de líder de
un régimen socialista a la usanza de Brezhnev en la URSS o de Gomulka en
Polonia, el traspaso temporal de poderes tuvo lugar por decreto del
Comandante, sin tener en cuenta las leyes establecidas por su propio
gobierno, que indican quiénes y en qué circunstancias debe tener lugar
una sucesión, aunque sea de naturaleza temporal.

El sexto mes de Raúl

La Asamblea Nacional transcurrió en su único día de sesiones, a fines de
año, sin pronunciarse acerca de la salud del dirigente —declarada por él
mismo "secreto de Estado"—, y sin entrar a considerar la prolongada
provisionalidad del gobierno bajo el mando de Raúl Castro, que ya
transcurre en su sexto mes de ejercicio.

Fidel Castro, en sus últimos mensajes a la población y a la presidencia
de China, les recuerda a todos los interlocutores internos y externos de
su hermano, que es él quien sigue siendo el jefe supremo del Estado, por
lo que toda conversación o acuerdo con Raúl tiene la misma
provisionalidad que su designación como presidente temporal.

Durante este tiempo, muy poco o nada ha hecho el ministro de las Fuerzas
Armadas diferente a su hermano, como no sea el muy comentado "cambio de
estilo de gobierno". Esa novedosa condición apenas refleja su manera
personal de cumplir con los deberes administrativos que le fueron
"delegados" al frente del gobierno. Hasta el presente, su cambio de
estilo apunta a un desempeño sin largos discursos o repetidas
apariciones públicas —ni siquiera las que son necesarias o el protocolo
indica—, delegando la representación oficial —no decisiones— en otros
vicepresidentes, lo cual llega a veces a extremos, como cuando envía a
un funcionario de tercera categoría al aeropuerto internacional a
recibir a un jefe de Estado.

En cuanto a decisiones de gobierno, son nulas las tomadas por Raúl que
se diferencien de las adoptadas por su hermano, o que hayan llegado a
tener un desarrollo propio. Veamos algunas de las más comentadas.

La corrupción

Los llamados a combatir la corrupción, que desde hace años corroe la
economía nacional y la ética ciudadana, no incluyen la discusión de sus
potenciales causas estructurales en el propio sistema. No se llevan a
cabo investigaciones profundas en la cúpula de altos dirigentes y
empresarios del país, ni se es transparente en aquellos casos que han
trascendido como hechos públicos.

Algunos artículos convenientemente editados que denuncian casos
específicos de corrupción, publicados en la muy controlada prensa
oficialista, han servido de fondo a esta campaña, que no ha traspasado
la epidermis.

Fidel Castro, en noviembre de 2005, había situado las causas de una
potencial caída del régimen en la extendida corrupción del país. Raúl ha
continuado con esta cruzada, como demostraron sus palabras en el
Congreso de la CTC, bajo el mismo prisma de situar responsabilidades
principalmente en los trabajadores, quienes —sin comida suficiente,
vestimenta adecuada, transporte o vivienda— siguen desarrollando
modalidades ilegales de sobrevivencia bajo el socialismo cubano. El
nuevo código laboral, cuya implementación ha sido pospuesta hasta abril
por el rechazo que concita, sigue esta política.

La 'crítica sin temores'

El llamado realizado por el número dos del Partido a practicar la
crítica sin temores y no aceptar justificaciones ante errores o
deficiencias administrativas, tanto en el Congreso de la FEU como en la
Asamblea Nacional, ni es nuevo, ni ha variado sustantivamente en
comparación con otros hechos años atrás por Fidel Castro y por el propio
Raúl. Cabe recordar que fue desde el despacho del segundo secretario
que, previo al IV Congreso del PCC, se convocó mediante un llamamiento
nacional a ejercer la crítica y emitir opiniones sobre lo que andaba mal
en el sistema, para después silenciar los criterios vertidos y a los
ciudadanos que los emitieron.

Diferente hubiera sido haber otorgado el derecho a los miembros de las
comisiones de trabajo de la Asamblea a criticar, directa y libremente
—aunque fuese en sesión cerrada—, a los representantes de los distintos
ministerios, haber creado las condiciones necesarias para ejercer el
voto libre de los delegados sobre los informes de los ministros, y hacer
público el resultado del debate en el momento en que tenía lugar, o sin
cortes ni ediciones para la transmisión diferida en la televisión.

El 'diálogo' propuesto a EE UU

Las dos invitaciones a dialogar con Washington han sido novedosas, si se
les compara con las intervenciones del Comandante relacionadas con
Estados Unidos en los últimos años; pero han resultado infructuosas. El
poder ejecutivo de EE UU se negó a dialogar con el sucesor de Castro y,
al mismo tiempo, fue éste quien no recibió en los días siguientes a la
mayor delegación de congresistas norteamericanos que haya visitado la
Isla, desaprovechando la circunstancia de que era una misión
bipartidista y que un Congreso con mayoría demócrata iniciaría en enero
sus sesiones.

No se conoce de otros canales que Raúl Castro pudiere haber utilizado
para enviar señales de querer entenderse con Washington o con sectores
del establishment. Es quizás esta la expresión más evidente del control
que sobre las decisiones clave del gobierno todavía ejerce Fidel Castro,
si es que los dos llamados a dialogar fueron una iniciativa sincera del
propio Raúl, y no un divertimento político para ganar tiempo mientras
Fidel Castro se debate en su complicada convalecencia quirúrgica.

Mientras tanto, el tiempo pasa y los problemas que agobian al país
continúan acumulándose, con lo cual se acrecientan los malestares de la
población, más la posibilidad de una transición —ya no tan tranquila—
con un Raúl Castro y su grupo de dirigentes históricos, próximo a llegar
a límites de canas y cansancio.

De existir una real dirección colegiada en Cuba —léase un conjunto de
individuos que basados en una institucionalidad toman decisiones
colectivamente—, y no un conjunto de dirigentes bajo el mando de los
Castro, alguna indicación de cambio habría recibido la población cubana.
Alguna medida inteligente se hubiese tomado ya para preparar el país y
sus relaciones exteriores para la inevitable era postcastrista.

Porque no todos en la cúpula del poder opinan igual, y son varios los
que han pospuesto por años sus pensamientos más íntimos en aras de la
supervivencia política, en un país que tiene leyes sobre "propaganda
enemiga" y sobre "desacato", que tendrían que ser removidas antes de que
los dirigentes o el pueblo se pudieran expresar sin temor. Otra cosa
sería suicida.

Las direcciones colegiadas suponen reglas de juego claras y garantías
para quienes participan en ellas. Esa es una de las razones por las que
nunca han sido del agrado de Fidel Castro. La dirección colegiada del
Movimiento 26 de Julio fue hecha trizas bajo su mandato, cuando todavía
se luchaba contra Batista, tan pronto tuvo la oportunidad de deshacerse
de ella; y de las decisiones partidarias prescindió, o las ignoró
siempre que pudo.

En cuanto a Raúl Castro, más allá de sus muy cuidadosos discursos
—dirigidos, entre otras cosas, a formarse una identidad afable que nadie
le conoció en el pasado—, todavía tiene pendiente la crucial asignatura
de demostrar su apego a la institucionalidad vigente en la actual Cuba
socialista, su real vocación por facilitar discusiones y decisiones que
el Partido Comunista debe adoptar sin más dilaciones, y su real interés
por gobernar —en lugar de ejercer funciones de administrador del
continuismo— para sacar al país del limbo en que se encuentra.

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